“Tristes guerras si no es amor la empresa, tristes armas si no son las palabras”. Los versos encadenados de Miguel Hernández, del que conmemoramos los 80 años de su muerte, llegan certeros y afilados también a la actualidad teatral, que nunca está al margen de los acontecimientos que eclosionan en nuestra rutina con el alcance de una bomba de racimo.
El circuito alternativo madrileño nos ofrece tres formas de reflexionar sobre la guerra, tres propuestas que parten de una coyuntura bélica para terminar haciendo un retrato íntimo y personal del ser humano que la protagoniza. En la Mirador es un texto del alemán Falk Richter (Hamburgo, 1969) el que, partiendo de la guerra de Irak de 2003, pone sobre su escenario con ciertas dosis de ironía cuestiones como el papel del espectador en los conflictos armados o la crueldad que se esconde detrás de las imágenes que nos impactan.
Fuego en Irak
“Esta pieza trata de algo que va con todo el mundo, se quiera o no, aunque no nos afecte de la misma forma”, sentencia su director Rubén Romero (Barcelona, 1988), integrante además de la compañía Els Joglars, sobre Siete segundos, que puede verse este fin de semana en la sala de Lavapiés.
Sin salirnos del conflicto de Irak ni de las profundas heridas que deja la guerra, Juanma Romero Gárriz (Madrid, 1977) sube este viernes, 8, al Teatro del Barrio Fuego amigo, un texto de 2019 en el que busca explicaciones a la muerte de José Couso en el Hotel Palestina de Bagdad a causa de un proyectil estadounidense. La tragedia, interpretada en forma de monólogo por Marta Alonso, lleva el acompañamiento musical de la compositora Beatriz Vaca (Narcoléptica).
Romero Gárriz, autor también de la inquietante Prisionero en mayo (editada por la editorial Antígona), nos lleva a lugares inesperados y nos enseña una forma de entender la escritura dramática capaz de trenzar sin prejuicios el compromiso, la lírica y el drama. Atentos a esta corriente consolidada con el apellido de “documental”.
Antonia 'La Lirina'
Y triste postguerra española la que sufren los protagonistas de Amalia y el río, un viaje interior en el que Amalia (Magda García-Arenal) y el Hombre de Piedra (Cándido Gómez) nos trasladan a la Extremadura de 1942, un momento en el que el contrabando y el estraperlo conducen a la historia real de Antonia ‘La Lirina’, vecina de Olivenza (Badajoz).
La voz de Amalia es la de una mujer fuerte, socarrona y astuta que se enfrenta a las autoridades vencedoras a través de una forma de vivir que quedó incrustada en el tejido social. Producida por Guirigai y escrita y dirigida por su fundador Agustín Iglesias (Madrid, 1953), puede verse, hasta el día 10, en Lagrada, un lugar propicio para evocar a toda aquella gente que tiene que recurrir a formas extremas de supervivencia empujada por la barbarie, tal como vemos estos días en las poblaciones de Ucrania.