El plan de desescalada diseñado por el Gobierno parece salvar a los dos principales festivales veraniegos de teatro clásico. Si a finales de junio se completa el proceso de desconfinamiento, como está previsto, los actores volverán a subirse a los escenarios de Almagro y Mérida. Es un verdadero balón oxígeno para todo el sector de las artes escénicas, a punto de caer asfixiado a causa del parón originado por el coronavirus. Más después de ver la anulación de emblemas como Aviñon, que incluso ya había presentado su programación, y Edimburgo, absolutamente inviable por la movilización humana masiva que genera (en torno a 4’5 millones de espectadores). Nuestras citas estivales se erigen así en un paso previo para la reapertura de los teatros en septiembre. Pero el hecho de ser los primeros en ponerse en marcha implica una enorme variedad de incógnitas logísticas para respetar los protocolos y mantener la seguridad de la familia teatral: intérpretes, público, técnicos…
No va a ser sencillo equilibrar las necesidades artísticas con las sanitarias, sobre todo para los eventos de menor envergadura, que muestran más dudas sobre su posible celebración. Benjamín Sevilla, director de Olmedo, explica a El Cultural que es alentador saber que por ley la celebración está respaldada. "Pero -matiza- ahora tenemos que estudiar muchos detalles porque lo que se ha dado en denominar la 'nueva normalidad' es un concepto ambiguo todavía a día de hoy”. En ese marco jurídico sanitario de sonoridad intimidantemente orwelliana deberán celebrarse las representaciones. El problema es que no está claro, como en las fases anteriores, cuáles son las prescripciones concretas en términos de aforo, uno de los grandes quebraderos de cabeza en este momento porque de ello dependerá en gran medida la rentabilidad.
Sevilla calcula que en la Corrala de Olmedo, único espacio de exhibición en su festival, se tendría que reducir a un tercio su capacidad de 860 butacas si se debe cumplir el distanciamiento de un metro y medio, algo que está en el aire. Sería un varapalo para los ingresos pero, como todos los responsables de los festivales, no tira la toalla y peleará hasta el final, confiando en que las limitaciones no sean tan severas. Su voluntad de solventar las dificultades es firme. Igual que la de todos los miembros del Patronato del Festival de Mérida, como señala Jesús Cimarro, que lo dirige desde 2012: “El objetivo unánime es que se haga, que no se pierda un año, porque el festival se viene celebrando sin interrupción desde los años 50. Sólo se interrumpió en la posguerra”. El caso de Mérida es crucial para las compañías porque el festival participa en la producción de los montajes. Es decir, si no exhiben allí difícilmente se pongan en pie y no podrán girar después a lo largo del próximo curso.
Ignacio García, responsable artístico del Festival de Almagro, también afirma que los patronos de este comulgan con esa filosofía. La cita manchega no tiene ninguna falta en su expediente, cuyo arranque data de 1978, fecha muy significativa para la historia de España por ser el año de la promulgación de nuestra carta magna. “El Festival de Almagro nació para reivindicar los clásicos como patrimonio común y unificador. Y valores recurrentes en sus textos como la solidaridad, la justicia, la compasión y la prudencia tienen una vigencia total en esta situación que vivimos. Por eso es tan importante ponerlo en pie una nueva edición”, apunta García. A su juicio, son cuatro aspectos los que otorgan un carácter crucial a su realización este verano: “Primero, mantener el tejido teatral, posibilitando que las compañías tengan contratos mejor que subsidios. Segundo, impulsar la economía de otros sectores de la comarca como la hostelería. Tercero, mostrarse como un foco de esperanza tras la tragedia: tras sobrevivir toca empezar a vivir otra vez plenamente, y eso implica la reflexión y la diversión que nos aporta la cultura. Y cuarto, iniciar la transición hacia la reapertura de los teatros en otoño”.
En cualquier caso, el festival verá reducida su oferta. García señala que sobre todo en el apartado internacional. Consecuencia lógica del cierre de fronteras y del control de los movimientos de población. Calcula a vuela pluma que se recortará un tercio el número de compañías y de funciones con respecto a 2019, año en que concurrieron en torno a 70 formaciones ofreciendo 190 funciones. Lo que no achicará, en principio, es la duración habitual: unas cuatro semanas. También tiene claro que se privilegiaran los espacios abiertos, algo en lo que Almagro no tiene ningún problema, ya que cuenta con los escenarios del Corral de Comedias, el Hospital de San Juanes, el Palacio de los Oviedo, el Patio de Fúcares…
No parece que en Mérida, con su monumental Teatro Romano capaz de acomodar a 3.000 personas, presente tampoco dificultades para mantener las distancias debidas a costa de vender menos entradas. Cimarro, que aspira a contar con un mínimo de un 50% del aforo ("Con menos gente no merecería la pena"), ya descartó hace tiempo la producción internacional que iba a encabezar la programación a finales de junio pero su intención es que tampoco se acorte el periodo usual de cerca de dos meses. En cualquier caso, el patronato del festival tiene previsto reunirse el 15 de mayo y, ya con información más concreta de los protocolos sanitarios, tomar una decisión acorde a la coyuntura en cuestión. Cimarro ya le ha expresado al ministro de Cultura el deseo del sector de sentarse con los técnicos que están diseñando la desescalada para poder así intercambiar información útil de cara a adoptar las medidas más eficaces para hacer las representaciones de la forma más segura. “De todas formas, debemos tener claro que en la ‘nueva normalidad’ todos deberemos disponer en nuestras empresas de máscaras, geles y guantes a porrillo”, señala.
Pero en ese nuevo de paradigma de convivencia quedan por aclarar muchas cuestiones prácticas. Sevilla, con mucha lógica, consigna algunas. Para empezar: “¿Tendrán que llevar los actores mascarillas? Podrían ser trasparentes pero, claro, eso perjudicará enormemente la proyección de la voz por lo que habrá que amplificar todos los espectáculos”. Se pregunta asimismo cómo deberá realizarse el control de acceso. Él ya pidió presupuesto de las ‘pistolas’ y los arcos térmicos. Las primeras, al comienzo de la crisis, costaban unos 750 euros y los segundos unos 7.000. Un desembolso considerable para tiempos en los que los balances estarán ajustados al milímetro y que tensan todavía más la cuentas de los festivales más pequeños. Otra duda la plantea el escollo del movimiento interprovincial: ¿y si contrato a una compañía de un territorio que en el momento de desplazarse se encuentra con que el suyo está en una fase precedente? Y, por si fueran pocas, añade un detalle fiscal no menos relevante. Para contratar desde la administración a una compañía, esta debe estar al corriente de pago de sus tributos. Cabe pensar que algunas compañías no habrán podido hacer frente a ese coste en las últimas semanas así que, sin una moratoria, su contratación se podría enmarañar.
Toda esta letra pequeña le hace ser cauto a Sevilla: “Vamos a intentarlo pero va a ser complicado. Todavía no podemos dar una respuesta definitiva”. De lo que no le cabe duda es de que si levantan el telón finalmente, el público responderá a la llamada “porque para entonces ya habrán cogido confianza”. “Los festivales de este verano van a ser muy emocionantes”, concluye García.