La Biblioteca Castro ha venido reuniendo en su catálogo todas las comedias y autos sacramentales de Calderón (1600-1681). Otros autores del canon del Siglo de Oro han recibido trato similar y, tras completar esta hercúlea tarea, la editorial ha comenzado a publicar antologías de estos autores con sus títulos más destacados reunidos en un único volumen. Lo hizo con Lope en Ocho comedias magistrales y ya está en las librerías Calderón esencial.
El tomo lo introduce un valioso estudio del profesor y dramaturgo Ignacio Amestoy, que revisa la construcción dramática de estas ocho piezas, las analiza y pone en relación con otras de autores precedentes y posteriores, rastrea en ellas el posicionamiento teológico de un autor identificado con la Contrarreforma, los episodios históricos que las inspiran y otros datos del entorno del autor. Incluso, aborda la recepción de sus obras en otros países.
Calderón escribe inicialmente para la corte española, afincada definitivamente en Madrid. Comienza su ascenso con Felipe IV y la llegada del conde-duque de Olivares en 1622 y permanecerá como heredero del gran Lope, ya en retirada, durante veinte años, hasta 1642. Aunque en opinión de Amestoy no es tan gran poeta como Lope, tiene un profundo conocimiento de la arquitectura dramática (con el uso frecuente de los apartes para interrumpir una situación y animar la acción, también como técnica reflexiva y distanciadora), es muy versátil con los géneros dramáticos y experimenta en diferentes escenarios.
Ignacio Amestoy ofrece un valioso prólogo que da mucha importancia a la formación jesuítica del autor
De ello dan muestra las ocho obras seleccionadas, donde conviven los dramas filosóficos y de hondura existencial (La vida es sueño, El príncipe constante, El mágico prodigioso) con otros históricos (La cisma de Inglaterra, que Amestoy analiza con sobrada erudición comparándola con Enrique VIII de Shakespeare, ya que trata del mismo episodio), comedias palaciegas para la corte de Aranjuez (Casa con dos puertas mala es de guardar), de capa y espada (La dama duende, probablemente la más ingeniosa), y dramas de honor o de comendadores (El médico de su honra y El alcalde de Zalamea, escritas a partir de otras anteriores de Lope).
Amestoy da mucha importancia a la educación jesuítica recibida por Calderón en el Colegio Imperial de Madrid (hoy Instituto San Isidro), ya que sostiene que el gran argumento de sus obras gira en torno a la libertad individual. Nuestro autor entiende el libre albedrío desde la posición teológica que los jesuitas defendieron en el Concilio de Trento medio siglo atrás: todos los hombres son iguales ante los ojos de Dios, pero hacer el bien o el mal depende de cada uno, como demostrará Segismundo cuando rompa sus cadenas.
Hay dos temas más que, según Amestoy, “son los ejes sobre los que girará el teatro del Siglo de Oro”, y que también fueron aportaciones jesuíticas en el citado Concilio: la Eucaristía (tratada por Calderón en sus autos sacramentales) y la Comunión de los Santos, que adopta forma de comedias de santos o teatro aleccionador (El príncipe constante).