La primera línea del frente contra el embrutecimiento, la indolencia y la desesperanza está en los colegios y los institutos. Ahí se libra la batalla clave de una sociedad. Sergio Peris-Mencheta lo sabe y se aplica el cuento: “Es lo que decía Lorca: ‘Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas’”, apunta el fornido actor e imaginativo director, que lleva meses recorriendo aulas con sus actores a fin de engolosinar a la muchachada con Lope de Vega, autor de Castelvines y Monteses, la obra que sube al Teatro de la Comedia desde este viernes. “Si no haces ese trabajo previo, olvídate, no conseguirás que los jóvenes se interesen. Encenderán los móviles en mitad de la función para ver cómo va el Madrid o el Barça en el partido de turno de la Champions. Un desastre”.

Lo dice sin acritud hacia los chicos: “Yo fui uno de ellos, y dos horas de Calderón o Lope a palo seco es difícil de digerir”. Su arma es personarse en los centros educativos, flanqueado por algún miembro del elenco y hablarles de lo que van a encontrarse. “Antes de llenar los teatros de colegios, hay que llenar los colegios de teatro”, afirma, acuñando una máxima plena de lógica. Les da algunas claves y, de paso, les incita a representar algún pasaje. “Luego, ya en sus butacas, están deseando que llegue esa escena que interpretaron con sus compañeros y con la que pasaron un buen rato de risas y amistad".

Para armar Castelvines y Monteses tuvo un cómplice pintiparado, José Carlos Menéndez, catedrático de instituto, que, cual flautista de Hamelin, guiaba hordas de alumnos en plena pubertad a salas como el Pavón o La Comedia. “Era uno de esos profesores que yo llamo Oh capitán, mi capitán”, recuerda Peris-Mencheta empleando el verbo ser en pasado porque un infarto lo fulminó durante los preparativos de un montaje en el que tenía un protagonismo esencial. Para empezar, fue quien le dio a conocer al artífice de Lehman Trilogy o La cocina (qué par de espectáculos) Castelvines y Monteses, el Romeo y Julieta de Lope. Helena Pimenta, en 2015, le había confiado la dirección de una obra para la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. Peris-Mencheta recurrió a su amigo profesor. Le pidió algo novedoso y que pudiera conectar bien con un elenco y un público juvenil. “Te voy a ofrecer algo que te va a gustar”, le contestó Menéndez, seguro de sí mismo. Y vaya si le gustó.

Ambos hilvanaron una versión a medias. “Totalmente respetuosa. No nos saltamos ni una sinalefa”, aclara. Aunque toman préstamos del propio Lope, como su célebre soneto Quien lo probó lo sabe, y otro de Quevedo, hito asimismo de la lírica amorosa española: “Es fuego abrasador, es fuego helado…”. Pero al final no se pudo poner en pie porque una llamada de Estados Unidos, brindándole a Peris-Mencheta el papel de Gustavo Zapata ‘El Oso’ en la serie Snowfall, desbarató los plazos. En 2019 pudo retomarlo gracias a que Pimenta le reservó ese título que ya tenía trabajado. Pero el proyecto se transformó en una coproducción entre Barco Pirata, su compañía, y la CNTC. A principios de 2020 organizó una residencia con su elenco para ir dándole de forma. Y entonces fue el virus el que se metió por medio. El trabajo se quedó cogido con alfileres pero la producción ha girado por diversos pueblos y ciudades, con su director a 9.000 kilómetros, de nuevo rodando Snowfall en Estados Unidos. “Decidimos seguir adelante porque, si no, 20 personas se quedaban sin trabajo, entre actores [13] y técnicos. He pasado varios meses con los nervios agarrados a las tripas, impotente, y ahora por fin soy feliz”, confiesa.

Toque italianizante

La razón es que pudo volver el pasado mes de febrero y engranar definitivamente una mecánica compleja, en la que los versos se declaman y se cantan con los intérpretes (Paula Iwasaki, Andreas Muñoz, Aitor Beltrán…) trepando muros, peleando, con música en directo, sobre todo italiana: versiones de Domenico Modugno, Rita Pavone, Paolo Conte, Renato Carossone, Pino D’Angio… El toque italianizante también está en los guiños al histrionismo hortera que preside las fiestas de La grande bellezza de Sorrentino, una referencia estética para la puesta en escena. Que, por cierto, presenta otra fundamental del cine: Gato negro, gato blanco, de Kusturica. “Porque los Monteses tienen algo de zíngaros”, justifica Peris-Mencheta.

A esta familia pertenece Roselo, que decide poner término a una disputa ancestral dando un paso por la conciliación: nada menos que meterse en una fiesta de sus enconados rivales, los Castelvines. Rompe así el cordón sanitario entre clanes. Es el principio del fin del odio. Que termina hecho añicos cuando los enamoramientos cruzados (el suyo hacia Julia Castelvín el primero) se propagan, embarcando a primos, criados…

Lope parte del mismo material que utilizó Shakespeare para Romeo y Julieta: el cuento de Matteo Bandello sobre dos amantes de Verona. Pero mientras el inglés lo llevó a lo trágico, el español se decantó por lo cómico. Lope, en teoría, la escribió alrededor de una década después del bardo. ¿Pudo haber leído la pieza de este? “Yo creo que no. Si lo hubiera hecho, habría tomado el personaje de Mercucio, no te puedes dejar alguien así fuera”, argumenta Peris-Mencheta, que –“haciendo un poco de trampa”– mercuciza a Anselmo, primo de Roselo que ejerce como su confidente.

Los miembros de ambas familias se mueven entre dos grandes muros llenos de puertas, metafórica escenografía con la firma de Curt Allen Wilmer, en un montaje que es una nueva oportunidad para este texto apenas conocido (Facal lo levantó sin mucha repercusión en la Resad). La comparación con el de Shakespeare es inevitable. Peris-Mencheta, no obstante, se sacude el compromiso: “Es que no tienen nada que ver. Es como comparar una película de los hermanos Marx con un drama de su época. Lo que sí tengo claro es que los que vengan se van a divertir mucho”.

@alberojeda77