Uno de los proyectos que dejó en el limbo el fallecimiento de Gerardo Vera fue el montar Para acabar con Eddy Bellegueule. La novela (publicada aquí por Salamandra) del joven estudiante Édouard Louis que en 2015 conmocionó Francia también golpeó duro el corazón del veterano regista. “Desde Agosto, de Tracy Letts, no me había impresionado tanto un texto contemporáneo. Eddy es como un escupitajo espeso arrojado contra las conciencias biempensantes de una sociedad instalada en una insensibilidad profunda hacia el dolor de los otros, en un deleznable rechazo a los diferentes”. Así describía Vera lo que sintió al leerlo. Por eso le motivaba mucho ponerse al frente de La Joven para cristalizarlo en las tablas. Había sido el director de esta compañía, José Luis Arellano, el que había puesto en sus manos el libro original (y la versión escénica de Pamela Carter). Pero la muerte se interpuso entre Vera y su ilusión.



Arellano decidió dar un paso al frente y sustituir al maestro para entregar al público de La Abadía, desde el próximo miércoles, un título que se incardina a la perfección en la sensibilidad y la vocación seminal de La Joven: interpelar desde el escenario al público juvenil con historias con las que se pueda identificar. Y, de paso, combatir prejuicios e iniquidades. Como las que relata Eddy Bellegueule, trasunto del propio autor, un adolescente que desde la infancia se ha sentido incómodo en su pueblo, Picardia, en el norte de Francia. Porque allí, explica, no se asimilan bien sus maneras afeminadas. Violencia, incultura y alcoholismo se ensañan con él. Lo que le incita a huir de esa atmósfera opresiva, depauperada económica y moralmente. Un espacio que repele los tres ideales que sostienen la República francesa desde los tiempos ilustrados: liberté, égalité y fraternité.

Violencia descarnada



Vera veía el rastro de Koltès y Genet en esta narración. Algo que suscribe Arellano: “La idea de conciencia de clase, de incomprensión de la identidad y de violencia descarnada entiendo que son las conexiones que Gerardo respiraba cuando leyó la novela”. Sospecha asimismo Arellano que ambos autores estaban ya inscritos en el imaginario de Louis cuando este relató su trauma con descarnado realismo. “Parte de su alma rota está en esa literatura”. De ahí mana un vómito de angustia y, al mismo tiempo, un impulso libertario que le ayudará a dejar atrás el fangoso lago de incomprensión en el que ha debido chapotear tanto tiempo.



El trasvase realizado por Carter de la novela a los códigos teatrales es óptimo según Arellano. “Su virtud es que aun siendo muy fiel al libro, construye un relato teatral muy personal, y por tanto diferente y autónomo. No se trata de un simple traslado de los episodios del libro a un espacio teatral ejerciendo de podadora argumental. Ejecuta un nuevo acto artístico, una visión personal de Eddy y su universo. Algo que creo necesario cuando traspasas una novela a la escena: establecer una conversación con el autor original sin copiarle o recortarle”. La versión da voz a muchos personajes, encarnados todos por dos actores, Julio Montaña Hidalgo y Raúl Pulido. Ambos se mueven por un escenario muy simple y despoblado, con paneles y algunos muebles que se convierten –mediante la imaginación– en mil cosas, según lo requiera la trama. Una trama que pone en marcha Eddy diciendo: “Esta historia es mejor contarla en compañía”. Un preámbulo que encanta a Arellano: “La soledad con la que se vive la experiencia del descubrimiento de ser diferente es mitigada en la función de teatro, y eso me parece un maravilloso acierto”.



@alberojeda77