Está muy acostumbrado Julián Fuentes Reta a que le digan no de entrada. “Los productores, en general, quieren que les propongas algo estándar, que no cueste mucho y, si aparece un actor famoso, pues mucho mejor”, explica a El Cultural. Sus proyectos no cumplen ninguno de esos tres 'requisitos'. “Soy consciente de la dificultad de escenificarlos pero, gracias a no venirme abajo tras las negativas y seguir creyendo en mis convicciones, he podido comprobar que el público estaba de mi parte”. Ha ocurrido con montajes como Cuando deje de llover y, más recientemente, con Todas las cosas que sé que son verdad, que nos han permitido conocer la valía del autor australiano Andrew Bowell. Obras que atraviesan al espectador: compungen, conmueven y, finalmente, iluminan. Ahora espera conseguir esto mismo con otra producción particularmente compleja: Tribus, de Nina Raine, que estrena el próximo viernes, 6, en el Teatro Valle-Inclán.

La complejidad estriba sobre todo en un hecho: es una inmersión en el mundo de los sordos. “Otra cultura diferente a la de los oyentes”, dice, aduciendo que toda cultura parte de un lenguaje propio y específico. El texto de Raine, autora británica que empieza a ser familiar en nuestra cartelera tras el éxito de Consentimiento (la dirigió Magüi Mira, ganando el Premio Valle-Inclán de El Cultural por su trabajo), es una comedia de situación aparentemente inocua pero que, a medida que avanza, se muestra inclemente. “No deja títere con cabeza”, apunta el actor, director y dramaturgo zaragozano.

Tiene lugar en el salón de una casa de una familia de clase media-alta, ilustrada y tirando a progre, muy probablemente el contexto en el que se crio la propia autora, nieta nada menos que de Boris Pasternak. Guille, el hijo adolescente, es sordo. Pero por imposición paterna ha renunciado a aprender el lenguaje de signos. Sus padres consideraban que, si lo hacía, se sumergiría en un gueto, así que les basta con que lea los labios. Pero cuando conoce a Silvia, una mujer que está perdiendo la audición progresivamente y que trabaja en una asociación para sordos, Guille se rebela.

“Siente que le han negado el derecho a adentrarse en un universo que, lejos de limitar su órbita social, la habría enriquecido”, señala Fuentes Reta, que ha hecho precisamente lo contario, “por coherencia”. Los dos personajes mencionados, Guille y Silvia, se los ha encomendado a actores sordos: Marcos Pereira y Ángela Ibáñez. Cree que es la primera vez que algo así se hace con esta pieza escrita en 2010 y que Jorge Muriel, también parte del elenco y cómplice habitual de Fuentes Reta, descubrió en un teatro neoyorquino. Es una decisión que supone escoger el camino más largo para armarla pero que, en contrapartida, intensifica su significado. Que no es otro que una metáfora de la segregación. “Vemos nítidamente cómo un grupo señala a otro, socava la empatía hacia él y, así, prepara el terreno para atacarlo. La obra es un manual de este terrible proceso”.

La tensión entre sordos y oyentes ofrece lecturas más amplias, aplicables a otros ámbitos de nuestra crispada sociedad. Como los rifirrafes territoriales de nuestro país, que Fuentes Reta introduce en su versión de Tribus, para acercarla al público que acudirá al Valle-Inclán. Sobre su escenario ha levantado un salón-comedor de familia bien que se pone ópera en los ratos libres. La idea es que a este confortable reducto de progresía pudiente, que saltará en pedazos por culpa de bombásticas discusiones, se asomen sobre todo jóvenes de entre 18 y 25 años. “Sí, porque es la generación –sentencia Reta– que deberá levantar el mundo tras este desastre y porque a esa edad se está mucho más dotado para la integración. Es fundamental que no se vean arrastrados por prejuicios y supersticiones”. Muy cierto y muy necesario.

@alberojeda77