Llegó con catorce años a París en compañía de su madre y a los diecinueve ya estaba sobre el escenario del teatro Les Mathurins, protagonizando Deirdre de los pesares, de John Synge. Su nombre artístico, previamente modelado en el Conservatorio de Música y Arte Dramático –ella se llamaba María Victoria– comenzó a sonar con un acento galo por los ambientes teatrales como 'Maguiá Casagués'. Le costó mucho esfuerzo, disciplina y cursos de dicción eliminar las "impurezas españolas" de su francés y afinar la entonación. Pero su voz grave de contralto resultaba cautivadora y su temperamento bilioso atrajo la atención de la crítica y del público, que vio en esta joven de melena morena, cara afilada y figura menuda una actriz dotada especialmente para la tragedia.
Mientras lograba abrirse camino en otros teatros (estrena a Ibsen, hace teatro por la radio), los alemanes ocupan París. Ello retrasa el estreno de la película Les enfants du paradis (1945), donde debutó con un papelito a las órdenes de Marcel Carné y en compañía de Jean-Louis Barrault y Marcel Herrand. En esta misma época participa en el rodaje de la tragedia psicológica Las damas del bosque de Boulogne (1945), de Robert Bresson, con el que no simpatizaba.
Sin embargo, el episodio más importante de estos años tiene lugar en 1944, cuando conoce al que será su gran amor: Albert Camus. Los amantes se entregan sin miedo, sabiendo que es un amor desesperanzado y clandestino. Camus está casado y ha prometido cuidar de su esposa. La actriz romperá con él cuando sepa que va a ser padre, pero retomarán la relación cuatro años después tras un azaroso encuentro en las calles de París. El carácter irresistible de este amor se manifiesta en las casi novecientas cartas que intercambiaron, epístolas que fueron publicadas en 2018 por Gallimard. Además, Alba editorial publicó el año pasado La única, de Anne Plantagenet, su biografía.
Casares se mueve en el ambiente artístico e intelectual del París de Sartre, de Simone de Beauvoir, Bataille… y por supuesto, de toda la órbita que rodea a Camus. Protagoniza tres de sus obras –El malentendido, El estado de sitio y Los justos– y disfruta levantando proyectos escénicos con su amante (La devoción de la cruz, Les esprits…). Como actriz trabaja con las grandes figuras del momento, como Charles Dullin, Gérard Philipe, Jean Servais, Serge Reggiani… Es una actriz instintiva, va de gira, acude a festivales, a grabaciones de radio, protagoniza portadas de revistas, rueda películas.
En 1951 estrena Orphée, dirigida por Jean Cocteau, que se convierte en una película de culto, donde su papel de La Muerte le procura un buen número de adoratrices. Poco después rodará Ombre et lumière (1951), de Henri Calef. Siempre defendió que le era más confortable el teatro, que podía enfundarse en un personaje y sentirlo de principio a fin. Volverá al cine en 1957, cuando Cocteau le pida participar en Le testament d'Orphée.
[María Casares, la única; por Luis María Anson]
En algunas entrevistas, Casares ha explicado que Camus y ella estaban hechos de la misma pasta. "Ella es negra mía… mi bella arena, mi finisterre, mi quemante, mi verdadera vida, mi pequeña victoria", escribe. Para ella, Camus fue junto con su padre, Santiago Casares Quiroga (último jefe del gabinete del gobierno de la República), los dos hombres que más influyeron en su vida, según escribe en su autobiografía Residente privilegiada (reeditada este año por Renacimiento). El título de estas memorias alude al pasaporte que le concedió el gobierno francés, ya que Casares nunca renunció a su nacionalidad española. Ni siquiera cuando le ofrecieron ingresar en la Comédie Française, para lo que tenía que adquirir la nacionalidad francesa.
Las tablas como patria
Prefirió dejar la prestigiosa groupe –donde representó Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, y Don Juan, de Molière– y pasarse a las filas del Théâtre National Populaire (TNP) de Jean Vilar. Logra encendidos elogios por su papel de lady Macbeth, que estrenó en Aviñón en 1954 dirigida por Vilar. También recibió críticas terribles por obras como María Tudor. Pero el tiempo que permaneció en el TNP hizo largas giras que la llevaron de la Unión Soviética a los países nórdicos, Estados Unidos y Canadá.
Ella siempre defendió que su patria era el teatro, pero estando de gira por sudamérica en 1957 cumplió su papel de embajadora de la República española. La comunidad gallega de exiliados de Uruguay y Argentina le dispensó un emocionante recibimiento que le hicieron recordar sus orígenes gallegos, sus lenguas (castellano y gallego) y las enseñanzas de su padre.
En los sesenta María se refugió en el teatro tras la muerte de Camus. Dejó el TNP y entró en contacto con Maurice Béjart para montar un oratorio-ballet (À la recherche de Don Juan). También se embarcó en una producción comercial –Cher menteur–, que le permitió comprarse su casa de campo de La Vergne, hoy Museo Casares. Tiene cuarenta años y en Argentina la invitan a actuar en español (ahora la critican por su acento francés) con Alfredo Alcón en Yerma, y después en Divinas palabras, dirigida por Jorge Lavelli, con el que inicia una estrecha relación artística (Medea, La mante polaire).
A su vuelta a París, participa en la polémica Los biombos, de Jean Genet, cuya representación tuvo que ser defendida por Malraux en la Asamblea Nacional. Tras la muerte del dictador, la actriz volvió por fin a España para protagonizar, en 1976, El adefesio, de Rafael Alberti, dirigida por José Luis Alonso. Fue un gran acontecimiento, pero la obra tuvo mala acogida. María volvió a Francia, enferma y triste, y lo que había sido un viaje en busca de su antigua identidad, le dejó un amargo sabor: "Quise seguir siendo española mientras era refugiada para compartir de alguna manera la suerte de los míos. Pero siempre pensé que el día en que pudiera volver a España me haría francesa, aunque acabara viviendo en España". Y así acabó como ciudadana francesa, cuando en 1980 obtuvo la nacionalidad tras casarse con André Schlesser. Nunca dejó de hacer teatro. Murió en 1996 a los 74 años.