Primo Levi sentenció en Si esto es un hombre que el ser humano había tocado fondo con el Holocausto. “Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse”. Por eso, en su estremecedor relato sobre su experiencia en Auschwitz – que completó con La tregua y Los hundidos y los salvados– explica que una forma de resistencia, de “negar nuestro consentimiento”, era el aseo personal, andar derechos sin arrastrar los pies, “para seguir vivos, para no empezar a morir”.
"Rossell es un hombre ambiguo, pero ¿es por eso una buena o una mala persona?, ¿un cobarde?, ¿un falso?, ¿un idiota? Quizá sea todo eso y más".
Testimonios como este, basado en la dignidad, la verdad y la memoria, fueron desarrollados y trasladados a imágenes por Claude Lanzmann en los documentales Shoah (1985) y Alguien vivo pasa (1997), referentes necesarios sin los cuales el director y guionista Felipe Vega (León, 1952) no hubiese escrito Un hombre de paso, la recreación escénica de la entrevista que Lanzmann tuvo con Maurice Rossell, un oficial suizo de la Cruz Roja que durante la II Guerra Mundial pudo inspeccionar los campos de Auschwitz y Theresienstadt en unas visitas convenientemente maquilladas por los nazis y que el joven Rossell, sin hacer las preguntas debidas, transformó en informes condescendientes.
El texto de Felipe Vega, situado en la década de los 80, llega este 3 de febrero (tras su paso por el Lope de Vega de Sevilla) a las Naves del Español de Madrid bajo la dirección de Manuel Martín Cuenca (El Ejido, Almería, 1964), dos amigos y consolidados referentes en el mundo del cine (Vega por películas como Mujeres en el parque y Nubes de verano, Martín Cuenca por La hija o El autor) que se pasan ahora a la escena.
No son del todo desconocidos en este medio. En 1996 el autor de Un hombre de paso dirigió El beso de la mujer araña con Pepe Martín y Jorge de Juan, y su compañero en el proyecto levantó en 2009 Amor de mono, de Javier San Román. Ninguno puede ocultar el entusiasmo que han puesto en este montaje protagonizado por Antonio de la Torre (en el papel de Rossell), María Morales (Anna, la periodista que “sustituye” a Lanzmann) y Juan Carlos Villanueva (un testigo, un invitado excepcional llamado Primo Levi).
Vega no oculta que descubrió grandes posibilidades de representación desde que vio los trabajos de Lanzmann en los ochenta y ha sido ahora cuando se ha lanzado a escribirlo para Martín Cuenca, que encontró en esta historia una magnífica ocasión para trabajar en el teatro junto a De la Torre. “Me interesaba el núcleo central de los hechos como a un historiador, que no soy –sostiene Vega a El Cultural–. Al escribir nunca me he olvidado de que estaba trabajando a partir de un suceso real, con personas reales y en un momento histórico del siglo pasado que, a mi modo de ver, sigue ahí, entre nuestro recuerdo y nuestro olvido, igual que una mancha incómoda difícil de quitar”.
Martín Cuenca destaca en la historia la fascinación que tiene el ser humano para autoengañarse: “Poseemos la imaginación y también su reverso siniestro: la negación. Somos capaces de crear las ficciones que nos convienen y de convencernos de que son ciertas. Me parece fascinante porque significa que la naturaleza humana tiene más que ver con la mentira que con la verdad”. Duras conclusiones que serán avaladas a lo largo del texto de Felipe Vega, que no da tregua al espectador con unos diálogos trepidantes y directos que, en ocasiones, llegan a cortar la respiración.
Las palabras de Levi, como en sus libros, van surgiendo de la mano del autor como cristales rotos que hieren ante cualquier intento de atenuar o de mirar hacia otro lado en lo que respecta al horror de los campos de concentración nazis: “Últimamente siento un olvido generalizado, nada inocente, y me inquieta, sinceramente. No han pasado cincuenta años [en el momento de la acción] y antes de conocer bien los hechos se quieren ignorar. No me gusta, me parece que no presagia nada bueno”.
Para Vega, la presencia de Levi en la obra (en las entrevistas de Lanzmann no estuvo) es “una sombra amable, un incómodo recuerdo de la Historia con voz y memoria, lo que lo convierte en más incómodo todavía”.
Martín Cuenca considera al escritor italiano como una persona “que tuvo el valor de contar lo que vivió, de transmitir su conocimiento, entendido como experiencia emocional y como testigo del horror. Se atrevió a interrogarse a sí mismo”. Otro personaje central de Un hombre de paso es Maurice Rossell, que hace saltar el conflicto ante las incisivas preguntas de la periodista. Hay mucha expectación por ver cómo afrontará Antonio de la Torre un personaje tan escurridizo, tan ambiguo y tan cuestionable como el oficial de la Cruz Roja que no vio, o no quiso ver, lo que estaba ocurriendo en los dos campos de exterminio a los que logró acceder en nombre de la institución que representaba. “Rossell somos todos”, afirma categórico Martín Cuenca. “La mayoría de la población es como él, que solo quiere ver lo que le conviene. Rossell, por desgracia, es un cobarde de los nuestros, un mediocre más, que prefiere engañarse a sí mismo y persistir en el error antes que rectificar”.
“Rossell –tercia Felipe Vega– reúne todos los elementos de eso que solemos llamar “la condición humana”. Puede representar a millones de personas en cualquier lugar del mundo. Es un hombre ambiguo, pero ¿es por eso una buena o una mala persona?, ¿un cobarde?, ¿un falso?, ¿un idiota? Quizá sea todo eso y más. Es un espejo de nosotros mismos y su comportamiento nos pone ante la pregunta de qué hubiéramos hecho cada uno de nosotros en su lugar”.
La puesta en escena de Un hombre de paso dejará sobre las tablas un reguero de preguntas que habrá que contestar tras haber digerido las afiladas palabras que Vega ha recreado para que la sociedad actual tome buena nota de los resortes que mueven la memoria y el olvido. El montaje será “minimalista” e irá a la almendra, como reconoce Martín Cuenca, que se ha centrado “en lo único necesario”. Vega se confiesa “impresionado” por los ensayos a los que ha podido asistir: “Es una sensación extraña, difícil de explicar. Pensar que las palabras de los actores las he escrito yo... es una experiencia muy diferente al cine, no cabe duda”.
Cine y teatro son ya dos formatos que han pasado por el talento de estos compañeros de fatigas que se entregan a sus posibilidades (mejores o peores) con la misma pasión creativa. Para Felipe Vega, que acaba de terminar el corto Por lo demás, todo bien y se encuentra escribiendo una biografía de la escritora italiana Natalia Ginzburg, son tremendamente distintos: “Dicho esto, dirigir teatro cambió por completo mi forma de abordar el trabajo con los actores. Quiero pensar que lo mejoró. Escribir Un hombre de paso ha sido una experiencia que todavía no he asimilado”. Martín Cuenca pone el foco en los medios técnicos a la hora de valorar la relación con ambos medios: “No son las mismas herramientas que en el cine sino otras más rudimentarias. Esto me excita, en realidad, porque la posibilidad de equivocarme y la pérdida de control es aún mayor. No tengo miedo al fracaso, la verdad, o eso quiero creer. De hecho, me parece que el fracaso es la mejor escuela”.
Con Un hombre de paso tanto Vega como Martín Cuenca buscan poner encima de las tablas las grandes preguntas del ser humano. Pero ¿echan de menos que el teatro actual se plantee estas cuestiones? ¿Lo hace? ¿Hacia dónde camina en estos momentos? Martín Cuenca considera que el que más llega al público está contaminado por la televisión, las plataformas y la popularidad de los famosos. “Normal, porque eso está ocurriendo en todos los sectores”.
Vega no solo echa en falta las grandes preguntas sobre el escenario, “echo de menos que la gente se haga preguntas en general”. Los problemas por los que atraviesa la escena, precisa el autor, no son distintos a los que pueda atravesar el cine, la pintura o la novela: “Su ‘obediencia’ al mercado es grande. Hoy es más difícil encontrar una obra escrita con libertad, ajena a modas o imposiciones económicas. Por otro lado, no deja de haber puestas en escena interesantes como algunas revisiones de clásicos”.
En esta coyuntura es como se abre camino Un hombre de paso, una soberbia historia que plantea la difícil relación entre el testimonio vivido y el negacionismo más gratuito. Otra cuestión esta última que Vega explica apoyándose en Levi y en una actualidad que no presagia nada bueno: “Digo que no a todo y tú demuéstrame que es verdad lo que dices. Una forma muy hábil, por lo que se ve, de dar la vuelta a lo que sea. Mantengo que no hay pasos de cebra pero si me dices que vaya a verlos no pienso acompañarte, ni aportar pruebas que se sostengan. Parece un fracaso de la cabeza más que un tropezón circunstancial de la razón. Psiquiatras y psicólogos tienen trabajo asegurado en los próximos decenios”.