Muchas de las grandes compañías circenses proceden de Canadá, o más concretamente de Quebec, la zona francófona y soberanista: Cirque du Soleil, Cirque Eloize, Cirque Alfonso, Flip Fabrique…, y por supuesto, Les sept doigts de la main (Los siete dedos de la mano), una formación mítica para los aficionados madrileños que hasta el 9 de enero actúa en los Teatros del Canal con un fabuloso espectáculo: Passagers.
Se trata de uno de los diez espectáculos que la compañía tiene en estos momentos en su repertorio, lo que da idea de las dimensiones de esta factoría circense fundada hace 19 años. El grupo ha crecido y ha evolucionado mucho desde sus primeros espectáculos que pudimos ver en Madrid (Loft, Psy, Traces…) antes del desembarco de Cirque du Soleil, descubriéndonos el "circo moderno". Entonces la tecnología no estaba tan presente en sus producciones, mientras ahora resultan más sofisticadas. Sin embargo, son fieles a la marca de la casa: circo contado a la manera del teatro, a través del desarrollo de una dramaturgia cuyo vocabulario se compone de números circenses desarrollados con imaginación, humor y lirismo. En términos cinematográficos, se diría que esta compañía hace un "circo de culto".
Producción sofisticada
Aquí, por ejemplo, el viaje en tren es la idea que inspira este espectáculo, fuente inagotable de metáforas y de evocaciones alegres y tristes como es la contemplación del paisaje durante el viaje, los encuentros inesperados que nos proporciona, el tren como medio de huida pero también de destino. A partir de esta idea de la directora Shana Carroll (fundadora de Les sept…), Passagers se construye como una obra de arte total, en el sentido de que integra las disciplinas artísticas y técnicas más evolucionadas que permite hoy la escena y dentro de una producción exigente.
Vayamos por partes. La música, original de Colin Gagné, es lo que sirve de argamasa al espectáculo, con una base de jazz, tiene un swing tan alegre que como espectadora me dieron ganas de saltar de la butaca para bailar tras reconocer el tema que vertebra la composición y que facilita y potencia la enérgica actuación del elenco. La música es la base de la coreografía de danzas acrobáticas, en las que se insertan los números de los artistas siempre dentro del guion trazado y dividido en escenas. Elemento importante para el cambio de las escenas es el audiovisual o videoescena que se proyecta, realizado con gusto, que nos traslada a vestíbulos de estaciones de tren de arquitectura de hierro, paisajes, interiores de vagones…, en función de la escena que se trate.
Y por supuesto está el elenco, que según ha confesado Carroll, es autor también de la dramaturgia porque trabaja con los artistas a partir de improvisaciones para componerla. Sorprende el esmero con el que se construyen las transiciones de escena a escena, y cómo se va componiendo y desmontando la escenografía (Anna Cappelluto) de cada una de ellas, hecha a partir de elementos muy básicos (sillas, maletas, burras…) que permiten a los intérpretes recrear rápidamente los decorados (vagón interior, un andén…) e incluir algo fundamental: los artefactos que les permitirán realizar sus números (trapecio, mástil, seda…).
Un nuevo número
Respecto a los artistas, muchos han sido reclutados de la Ecole National de Cirque de Montreal y casi todos son diestros en varias disciplinas, algunos además tocan algún instrumento o cantan y dominan la danza acrobática. Son buenos artistas, pero no hay números extraordinarios, con la excepción del "hand to top", un nuevo número circense de acrobacia que mezcla el trapecio con el mano a mano (uno de los desafíos para los artistas del circo moderno es justamente el de inventar números nuevos). Desde el suelo un grupo de intérpretes lanza a Sabine Van Rensburg hacia arriba para que sea recogida por la trapecista Marilou Verschelden y entonces ejecutan peligrosos ejercicios. La única red para la trapecista es la atención de los intérpretes apiñados debajo de ella.
El espectáculo permite que cada uno se luzca en su especialidad, aunque destacan mucho más las mujeres que los hombres: Maude Parent (aro aéreo y contorsionista, también canta), Sabine Van Rensburg (una auténtica pluma muy completa, que destaca en el trapecio de seda y en los lanzamientos como el citado "hand to top"), Anna Kichtchenko (impresionante con el hula hoop) y Marilou Verschelden (trapecio doble). Del grupo masculino, más pendientes de servir de soporte a ellas, destacan William Underwood (mano a mano y extraordinario en el mástil chino), Sam Renaud y Louis Joyal (mano a mano y Russian cradle), Pablo Pramparo (malabares) y Guillaume Paquin (cuerda, acrobacia y aéreos).
Si Quebec es el país de las compañías circenses, también tiene las mejores escuelas de circo (Ëcole Nationale de Cirque de Montreal y la École de Cirque de Quebec), teatros dedicados exclusivamente al género (La Tohu), prestigiosos festivales (Montreal Completamente Circo), ferias (Mercado Internacional de Circo Contemporáneo) y toda una serie de instituciones públicas, organismos y redes (interesante En Piste, que agrupa a todos los profesionales) que apoyan a artistas y prestan todo tipo de servicios, como por ejemplo espacios para entrenar o centors de atención terapeútica donde curar lesiones. El ambiente es tan proclive al circo, que se han apropiado del sello "circo moderno" y hoy pasan por ser los renovadores del género.
Esta pasión por el circo, según la directora de este espectáculo, se explica porque "una de las razones por las cuales Quebec juega un papel importante en el mundo del circo es porque se da un fuerte deseo de un arte sin palabras. La cuestión del lenguaje en esta provincia es un tema muy sensible, fuente de divisiones. El circo, por otro lado, une a personas de todos los ámbitos de la vida. El circo es reconocido como una forma de arte por el gobierno, lo que le otorga legitimidad y poder. No ocurre lo mismo en otros lugares, como por ejemplo en Estados Unidos, donde el circo está más estigmatizado".