Un detective privado recorre Barcelona espoleado por el contenido de una nota misteriosa. Los personajes que salen a su paso son todos sospechosos del asesinato del fotoperiodista alemán Franz Ziegetribe. El sabueso solo cuenta con dos herramientas: su intuición y su capacidad para observar cuanto le rodea. Son los primeros tramos de Asesinato de un fotógrafo, relato de Pablo Rosal que, tras pasar por la sala Beckett de Barcelona, llega al escenario de La Abadía este jueves, 13 de abril, con el propio autor como protagonista y con la dirección de Ferran Dordal i Lalueza. Esta “fabulosa carambola” tiene la huella indeleble del noir detectivesco clásico, un artefacto que penetra en subgéneros como el hardboiled, el whodunit o el polar.
“Lo considero un homenaje a esa forma de expresión –explica Rosal–. Los códigos, el desarrollo y el lenguaje son los propios del género de forma canónica y convencional, pero es en el dispositivo que se plantea donde la cosa empieza a ganar hondura”. Chandler, Hammett, Conan Doyle, Poe, Christie, Simenon, el Garci de Germán Areta o el Vázquez Montalbán de Carvalho son los muchos apellidos que se agitan en la obra como una coctelera donde se mueve a sus anchas el detective Julio Romero.
“Es el universo Bogart”, precisa a El Cultural el autor, una de las voces más originales y creativas del panorama escénico español con obras como Los que hablan, El profesor no ha venido y El festín de los apartes (las tres piezas publicadas por Punto de Vista bajo el título Tres ejercicios en la explanada).
“Interpretar dentro del 'noir' es un gustazo, da un margen a la estilización y la virguería muy apetitoso”. Pablo Rosal
La historia se explica con tres elementos visiblemente separados: hay un solo actor, es un one man show que hará todas las voces de todos los personajes, los espacios dramáticos serán fotografías proyectadas en forma de fotonovela, y una estación sonora acompañará el devenir dramático con la escenografía y la música de Sílvia Delagneau, Maria Alejandre, Clara Aguilar y Pau Matas.
“Interpretar frases dentro del noir es un gustazo, da un margen a la estilización y a la virguería muy apetitoso. Legitima muchos extremos. El espectáculo presenta, de manera deliberada, palabra, sonido e imagen para poner de relieve el proceso sugestivo del hecho escénico y de su especificidad”.
Sentado el género como “andamio desde el que trazar una lectura del complejo siglo XXI que vivimos”, Asesinato de un fotógrafo busca apelar a la facultad “alusiva” del teatro en una época, añade Rosal, en la que la literalidad está arrasando con la facultad simbólica y evocativa del espectador: “El montaje hace partícipe de forma muy activa al espectador en las pesquisas del detective. Más que nunca, es un ser solitario y marginal que observa el devenir de sus conciudadanos con estupor y honda melancolía. Es una de las últimas formas de vida espiritual. Es un poema viviente. En este sentido, actuar me hace bien, lo activa todo”.
Una de las puertas de entrada de Asesinato de un fotógrafo es la parodia, elemento fundamental para conseguir el “ritmo y la verdad” que persigue Rosal: “La busco siempre desde el cinismo. En la parodia rezuman las inmensas ganas de homenajear, de pisar un suelo mágico que admiro y deseo. En el texto se usan frases muy estereotipadas que pueden hacer gracia, pero no las hemos tomado muy en serio”.
En ese mismo territorio encontramos al director, que ve en su uso algo más que la imitación burlesca: “La pieza de Pablo puede considerarse parodia siempre que la entendamos como repetición del género y sus variaciones. Un ir más allá del propio género, en un movimiento que recuerda de alguna forma al que Cervantes emprendió con El Quijote respecto a las novelas de caballería”.
Pero si Rosal y Dordal han querido dar un giro nuevo al concepto de parodia, también han conseguido que la palabra monólogo tenga un contenido distinto al que normalmente le damos.
[Los que hablan... en La Abadía]
Para Dordal, se trata de un ‘solo’ escénico: “Es cierto que hay una voz principal encarnada por Pablo pero también muchas otras voces que nos llegan a través de él, de modo que hay algo de mecanismo escénico que se aleja del monólogo tradicional, donde un intérprete encarna a un personaje. También me gusta imaginar la propuesta como un diálogo constante entre Julio Romero y los otros elementos de la propuesta, como las fotografías de Noemí Bascuñana o las luces de Mingo Albir”.
Rosal considera que el monólogo que interpreta en Asesinato de un fotógrafo se acerca más a lo que hace un cuentacuentos, en el que interviene un “oficiante o permitidor” cargado de algo que debe relatarnos: “Es un solo en la dimensión musical contemporánea. No hay ninguna circunstancia dramática o un contexto narrativo previo que llegue a sustentarlo. Todo nace a la vista del público y se construye como un pacto explícito en favor del juego y de la imaginación. De un personaje neutro brotan muchos otros y situaciones con reminiscencias muy claras”.