Joan Carreras (Barcelona, 1973) culmina en Madrid la gira en español de Historia de un jabalí o algo de Ricardo, un celebrado monólogo teatral con el que ha vuelto al Teatro de La Abadía por segunda vez y que ha llevado por numerosas plazas del país desde 2020. Teatro de palabras para ser masticadas por el respetable como atípica declaración de amor al teatro. Las palabras son del uruguayo Gabriel Calderón, que firma un extraordinario texto donde la ambición del malévolo Ricardo III ofrece una chocante semejanza con la del actor que lo interpreta. El engendro de personaje que resulta de esta analogía, con todas las cartas en contra (es ególatra, soberbio, machista, ambicioso…), logra sin embargo encandilar al espectador con la tremenda creación interpretativa de Carreras.
Pregunta. El autor Gabriel Calderón, al comienzo del texto, sugiere que el actor que vaya a hacer Historia de un jabalí tiene que escoger los fragmentos que más le gusten para interpretar. Usted, sin embargo, dice el texto completo.
Respuesta. Gabriel es un vacilón, ese prólogo del principio es porque él no pensaba en dirigirlo cuando lo escribió, sino que lo estrenó un director argentino y escribió esas notas para decirle que hiciera lo que quisiera. Yo me tomé el texto muy en serio cuando me lo propuso el Festival Temporada Alta, no conocía a Gabriel y, además, tuvimos muy poco tiempo para ensayarlo porque los hicimos en época de pandemia, durante el confinamiento. Por ello fue importante para los dos tener las cosas claras y ser muy cómplices. Y realmente así fue.
P. Es chocante por original la analogía que establece entre un personaje malévolo como Ricardo III, que es todo ambición y radicalidad, con la del actor que le da vida en el teatro y que vive tan apasionadamente su oficio.
R. El autor y yo siempre pensamos que Ricardo III es un pretexto para poder hablar de teatro. Es verdad que Ricardo III es muy radical y su personalidad es muy apetitosa para un actor y para un director. Y esta analogía con un actor es fantástica porque resuena por muchos sitios: ese actor narcisista, homófobo, machista… hay una serie de actores clásicos que podrían retratarse así. Pero lo interesante es que la analogía no deja de ser una búsqueda apasionada de algo: Ricardo III busca el poder por encima de todo, y el otro también busca apasionadamente un cierto poder, un cierto reconocimiento como actor. Son ideas dispares, pero ellos lo sienten igual, esas ganas de pasar por encima de cualquier persona y de cualquier cosa para alcanzar lo que desean.
P. ¿Cree que la pasión por el teatro de su personaje justifica su indigno comportamiento con sus colegas?
R. Teatralmente es muy divertido, desde luego, y por otra parte, el Joan Carreras actor que hace de Ricardo III es un personaje odioso, pero empatizamos con él, así como con Ricardo III. ¿Cómo es posible que el dolor ajeno o lo oscuro de un personaje, cuando se ve en un escenario, resulte tan hipnótico y acabe siendo perdonado? No deja de ser un reflejo de nosotros mismos, todos tenemos un pequeño ricardillo. Pero este personaje que hago es impúdico y es genial poder hacerlo de esta manera impúdica, políticamente incorrecta, gritada y sudada, porque la pasión redime al personaje.
"Si estamos censurándonos todo el día, llegará un momento en el que no podremos decir nada"
P. Justamente porque dice cosas políticamente incorrectas diría que el teatro en esta ocasión cumple una función terapéutica como la que hacían los bufones de antaño.
R. Yo me llamo Joan Carreras en la función y hago de actor, pero no soy yo realmente, ese es de mentira aunque me haya puesto mi nombre real. Yo no tengo nada que ver con este tipo de actor. Hacer de mí no es nada interesante, lo maravilloso de este trabajo es expresar tus ideas, tus partes más ocultas en la forma de un personaje. Y el personaje habla y yo lo encarno, y le doy voz, y le pongo el sudor. Pero cuando en el teatro intentamos cubrirnos las espaldas y ser políticamente correctos es como si nos protegiéramos nosotros mismos. Soy intérprete de la palabra de un autor, si estamos censurándonos todo el día, llegará un momento en el que no podremos decir nada.
P. Hace el personaje de Ricardo III y a la vez el actor ególatra que interpreta al personaje de Shakespeare que, a su vez, se llama Joan Carreras. Con este juego de roles el autor Calderón introduce ideas sobre el teatro, como cuando echa pestes de los métodos de actuación. ¿Pero en la vida real tiene un método de actuación?
R. Llevo unos años en los que mi nota mental es intentar trabajar lo más posible en el presente. La repetición en el teatro es terrible para el actor, porque te puede llevar a un lugar de estancamiento y a perder la verdad. El eterno santo grial del actor es la búsqueda de la verdad. Para mí la verdad tiene múltiples formas, no hay un solo tipo de verdad, sino que se esconde en muchos tipos de teatro, desde la comedia del arte hasta el teatro más contemporáneo, y me encanta trabajar en este espectro tan amplio. Desde hace un tiempo cualquier verdad es posible, pero lo que necesitas como actor es sinceridad y honestidad y ahí es donde está el trabajo. Y ahí está mi método: intentar trabajar el texto en el momento, que no se me pierda, que no se me escape, que me pasen cosas cada día un poco diferentes. Es un poco difícil.
P. Se diría que es una labor de Sísifo porque el teatro es repetición.
R. Sí. Pero intento evitar que la repetición pueda conmigo o, al menos, intento que la lucha sea igual. Y luchas contigo mismo porque cuando te vas a la repetición te puedes perder y equivocar y aparece el abismo terrible para el actor, como quedarse en blanco y otras cosas… Yo apuesto por ir hacia allí y, sobre todo, pasártelo siempre muy bien, el teatro con sangre no entra. El teatro entra con amor, con cariño, con complicidad.
P. La obra es una declaración de amor al teatro. Su personaje de actor critica a los directores, escenógrafos, autores… Defiende que el teatro es cosa, sobre todo, de los actores. ¿Calderón nos está deslizando su ideario?
R. Calderón es todo provocación. No habla desde un ideario, sino desde la provocación. Porque tanto él como yo no creemos que el actor funcione solo, el actor solo no sirve para nada, un actor necesita un equipo. Y esa lucha desesperada por la soledad de mi personaje forma parte de su personalidad, ya que para estar solo necesita dejar muchos cadáveres, a toda su compañía… Precisamente la crítica que tiene este espectáculo está en él mismo, en mi personaje, que acaba como acaba, repudiado por su compañía y por toda la sociedad.
"La repetición en el teatro es terrible para el actor, porque te puede llevar a un lugar de estancamiento y a perder la verdad"
P. Al principio dice el texto a mucha velocidad, habla muy deprisa, incluso nos cuesta entenderle, luego pasa al susurro, pero después vuelve al ritmo enloquecido que no nos deja respirar, pasa por muchos estados. Imagino que acabará agotado al final de la hora y cuarto de función. ¿Qué preparación le exige esta obra?
R. Exige estar preparado a nivel mental, de concentración, a nivel físico... Este texto tiene que ser así de vehemente. Cuando lo ensayábamos con Gabriel y lo intentábamos hacer más pausado e intelectual, el personaje resultaba estúpido. El personaje es un ególatra, machista, soberbio, lo tiene todo… pero en el fondo es un hombre apasionadamente enamorado de su trabajo, del teatro, lo que ocurre es que desafina cuando canta. El monólogo es muy cansado, me gusta mucho hacerlo pero es mucha responsabilidad. Me levanto por la mañana y todo el día gira alrededor del monólogo, necesito estar al cien por cien.
[Jordi Galcerán, un fijo en la cartelera madrileña]
P. Entiendo la fascinación que tiene para los artistas lo de hablar del teatro, pero me pregunto si puede trascender a un público más amplio. Lo digo porque desde hace unos años asistimos a una eclosión de obras metateatrales, ¿no es signo de cierto ombliguismo de la profesión?
R. Creo que este espectáculo no es metateatral, el público es un interlocutor más y si no está, yo me muero, pero no se rompe la cuarta pared. Estoy de acuerdo en que hay que ser muy delicado con usar la metateatralidad, porque entrar y salir de la cuarta pared hay que hacerlo con cuidado, no puede ser un recurso más como quién le mete música a un espectáculo. Y muchas veces es mejor contar una historia desde la cuarta pared. Y sí, la dramaturgia contemporánea se pasa a veces con este asunto.
P. En un momento determinado, su personaje de actor pregunta a sus colegas si no les da un poquito de vergüenza lamentarse y dejar de hacer teatro porque no han recibido una subvención. ¿Le da a usted vergüenza cuando sus colegas se quejan por ello?
R. No, no me da vergüenza, yo creo que la cultura tiene que estar subvencionada. Pero con esta crítica se pone de manifiesto hasta dónde llegaría este personaje para hacer teatro, porque lo haría de cualquier forma y de cualquier manera. Pienso que el teatro tiene que estar subvencionado, no somos un país lo suficientemente potente a nivel de espectadores para que el teatro viva por sí solo, necesita subvenciones, y bastantes más de las que tiene ahora, no tenemos un volumen de público grande. Pero no puedes apoyarte solo en eso, hay que trabajar antes, y es esa cultura del trabajo, del sacrificio y de la entrega de la que habla mi personaje.
"El teatro entra con amor, con cariño, con complicidad"
P. Su personaje no se contenta con buscar actores de su mismo calibre, quiere también espectadores apasionados.
R. Nadie se salva en esta escabechina, ni siquiera los espectadores. Es la apología del egocentrismo de este actor: "No solo no necesito a nadie, sino que tampoco os necesito a vosotros, espectadores". Y si necesitase a alguien, debería ser muy inteligente. La idea tiene una doble lectura, es patética por un lado, pero tiene también el sentido de que no quiere un espectador muy leído, sino uno que vaya al teatro con una cierta voluntad.
P. Creo que ahora dejará de hacer el monólogo y el próximo año volverá a la Villarroel de Barcelona para representarlo en catalán. ¿Es complicado pasar del catalán al castellano y viceversa?
R. Tengo la suerte de que lo he hecho mucho cuando estaba en la compañía estable del Lliure y estoy entrenado. En esta ocasión, lo hemos hecho por partes, no hemos mezclado, y eso facilita las cosas. Soy un actor bilingüe, me encanta trabajar en castellano pero ahora me tocará volver a hacerlo en catalán. Después me gustaría vaciar el montaje, hacerlo sin escenografía, casi sin nada, con una silla, para representarlo en lugares pequeñitos. Pero por otro lado, también quiero descansar, volver a trabajar con compañeros, actuar solo es aburrido.