El dramaturgo francouruguayo Sergio Blanco (1971) es una de las presencias foráneas más recurrentes en nuestra cartelera. Hace muy poco, de la mano de Natalia Menéndez, veíamos en el Teatro Español El salto de Darwin, con la guerra de las Malvinas de fondo. Ahora vuelve con una de sus conferencias autoficcionales, Divina invención, que podrá verse desde el próximo miércoles en La Comedia. Ya se mostró aquí en este registro (triple: actor, director y autor) en Ostia, que presentó en el Kamikaze y Temporada Alta. Entonces entrelazaba su propia experiencia con la figura totémica de Pasolini (de ahí el título, nombre del lugar donde lo apalearon hasta la muerte).
En Divina invención se confronta con el amor, diseccionando sus efectos tan dispares en quienes lo gozan/padecen. “Si bien es cierto que, como lo profesa Lope, el amor es una ciencia que nos hace sabios, también lo es que nos conecta con nuestra parte más bestial. De todos modos, más allá de que el amor esté entre la civilización y la barbarie, la sabiduría y la rudeza, lo humano y lo brutal, creo que es una experiencia sublime que siempre nos termina transformando”, señala Blanco, que se presenta sobre las tablas sin más aderezos que un escritorio y una pared donde va proyectando pinturas de Francis Bacon ‘intervenidas’ por Philippe Koscheleff, diseñador y artista que ya colaboró con él en Ostia. La invocación visual de Bacon implica el maridaje del sentimiento amoroso con la violencia.
El viaje propuesto por ambos en esta pieza de cámara no solo hace escalas en lugares físicos (Heidelberg, Hong Kong, Venecia, Manhattan, el Río de la Plata…), sino también en iconos como Supermán, Cleopatra, Lancelot, Melibea, Scarlett O’Hara… Una sugerente ensalada de referencias que Blanco cocina “con la prudencia de lo académico y la exaltación de lo artístico”.