“A mí, como al autor, me fascina la muerte”, advierte a El Cultural con transparente honestidad Salva Bolta. El 'autor' al que se refiere es nada menos que Don DeLillo. Lo hace porque el próximo jueves, 28, estrena en las Naves del Español una adaptación de su obra Love-Lies-Bleeding, que en la compilación del teatro del escritor norteamericano que lanzó Seix Barral en 2011 se tradujo como Sangre de amor engañado. El montaje de Bolta se titula, sin embargo, Siempreviva. “Es uno de los nombres populares por los que se conoce a la flor que refiere el título original”, aclara el camaleónico regista valenciano, que tan buen sabor de boca dejó hace poco más de un año con Mi película italiana en el Teatro Español.
Ahora se adentra sin tapujos en el espinoso debate moral de la eutanasia (‘buena muerte’). Tres personajes se agrupan en torno a la cama de Alex Macklin, artista de éxito que a los 70 años se halla postrado en estado vegetativo. Son su joven mujer actual, su exesposa y su hijo. Los tres coinciden en que, si pudiera expresar su voluntad, Macklin decidiría poner término a esa existencia estéril. Pero el dilema destapa entre estos seres desencantados rencillas que tienen que ver con la dependencia emocional, la lealtad y, en definitiva, con el amor. “DeLillo escribe Siempreviva para ofrecernos la posibilidad de asomarnos a las trincheras reales, a los lugares de fricción donde se diluyen esas posiciones binarias a las que nos educa la sociedad contemporánea”, señala Bolta.
En cualquier caso, aclara que la obra no va de un choque entre dos visiones contrapuestas: eutanasia sí/eutanasia no. “Lo más interesante de esta función es que este tema, que tratamos en términos relativos, aproximándonos a él desde aspectos legales, éticos, políticos o religiosos, es aquí algo ‘real’, algo concreto, que sucede en las vidas de las personas y no en los lugares de discusión”, precisa.
Los encargados de plasmarlo en escena son Paco Azorín y Alessandro Arcangeli, que toman como punto de partida la acotación espacial de DeLillo: “Una región remota entre Arizona y Nuevo México”. Ahí se desarrollan unos diálogos, entablados por Felipe García Vélez, Mélida Molina, Marina Salas y Carlos Troya en los que resuenan claros ecos de Pinter. “Como él, DeLillo emplea una prosa enigmática e inquietante, un sentido del humor acerado, una voluntad de albergar cosas que el propio lenguaje no es capaz de comunicar, ideas imposibles de articular y espacios para el silencio de los personajes que evitan abordar cuestiones significativas y fundamentales, que eluden tratar”.