Cuando el dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906) escribió El pato salvaje se encontraba buscando la forma de dar un nuevo giro a sus obras. Por eso buscó la inspiración en la tibieza del clima italiano. El aire de Roma, llegó a reconocer, “aumenta enormemente mis ganas de crear”.
“Siento que ha habido poco espacio para desarrollar mi proyecto artístico de renovación al frente de La Abadía”. Carlos Aladro
Será por este incontrolado entusiasmo meridional, será por una cruenta biografía marcada por ser hijo ilegítimo y por una mala relación con su padre, por lo que los personajes de este texto, estrenado en Bergen en enero de 1885, nacieron tocados ya por la fuerte influencia de las pasiones encapsuladas en la familia.
Tal fue su entusiasmo, que nuestro autor se atrevió con los conflictos de dos: los Werdel y los Ekdal. La “enfermedad” de sus integrantes no llega al escenario infectada por las heridas del amor. La causa de sus problemas existenciales, según diagnostica el propio Ibsen en su correspondencia, es “mal de familia”.
Irracional, trascendente, simbólico
“Con esta obra Ibsen abre una grieta, añade una capa más a su descubrimiento del ‘drama realista’ por el que se cuela lo inconsciente, lo irracional, lo trascendente y lo simbólico –explica el director de la obra Carlos Aladro, cuya puesta en escena podrá verse a partir del 17 de mayo en el Teatro de La Abadía–. Para mí, todo lo que llamamos metateatral y político a partir de Brecht ya está sugerido poéticamente en la obra de Ibsen”.
Para Aladro, que ya se adentró en 2007 en el mundo del autor noruego con El maestro constructor Solness para el Teatro Cornucópia de Lisboa, las familias que forman parte de esta historia son “una síntesis arquetípica de la burguesía postindustrial, capitalista, egocéntrica y patriarcal, que, pese a los muchos avances en derechos y libertades del siglo XX, sigue teniendo una vigencia total”.
Alonso y Buero Vallejo
No es la primera vez que la crítica social, el drama familiar y el simbolismo de El pato silvestre (como también se ha traducido) son lanzados sobre el público español. Una de las adaptaciones más celebradas es la que realizó en 1982 José Luis Alonso en el Teatro María Guerrero con la adaptación de Buero Vallejo y la interpretación de Encarna Paso, Nuria Gallardo, José Bódalo y Manuel Galiana, entre otros, un elenco capaz por sí solo de tocar el cielo escénico.
La versión que veremos en La Abadía ha sido adaptada por Pablo Rosal a partir de la traducción de Cristina Gómez-Baggethun (por primera vez vertida al castellano desde el noruego directamente), recogida en el volumen recientemente publicado por Nórdica. “Ibsen dotó a sus personajes de un modo de hablar único y singular. Cada uno de ellos tiene sus propios giros, vocabulario y expresiones con las que el autor va trazando detalladamente su carácter, su gusto y hasta sus orígenes sociales”, señala en el prólogo del volumen Gómez-Baggethun.
Para Rosal montar una obra de Ibsen en pleno siglo XXI es un acto de devoción teatral que debe ser celebrado: “Es, si cabe, un acto de resistencia extremadamente útil y necesario. Quizá no hay nada que defina mejor nuestro tiempo que el consumo hiperindividualizado de dramas complejos. Y en eso Ibsen tiene bastante que contarnos. En un mundo que perdía referencias y valores de forma precipitada y terminal consolidó una forma dramática que conseguía abrazar la confusión moderna que se expandía sin freno. Su drama conquistó la humanidad”.
Juan Ceacero, Pilar Gómez, Nora Hernández, Ricardo Joven, Javier Lara, Jesús Noguero y Eva Rufo darán vida a la tela de araña que se tejerá en torno a ambas familias. “Ibsen trata a todos sus personajes con la misma dosis de amor que de crueldad. A mí me gusta pensar que lo hace para recordarnos nuestra fragilidad, nuestra imperfección y la imperiosa necesidad de tomar conciencia más allá de lo ideológico o de lo religioso, diría que a partir de los afectos, para poder alcanzar alguna nueva luz”, añade Aladro con palabras que bien podrían reflejar su reciente sustitución en la dirección de La Abadía por el dramaturgo y académico Juan Mayorga.
Una situación compleja
Sobre este inesperado desenlace al frente del teatro madrileño explica a El Cultural: “La Abadía es una fundación cuyo gobierno depende de su Patronato, que fue el que me propuso hacerme cargo de la dirección general en 2019. Ahora, tras una serie de cambios políticos y orgánicos, ha decidido finalizar esa encomienda. La gestión cultural en este país es así. Me ha tocado lidiar con una situación muy compleja a nivel interno y con una pandemia. Siento que ha habido poco espacio para desarrollar mi proyecto artístico de renovación. A Juan Mayorga le tengo en una altísima estima y consideración y solo puedo desearle la mejor de las suertes. Me tiene a su entera disposición”.
Palabras que se cruzan con las utilizadas por Gómez-Baggethun para definir el espíritu creativo de Ibsen: “En el preciso momento en que el arte se muestra más libre, menos sumiso y considerado, es cuando se torna más profundamente político”.