Joan Arqué le pasó a Anna Maria Ricart el libro de Slavenka Drakulic Como si yo no estuviera (Anagrama), un texto que nació de cientos de entrevistas a mujeres víctimas de violencia sexual durante la guerra de los Balcanes. Drakulic quería confeccionar un ensayo sobre la tragedia pero la brutalidad de los relatos le hizo reconsiderar la intención original. Al final, se decantó por tejer una novela. A Ricart, que venía rebotada del periodismo, le pareció un punto de partida muy estimulante.
Ambos viajaron a los Balcanes para documentarse con vistas a confeccionar la dramaturgia (ella) y la puesta en escena (él). Hicieron por su parte más entrevistas. Tantas que el itinerario trazado primigeniamente también se alteró. “Una de las noches en Sarajevo, cuando estábamos cenando después de una jornada de grabaciones, planteé a Joan abandonar la idea de adaptar la novela y crear un texto nuevo. Me habían impresionado tanto esas mujeres, esos jóvenes, que creía que tenía material para escribir una obra propia”, explica Ricart a El Cultural.
Este es el germen de Hay alguien en el bosque, obra que, tras su paso por la Sala Beckett de Barcelona, se presenta en La Abadía el día 23, con un reparto encabezado por Ariadna Gil, a la que acompañan Chantal Aimée, Óscar Muñoz, Magda Puig, Judit Farrés, Erol Ileri y Pep Pascual. Representan a víctimas y verdugos de aquella contienda fratricida y, a la vez, a sí mismos, porque la dramaturgia propone un viaje de constante ida y vuelta entre el frente bélico balcánico y la Barcelona olímpica y festiva del 92. Un contraste que evidencia cómo se vivió en Europa occidental –completamente de espaldas– aquella guerra. “Es algo que todavía duele”, apunta Ricart.
Contra el maniqueísmo
En su pieza ha intentado evitar el maniqueísmo. Pone el foco sobre tres mujeres bosnias pero de orígenes diferentes (musulmán, serbio y croata). Todas castigadas por la lacra de las violaciones. “Pero es cierto que el 90 por ciento las sufrieron mujeres musulmanas en un intento, por parte de los serbios, de herir de muerte al pueblo musulmán”, señala Ricart, que también afronta en Hay alguien en el bosque las consecuencias de este tipo de atrocidades. En particular, los traumáticos alumbramientos de hijos no deseados.
“Cada madre hizo lo que pudo. Hubo algunas que se los quedaron aunque eso supusiera un estigma en una sociedad tan patriarcal. Otras prefirieron darlos en adopción porque son un recuerdo viviente del horror que pasaron”, explica la autora catalana, cuyo proyecto también ha dado pie a un documental del mismo título que puede verse en Filmin y a dos exposiciones fotográficas. Las palabras de todas ellas son el epicentro del montaje elaborado por Arqué. Inevitablemente, aflora en él una oscuridad siniestra. Pero, matiza Ricart, “también hay sitio para la luz y la esperanza”.