Canel Cárdenas no es un académico ni un cátedro en materia escénica. Es simplemente un aficionado al teatro y un hacedor de este en el terreno amateur. Eso no le resta interés a sus averiguaciones ni autoridad a su denuncia, porque se funda, como veremos, en datos empíricos contrastables y porque, aun sin título oficial, es justo considerarle un especialista en La venganza de Don Mendo. Además, hay que advertir en su favor que estamos hablando de una “persona obsesiva” (así lo reconoce él mismo a El Cultural), siempre en busca de la perfección. Por esta razón, cuando hace un tiempo una actriz le propuso que echara una mano a su compañía (Bendito Cariñena), que se había quedado atascada con una versión de Don Mendo, decidió hacer acopio de distintas ediciones del popular texto de Muñoz Seca para afrontar su asesoría (que luego devino en dirección) con mayor conocimiento de causa. “Me hice con una cincuentena”, recuerda Cárdenas, que ha representado este clásico del siglo XX por diversas provincias de España, casi siempre con el objetivo de recaudar fondos para ONGs.
Entre ellas, la que la Biblioteca Nacional ha lanzado en formato electrónico (ePub), la cual, según reza en sus páginas, está basada en la que editó la Sociedad de Autores Españoles en 1919. Es probablemente la segunda que se sacó de este título. La primera sería la de Pueyo, que vio la luz ese mismo año, pero un poco antes (es una cuestión que no está cerrada pero los indicios conducen a pensar que esa es la cronología correcta). Pues bien, Cárdenas empezó a leer y, ya en los primeros compases, se dio de bruces con alguna enojosa errata. “En una obra que se compone de 2.647 versos, ya en el verso número 13 leo: y al correr de sus bridones, / como a cuatro exhalaciones, / hasta el castillo llegaron. Tal vez la estupefaciente irrupción de la preposición ‘a’ en el segundo verso de los expuestos, sea una simple errata sin gran importancia y sin mayores consecuencias, pues su pintoresca inclusión en el verso no interfiere ni en la rima ni en la medida del épico poema de los Hermanos Quiñones. Lo sorprendente es que el ilegal allanamiento de la errata en el verso lo deja sin sentido, y era de esperar que ello hubiese hecho saltar la alarma del corrector”.
Podría invocarse la expresión popular para definir tal circunstancia: la primera en la frente. Luego, no le fue necesario avanzar mucho para topar con otra incidencia: en el verso 20 aparece un “tendedlo” por “tendello”. “Ahora –continua Cárdenas- no sé si se trata de una errata o de una corrección intencionada, pero en cualquiera de los dos casos, y esto ya es más grave, se hurta al autor tanto el efecto humorístico que su premeditado arcaísmo pudiera producir como la manifiesta intención de crear, con la utilización de un cierto tipo de léxico, un ambiente altomedieval”. Cuando alcanzó el verso 67 (“ni siquiera había superado el 3 % de la longitud total de la obra”), otro sobresalto. “Leí horrorizado: No te extrañe que el rubor mi rostro queme”. Si contamos las sílabas, salen doce, de manera que lo que en origen era un endecasílabo (No extrañes que el rubor mi rostro queme.) Se transforma en dodecasílabo. “Es como cuando escuchas una interpretación musical y se falla una nota, te chirría en el oído. Pues con el teatro en verso sucede lo mismo”.
La sucesión de errores y alteraciones respecto al original presuntamente tomado como referencia se prolongan, señala Cárdenas con contundencia, “ad nauseam”. En total, el cómputo asciende a 126, excluyendo del concienzudo cotejo didascalias y notas. “Es doloroso comprobar que, de todos ellos, nada menos que 46 distorsionan con absoluta inverecundia la asombrosa exactitud del ritmo y la medida que tan magistralmente imprimía don Pedro a sus versos”, dice. En su opinión, la imagen de Muñoz Seca queda muy dañada: “Parece un patán, cuando era todo lo contrario: un maestro formidable en la versificación. La mayor virtud de La venganza de Don Mendo es precisamente su riqueza estrófica, con versos de 3, 6, 9 y 11 sílabas. Luego está, claro, su calidad dramática, que tanto ponderaba Benavente: movimiento, entradas, salidas…”.
Cárdenas considera, a tenor de su análisis, que la Biblioteca Nacional no ha adoptado las cautelas que se le exigen a una institución de su prestigio, poseedora de un alto nivel de confianza por parte de los usuarios de sus fondos. “Está claro que la persona que se encargó del trasvase digital no se tomó la molestia de acudir a la edición de la Sociedad de Autores Españoles de 1919. Se dice que el texto está revisado pero no es cierto”, reprocha. Y la prueba del algodón es una brillante morcilla que se incorporó a posteriori de la edición de referencia pero que, sin embargo, concurre en el ePub de marras. Está en un conocidísimo aparte en el que Don Mendo exclama: “¡Esto, ay Dios, cuán me apesara, / quedar yo con mi tragedia / mientras ellos van al ara / para ver una comedia!...”. Era una tercerilla primigeniamente. Pero lo del ara (altar) empezó a leerse en escena ‘al Lara’, un guiño al histórico teatro madrileño de la Corredera Baja de San Pablo. Y, deduce Cárdenas, que el cuarto verso fue incrustado para las ocasiones en que se representaba fuera de Madrid, en lugares donde seguramente la mayor parte del público no conociera la sala capitalina.
“Es una morcilla muy inteligente y queda muy bien”, apunta Cárdenas. Tanto lo es que caló y comparece casi sin salvedad en todas las funciones de Don Mendo que se hacen en la actualidad. Luis Alberto de Cuenca, en la edición que preparó para Reino de Cordelia, sí comenta en un escolio que se trata de un aditamento intrusivo ajeno al original. Y Cárdenas advierte que, entre la cincuentena de ‘variaciones’ que ha manejado, en la primera que emerge es en la de Busma, de 1984. Hecho que aduce para fundamentar su denuncia de que algo falla en la digitalización consumada por la Biblioteca Nacional en colaboración con la empresa estatal red.es. El temor de Cárdenas es que editoriales pequeñas la tomen como modelo, consolidando y expandiendo los errores y la pobre impresión de la rima que originan (ya se ha dado algún caso, de hecho). También compañías que decidan acometer producciones de Don Mendo fiándose del material que provee la Biblioteca Nacional. Esta ahora tiene la oportunidad de evitarlo.