Humor, ternura y nostalgia son los tres pilares sobre los que se sostiene Los días felices, una nueva exhibición de teatro del absurdo de Samuel Beckett en laque Winnie, la protagonista, lanza pequeñas perlas existenciales semienterrada en un paisaje desolador. El dramaturgo no podía idear mejor metáfora para un mundo en descomposición y para una especie, la humana, que se obstina en destruir el planeta en el que vive.



Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974), director de esta nueva versión que podrá verse a partir del 26 de febrero en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, ha tratado la obra de Beckett con la delicadeza de un clásico. “En un sentido, el presente de lo humano es siempre el mismo. Vuelve a ser actual en tanto vuelve a ser cuerpo pero la cualidad de su escritura es la que lo ha hecho trascender en el tiempo –señala a El Cultural tras reconocer que se trata de un proyecto que viene acariciando desde hace diez años–. Por eso es teatro en un sentido tan neto. Porque su materia es el presente compartido. Esta obra de Beckett es de una actualidad conmovedora”.

Acotaciones precisas

En Los días felices (con la versión canónica de Antonia Rodríguez Gago) vuelve a los escenarios la pareja formada por Fernanda Orazi (Winnie) y Francesco Carril (Willie). Este efectivo tándem pudimos verlo en diciembre en los Teatros del Canal protagonizando Doña Rosita, anotada, adaptación de la obra de Lorca realizada por Pablo Remón.



La problemática relación entre las palabras y las cosas, la forma de contar la historia desde la experiencia, el papel del otro en nuestro día a día y la inevitable importancia del presente son las cuestiones que abordan, según Messiez, algunos de los monólogos de Winnie: “Eso es lo extraordinario de Beckett. Su escritura es tan potente y los signos tan abiertos que cualquier interpretación la empequeñece. Leerlo o ver sus obras nos hace entender que ninguna interpretación podrá agotar todos sus sentidos, del mismo modo que ninguna palabra podrá ser aquello que nombra”. Se dice que las acotaciones del escritor irlandés marcan con exactitud el camino de la puesta en escena. Messiez ha intervenido en el texto como si fuera una partitura y ha planteado la escenografía desde un punto de vista “devocional”, abordándola como quien oficia un ritual. “Eso es realmente Los días felices, una partitura. Ahí están no solo las palabras sino los tiempos y las acciones que deben hacerse. Ensayarla es un trabajo de disciplina y de rigor. Solo me he atrevido a adaptar el modo de habla porteño de Winnie, por tratarse Fernanda Orazi de una actriz argentina”, señala el director, que prepara en estos momento La voluntad de creer, el monólogo El texto infinito y una colaboración para dramatrizar la presentación del nuevo disco de Silvia Pérez Cruz.



No es la primera vez que Messiez ha montado trabajos de Beckett. Como actor fue Muchacho en Esperando a Godot en Buenos Aires, una puesta en escena de Leonor Manso que estuvo tres años en la cartelera argentina. Después le siguió el duro monólogo Rumbo a peor, un montaje protagonizado por Alberto San Juan.



Y lo demás, como escribió Shakespeare, es silencio. “Un silencio en teatro es siempre un silencio compartido, una demanda de atención, una invitación a hacer algo juntos. Eso no puede suceder ni en el cine ni en la tele. Solo la escena permite ese tipo de convivencia y de alerta”, sentencia Messiez.

@ecolote