Me ha tocado por suerte ver y disfrutar un gran número de obras teatrales dirigidas por Gerardo Vera y tener un trato con él falsamente cercano. Y digo falsamente porque Vera pertenecía a esa clase de personas que despiertan una gran confianza y pronto te crees que cuentas en su mundo. Su divertida conversación, su amplia cultura enfocada en múltiples intereses, su melomanía, sus viajes y estancias en el extranjero, especialmente en Londres donde se formó en la Central School of Art de Londres… hacían del personaje una de las figuras más apetecibles e interesantes del teatro español.
Creo que la primera entrevista que hice a una figura teatral se la hice a Vera, cuando estrenó La Noche XII, de Shakespeare, en La Abadía. Corría el año 1996 y si no recuerdo mal en aquella conversación él insistió en reinvindicarse como hombre de la escena, después de su larga y exitosa travesía por el cine como brillante director artístico, sobre todo de las producciones de Andrés Vicente Gómez (hace pocas semanas veía la serie de televisión Los pazos de Ulloa donde ofrece uno de sus trabajos más consumados por el que no ha pasado el tiempo). En aquella entrevista Vera me hablaba de su cansancio del cine y de su compromiso con el teatro desarrollado por centros como La Abadía y el Lliure de Barcelona, porque él decía sentirse del equipo de José Luis Gómez, Lluís Pasqual, Fabiá Puigserver…
En la década de los 90 él ya había dirigido películas (Una mujer bajo la lluvia, La Celestina, Segunda piel) y aún haría trabajos para el cine como escenógrafo (La niña de tus ojos de Trueba) y rodaría una nueva película (Deseo). Pero Vera vivió el fin de los platós en favor de escenarios naturales que reducían bastante la labor creativa del escenógrafo tal y como él la entendía y por eso, y otra razones, quería centrarse en el teatro y destacar en él como director de escena.
Había comenzado en el teatro universitario y pasó por el teatro independiente de Los Goliardos, Tábano y El Búho, grupos en los que cuidó la parte plástica del espectáculo, tan desatendida por el teatro de entonces. Luego, en los años 80 trabajó en algunas de las mejores producciones líricas y dramáticas, también como escenógrafo y figurinista: las óperas Macbeth (, 1985), Wozzeck (1987), Lulú (1988) y Carmen (1992), y obras como Una jornada particular (1986), El jardín de los cerezos (1986), Hamlet (1989), Rosa de amor y fuego (1989), entre otras. En 1992 se le encarga la dirección de Azabache, recital de copla para la Expo de Sevilla que reunió a Rocío Jurado, Imperio Argentina, Juana Reina y Maria Vidal, y que fue un grandísimo éxito.
Pero la obra que a él le gustaba recordar de esa época era 5 Lorcas 5, que concibió y dirigió Pasqual en 1986. El espectáculo tenía cinco directores, entre ellos el prestigioso José Luis Alonso, y Vera diseñó una escenografía para todos con la que el escenario se convertía en un poema visual fantástico. La producción le permitió profundizar en su relación con el director, pero también con Piru Navarro, una de las mujeres de referencia de proyectos escénicos como La Abadía y que ya sería su aliada para futuras aventuras escénicas. En 2004, cuando la ministra Carmen Calvo le nombra director del CDN, él la llama como asesora.
Vera se prolongará en el cargo de director del CDN hasta 2011. Es una época en la que se propone montar los grandes títulos del repertorio internacional, y él se reserva a Chéjov, Shakespeare, Brecht, Buchner, Ibsen... De este último dirige una gran producción de Un enemigo del pueblo, y monta a Valle Inclán, su Divinas palabras, en la producción más hermosa que yo he visto, con Julieta Serrano, Elisabet Gelabert, Jesus Noguero, Fernando Sansegundo… entre muchos otros. Firma también una escenografía magnífica, con un gran árbol invertido en el escenario del Valle Inclán, que huye del realismo como de la peste y crea un universo atemporal, semivacío, lleno de sombras y misterio. Creo que es de los pocos trabajos escenográficos de esta época que hace, porque también se ha cansado de esta labor que prefiere encargar a colaboradores. Es una pena, él es uno de los grandes, un esteta con mucho oficio y conocimiento.
Cuida las adaptaciones de los textos que confía al dramaturgo Juan Mayorga. Pero esta época también le permite a Vera tratar a los actores y actrices que a él le gustan y con los que tiene una relación privilegiada. Casi nadie le dice no a Gerardo. A lo largo de toda su carrera, tanto en cine como en teatro, ha trabajado con los más populares: Marisa Paredes, Ángela Molina, Antonio Banderas, Penélope Cruz, José Luis Gómez, Mariel Verdú, Cecilia Roth, Ana Belén, Imanol Arias… Ahora en el teatro del CDN querrá recuperar a figuras de prestigio y descubrir a otras nuevas. Colabora con Carmen Machi, con Mercè Aranega, Malena Alterio, Lucía Quintana, Irene Escolar, Javier Gutiérrez…, y se despide montando una larga e intensa producción, el hit americano Agosto, de cuatro horas, en el que recupera para el teatro a una inclasificable Amparo Baró.
Tras el CDN Vera volverá a postularse para dirigir otros teatros públicos madrileños sin éxito. Monta la productora independiente Grey Garden con su marido, José Luis Collado, desde la que produce comedias como Maribel y la extraña familia, de Mihura, a un montaje con una producción impecable, casi de factura de teatro público, como El cojo de Inishmaan, de Martin Martin McDonagh, y en la que reúne a Marisa Paredes y Terele Pávez. Más adelante dirige El crédito de Galcerán. No le faltan encargos de teatros públicos, para los que hace adaptaciones de textos de Quevedo y Los hermanos Karamázov. Creo que esta temporada tenía tres proyectos, uno de ellos una zarzuela.
La salud de Gerardo no era buena, estaba aquejado de una enfermedad coronaria desde hacía años. Pero se cuidaba, aunque parece que una neumonía unido al covid ha sido la causa de su muerte. Una vez me lo encontré por la calle y no sé cómo nos pusimos a charlar de diseño gráfico; él me contó que tenía una colección de carteles del diseñador norteamericano Saul Bass. Ante mi entusiasmo me invitó a verla a su casa. Creo que él ya la había expuesto hacía años en el Reina Sofía. No solo guardo un gran recuerdo de aquella velada con él y con Collado, sino que me regaló varios libros americanos, entre ellos uno de tipografía que siempre que lo hojeo me trae su recuerdo. Sí, era un hombre muy divertido y sabio. Te echaré de menos.