Laila Ripoll, directora del Teatro Fernán Gómez, se ha propuesto mover el foco que alumbra algunos mitos españoles para dar cancha también a las mujeres que había, opacadas, a su alrededor. Lo ha hecho, por ejemplo, acogiendo en la programación Las hermanas de Manolete, de Alicia Montesquiu, que descubre las humillaciones y las asperezas que tuvieron que sufrir las dos que tuvo el canonizado diestro. Y a partir de este jueves sube a escena Vicenta, la madre de Lorca, figura primordial en la forja de la personalidad del poeta granadino pero cuya presencia en las biografías sobre él está despachada con breves pinceladas.
Lorca, Vicenta es una pieza escrita nada menos que a seis manos, las de Yolanda Pallín, Jesús Laiz e Itziar Pascual. La idea de tirar del hilo de Vicenta partió de José Bornás, de la compañía Apata Teatro, que había vislumbrado el potencial de este personaje al leer el epistolario que cruzó con su primogénito. Fue también un material de base capital para la escritura del texto en el que aflora, como apunta Pascual a El Cultural, “una mujer que había tenido que enfrentarse al dolor de la pérdida muy pronto; que encontró aliento y motivación en la enseñanza y que confió en la literatura, el teatro, la música y la poesía. También una mujer que habitó dolorosamente el silencio, que padeció la guerra y el exilio”.
Lorca, como buen hijo agradecido, llegó a decir de su madre: “Le debo todo lo soy y seré”. En su infancia, ella plantó en su conciencia la semilla de la literatura, que sería el ámbito expresivo en el que haría carrera su vástago. Admiraba el teatro de Victor Hugo y tenía una fuerte vocación por la docencia, aunque estaba constreñida por el matrimonio. "La ley impedía ejercerla a las mujeres casadas”, aclara Pascual. Por eso, enseñaba a leer a las mujeres y los gañanes de la casa. Vicenta fue muy consciente de su potencial: de su fuerza y de su talento. “Sabe leer entre líneas muy bien a su hijo y lo alienta. Ella se ocupa del dinero que necesita “para estar decentemente” en Madrid [durante su estancia en la Residencia de Estudiante], para publicar su primer poemario y es la que le escribe cartas con regularidad”.
Pero Vicenta, encarnada en por una Cristina Marcos dirigida por Bornás, cometió un error gravísimo. Obrando con la mejor intención, lógicamente, recomendó al autor del Romancero gitano regresar a Granada. Creía que iba a estar más seguro en su ciudad natal que en la capital. “Vicenta arrastra toda su vida el dolor de ese consejo. Nunca volverá a Granada, nunca”, apunta Pascual. El dolor la atraviesa. Y su huella jamás desaparecerá tras saber que su hijo ha sido fusilado antes de clarear la mañana del 18 de agosto de 1936.
Más muerte en la vida de esta madre coraje que ya había perdido a Luis, hermano de Federico, a edad muy temprana. Vicenta ni siquiera llegó a conocer a su padre y su madre murió muy joven. En el 36, además, fue asesinado su yerno, Manuel Fernández-Montesinos, alcalde de Granada. Destrozada, se exilió en Nueva York. Y no le quedó más remedio que seguir haciendo por vivir porque, a fin de cuentas, debía seguir auspiciando a sus otros hijos y a los nietos que le fueron llegando. Pascual, Pallín y Laiz intentan redimirla de algún modo. Exonerarla de esa culpa lacerante que la martirizó hasta su muerte.
Vicenta, Lorca se constituye casi como un monólogo, aunque también aparece un personaje denominado La Bala (voz en off de Anais García), que opera como “contrapunto especulativo”. Por otro lado, distintas representaciones de Lorca la interpelan durante la puesta en escena, en la que se evocan los espacios íntimos de Vicenta en diversas ciudades y pueblos: Meco, Madrid, Nueva York y Granada. También comparecen títeres, que, dice Pascual, atraían mucho a Federico, y un piano (Cristina Presmanes a las teclas), instrumento totémico en el universo lorquiano que aquí pauta el peregrinaje sufriente de Vicenta.