Vuelve a los Teatros del Canal el binomio formado por Christian Hecq (Bruselas, 1964) – director, actor, miembro de la Comédie-Française y Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras– y Valérie Lesort (Avignon, 1975) –directora, actriz, autora y artista visual–.
Si hace tres años se presentaban en el escenario de la Comunidad de Madrid con el bellísimo espectáculo 20.000 leguas de viaje submarino, basado en el clásico de Julio Verne, este miércoles lo hacen con La mosca, un montaje en el que se cruzan el relato de George Langelaan, las versiones cinematográficas de Kurt Neumann (1958) y David Cronenberg (1986) y la serie de televisión gala Strip-tease, en concreto al episodio El platillo volante y el loro.
“Queríamos hacer esta historia creíble para el teatro”, puntualiza a El Cultural Hecq, que también ha subido a las tablas La metamorfosis de Kafka. “Nuestra idea no era competir con los efectos especiales del cine. En este caso, y pensando en la escena, hemos optado por la relación madre-hijo, que nos parecía más interesante que la de pareja”.
“Ver terror en el teatro primero provoca risa pero a medida que avanza el espectáculo el miedo se instala y entonces ya no nos reímos tanto”. Christian Hecq
Y es que la propuesta del Théâtre des Bouffes du Nord nos abre las puertas a una época, los años sesenta, y a un lugar, un pueblo retirado, un páramo, en el que todo es posible aún tecnológicamente. “Amamos la estética de esa época”, matiza Lesort. En ese ambiente vive Robert con su madre, Odette. Tiene unos 50 años, es calvo, barrigón y malhumorado. En definitiva, un solterón que pasa su tiempo en un garaje donde intenta montar una máquina de teletransporte.
Odette observa las supuestas investigaciones de su hijo. Preocupada por el aislamiento en el que vive, decide invitar a tomar una copa a la cohibida Marie-Pierre... Para el director, que ha montado también junto a Lesort Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, y El burgués gentilhombre, de Molière (interpretando a un antológico Monsieur Jourdain), el humor y el terror van siempre de la mano.
Al saltar al teatro juntos, subraya, adquieren una nueva dimensión: “Ver terror en el teatro primero provoca risa pero a medida que avanza el espectáculo el miedo se instala y entonces ya no nos reímos tanto”. La marca del dúo galo (acompañado en escena por Christine Murillo y Jan Hammenecker) es integrar de forma natural lo visual con el arte del movimiento.
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En La mosca no solo nos meteremos en el laboratorio de un friki, medio idiota, medio premio Nobel. Seremos testigos de cómo se puede agitar y mezclar en escena una química sorprendente que gira, entre lo grotesco y lo visual, hacia un campo de juego donde se disparan la diversión y la extravagancia, la comedia tierna y el constante lenguaje corporal.
“El espectáculo está recomendado a partir de los 12 años”, aclara Hecq, consciente de que la peripecia de Robert (personaje encarnado por él mismo) puede llegar a un público amplio, que disfrutará con los botones, las pantallas, las palancas, los diales y los telepods que componen ese mundo caducado de ciencia ficción.