No es El cuidador una obra de Harold Pinter de la que haya rastro de montajes de relieve en nuestra cartelera en los últimos años. Sin embargo, tuvo una importancia crucial en su carrera ya que fue el primer texto que le procuró un éxito comercial en el West End de Londres. La estrenó en el Arts Theatre Club en 1971 y un poco más de medio siglo después Antonio Simón la retoma en el Teatro Bellas Artes de Madrid, donde podrá verse a partir del próximo miércoles 16, con una tripleta actoral compuesta por Joaquín Climent, Álex Barahona y Juan Díaz. Es pues un regalo tener la oportunidad de ampliar y profundizar en los recovecos de la sustanciosa e inquietante dramaturgia del Nobel inglés.
Algunos críticos califican El cuidador de clásico contemporáneo. Pero Simón le da la vuelta a esta etiqueta. “Yo prefiero hablar de contemporáneo clásico del siglo XX. Lo es, en mi opinión, porque sigue resonando en nuestra manera de vivir en el presente. Y es que no siempre ser actual es sinónimo de contemporáneo”, precisa a El Cultural. Él, de hecho, ha traído la trama pinteriana a nuestros días para hacerla más reconocible. Asegura que lo que acontece sobre las tablas podría pasar en cualquier ciudad española hoy. Se refiere a la intrincada relación triangular que Pinter confeccionó a partir de la realidad que lo circundaba. Los dos jóvenes hermanos (Micke y Aston) que acogen a un vetusto vagabundo (Davies) en su casa están inspirados en sus vecinos en el edificio donde vivía con su primera mujer, situado en el barrio londinense de Chiswick.
“Risas e incomodidad son señas de identidad de pinter, que aquí combina compromiso, misterio y psicología”. dice Antonio Simón
La acogida del nuevo inquilino, iniciativa de Aston, tipo que padece ligeros trastornos psíquicos y que ha sido tratado con electroshocks, se prolonga solo unas semanas. En ese tiempo los tres intentan organizarse para afianzar una comuna solidaria de ayuda mutua. La cultura de los cuidados, tan reivindicada en estos tiempos por mor del virus, aflora así como uno de los ejes temáticos centrales de El cuidador (el título es ya un indicador manifiesto de por dónde van los tiros). “Son tipos que se necesitan y que podrían construir algo juntos, y dar así coherencia a sus vidas. El espectáculo explica ese encuentro que se transforma en un desencuentro con el humor ácido y la fina ironía británica del autor”, apunta Simón, que el año pasado se adentró en la Italia meridional con la emotiva y aleccionadora de la mano de Eduardo di Filippo (Nápoles millonaria).
El plan de convivencia, en el que a Davies se le encomienda que ejerza como portero de la finca, no cuaja. Por culpa, aduce Simón, de “la ausencia de amabilidad”, que abre paso a las imposiciones unilaterales y al maquiavelismo. El autor de El montaplatos nos revela así el drama de “nuestra incapacidad de cuidar a quienes están en la periferia social”. Es la carga de profundidad que coloca bajo su texto, una tragicomedia adscribible al Teatro del Absurdo cultivado, tras la convulsión emocional de la II Guerra Mundial, por Ionesco, Beckett, Albee, Genet… Todos ellos acudieron a las simas del subconsciente para sacar a relucir realidades no domesticadas por la razón y las convenciones. De ese viaje indagatorio, que hurgaba heridas profundas, emergió también una de las constantes que ensarta buena parte de la obra de Pinter: la imposibilidad de una comunicación satisfactoria entre los seres humanos. El otro como arcano indescifrable. En El cuidador también concurre. Es un factor añadido que sabotea cualquier empeño de cohabitación armónica.
Ironía dramática
En cualquier caso, no falta el humor con inconfundible acento brit. Aunque Simón acude a Pirandello para definir el que se gasta en la obra: nada más serio que aquello ridículo y nada más ridículo que aquello serio. “Además –añade–, Pinter juega a invertir la ironía dramática, ya que los personajes suelen tener más información que el público, lo cual genera una comicidad muy especial. Algunos comentarios y acciones, si no fueran risibles, serían despreciables. Risas e incomodidad son señas de identidad de este gran autor, que aquí combina el humor, el compromiso, el misterio y un particular don para entender el comportamiento humano”.
Todo ese sabroso cóctel lo condensa Simón en una puesta en escena que busca ser cercana e identificable por el público que se acerque a verla al Bellas Artes estos días. “El espacio va a sorprender, hemos querido romper con la estética tradicional naturalista. Tiene una gran fuerza visual y plástica. El vestuario es actual. Subrayamos los perfiles de los personajes, estos tres seres marginales, potenciando su poesía”, adelanta el director formado en origen en el Institut de Teatre de Barcelona y en posesión de un máster en psicología analítica del Institut Jung, un recurso a buen seguro útil para manejarse en los laberintos surreales de Pinter. Y para interiorizar en la mente de este peculiar grupo que conforman un sintecho con ínfulas aristocráticas, un tipo marcado por los tratamientos que recibió el psiquiátrico y un drogadicto con particular querencia por las sustancias psicodélicas. ¡Qué cartel, Mr. Pinter!