Desde las arenas del Nilo once mujeres huyen de un destino común: una boda forzosa con sus primos, los hijos del rey Egipto. El día de la boda Dánao, hermano de este y padre de las danaides, zarpa con ellas. Tras varios días navegando por el Mediterráneo llegan a la costa de Argos pidiendo asilo. Su rey las acoge aunque sabe que los hombres desembarcarán en su tierra reclamando unos cuerpos que consideran suyos. Esta es la encrucijada con la que empieza Las suplicantes, versión libre de Silvia Zarco sobre los textos homónimos de Esquilo y Eurípides que dirige Eva Romero y con la que se cierra esta edición del Festival de Mérida.
En la versión original de Esquilo son 50 las danaides que piden decidir libremente sobre sus cuerpos y buscan asilo en un país que no es el suyo. La acción que describe Eurípides también se sitúa en Argos, ciudad que 400 años y 20 reyes después es derrotada en una guerra que le ha enfrentado a Tebas. Los vencedores de la contienda deciden no devolver los cuerpos de los caídos. Entonces, las madres de los fallecidos reclaman en Atenas el derecho a poder despedirse de sus familiares.
Silvia Zarco, que en estos tiempos pandémicos buceaba en los clásicos en busca de historias de cuidados y de responsabilidad colectiva, ha unido a estos dos grupos de mujeres en un único texto que habla de tres derechos fundamentales: el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, el derecho de asilo y el derecho a honrar a los muertos. Las demandas de unas y otras son diferentes pero existe un hilo común: todas “exigen un lugar, una identidad, una voz y unos derechos. Las hemos hecho coincidir en el tiempo para hablar de sororidad”, amplía Eva Romero. Como vemos, las historias que nos cuentan las tragedias griegas no solo son cosa del pasado.
Un ejercicio de reflexión
“No soy de nadie, ni soy solo un cuerpo”, se puede leer en el texto de Esquilo. Esta frase “la tenemos que recordar a menudo”, se lamenta Romero. Las hijas de Dánao piden asilo político al rey de Argos, suplicando no ser devueltas al horror. Estas mujeres que huyen de sus primos cruzan el Mediterráneo, un mar que se ha convertido “en la mayor fosa común del planeta”, apunta Romero. En este sentido, continúa, Las suplicantes "puede ser un ejercicio de reflexión”.
Aproximadamente 40 años después de la llegada de las danaides a Argos, el rey, convertido en el héroe que las ha acogido, lleva a la ciudad a la guerra contra Tebas. ¿El motivo? Polinices, legítimo heredero de la ciudad pide asilo tras un golpe de estado que le ha arrebatado la posibilidad de gobernar. Argos avala su causa y Tebas le declara la guerra. El pueblo argivo es derrotado y los vencedores de la contienda se oponen a devolver los cuerpos de los fallecidos. “Se trata de un castigo ejemplarizante para que en un futuro no se vuelva a repetir”, arguye Romero.
En este contexto, las ancianas madres de la ciudad de Argos “exigen el derecho a honrar a los muertos y tener un lugar donde llorarles”, apunta la directora. En estos tiempos de pandemia que vivimos Zarco se acuerda de todas esas familias que durante la primera ola de la Covid-19 no pudieron acompañar a sus enfermos ni pudieron despedirse de ellos. Pero también existen paralelismos con otro conflicto no tan lejano en el tiempo: “España es el segundo país con más desaparecidos por detrás de Camboya. Las familias llevan flores a las cunetas y exigen que les devuelvan los huesos”, lamenta Romero.
Las consecuencias de una decisión
Volviendo a Argos, el derrotado rey baja del trono y, junto a las danaides y las madres, viaja hasta Atenas, cuna de la democracia. Allí, piden a Teseo, su rey, que medie en el conflicto. Valentín Paredes da vida a este monarca que titubea y duda, que sabe que cualquier decisión que tome tendrá consecuencias. Sin duda, este personaje se convierte en metáfora de la política y de la justicia misma. “Teseo se ve en una encrucijada como dirigente porque se plantea, igual que el rey de Argos, que una decisión le puede acarrear una guerra”, recuerda Romero.
Sin embargo, la equidistancia no transforma la realidad y se impone el sentido común. “Es un debate que está en el panorama político. Hay una parte que demanda justicia mientras que la otra pide que se deje a los muertos donde están, que no se abran las heridas. Pero estas madres quieren cerrarlas porque no se han abierto”, arguye la directora de Las suplicantes. A estos personajes se les pone ante encrucijadas y decisiones imposibles para “desmitificar al héroe clásico que todo lo puede. Tienen dudas, tienen conflictos, reconocen sus errores y piden sensatez”, reconoce.
Teseo sabe que no se librará del conflicto pero se posiciona y media para que los cuerpos sean devueltos. En la obra, el “papel masculino es interesante porque son hombres enamorados de causas justas y se posicionan del lado de las mujeres”. Al unir las dos piezas clásicas Zarco y Romero consiguen dar “un ejemplo de sororidad generacional. Si bien las sufragistas lucharon para tener voz y la liberaron, las mujeres de hoy tenemos que liberar el cuerpo”. Con Las suplicantes quieren “transmitir que somos un puente, que hemos recogido el testigo de la lucha y tenemos que lanzar un mensaje a las que vendrán”, comenta Zarco.
La tragedia griega llevaba al pueblo a cuestionarse y darse una nueva oportunidad. Tal y como recuerda Silvia Zarco se trata de “un rito catártico en el que lloramos por lo que hemos hecho mal y nos damos una nueva oportunidad”. Por eso, esta pieza que cierra el Festival de Mérida se convierte en una cita en la que “conllorar y purificarnos, viajar al pasado para reencontrarnos”. En ocasiones, apunta Romero, “la mujer occidental, que vive en un contexto determinado, pierde la perspectiva pero sigue habiendo millones de mujeres que pasan por esto”. No hay más que leer las informaciones que nos llegan desde Afganistán para entender la rabiosa actualidad del reclamo de las danaides de Esquilo. En definitiva, Romero recuerda que el mensaje final es el de “un gran coro humano que apunta a un nuevo mundo representado por los niños de hoy”.