Cuando falleció Alicia Lázaro, Pepe Viyuela se quedó con sensación de orfandad. Aparte del estrecho vínculo afectivo que truncaba la muerte, el actor perdía a su guía para armar espectáculos a caballo entre el recital y el concierto como La gracia de la palabra, que dedicó a San Juan de la Cruz (lo estrenó en Clásicos en Alcalá en 2019 y todavía sigue girando con él). Pero, en medio de aquella ceguera eventual, apareció Sara Águeda, arpista y discípula de Lázaro.
Fue un advenimiento providencial para Viyuela, ya que gracias a ella ha podido confeccionar dos nuevas puestas en escena con ese molde híbrido de notas y palabras. Por un lado, Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo. Por otro, Toda la noche m’alumbres, manufacturada ex profeso para el Festival de Almagro. Allí, en su más señera plaza, el Corral de Comedias, se podrá ver este viernes y el sábado. En 70 minutos Viyuela y Elena González, coprotagonistas y codirectores de la pieza han comprimido un representativo recorrido por la poesía española, con particular atención a su vertiente mística: Santa Teresa y San Juan de la Cruz, por supuesto, pero también Sor Ana de la Trinidad, “que tiene verdaderas joyas”. Recogen así, en el mismo escenario, el testigo de Lluís Homar, que en El templo vacío se despachó a gusto con los místicos en el arranque de la cita manchega.
El título escogido procede de una jarcha prerrenacentista anónima que a Viyuela le viene acompañando casi toda la vida. “La canto cuando quiero calentar la voz en ensayos o funciones o cuando me apetece cantar sencillamente, aunque yo la verdad es que canto muy mal”, explica a El Cultural entre risas. Por eso él no canta, recita. Igual que su partenaire. El canto es cosa de Sara Águeda, que aparte rasguea las cuerdas de su arpa.
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“¡Ay, luna que reluces,/ toda la noche m’alumbres!/¡Ay, luna tan bella,/ alúmbresme a la sierra,/ por do vaya y venga”, dice la letra, que recogió Dámaso Alonso en su Cancionero y romancero español y que figura en una recopilación de canciones nuestras impresa en Venecia en el siglo XVI y aparecida en Uppsala (Suecia). “Nosotros queremos hacer lo mismo que la luna pero con las palabras y la música: iluminar con composiciones que a su vez nos han iluminado y acompañado durante años”, apunta Viyuela, que en unos días estrenará la versión de Paco Mir de Las nubes de Aristófanes en el Teatro Romano de Mérida, montaje que analizamos en las páginas anteriores.
“En Toda la noche m’alumbres confluye la lírica tradicional tardomedieval, el renacimiento italianizado, la desmesura y la riqueza verbal del barroco…”, enumera el popular intérprete. El acervo poético nacional es, pues, sondeado intensivamente. En él, afloran visiones dispares del amor: prevalece el sublimado y etéreo pero también el más instintivo y el más desencantado, dando cancha en este punto a gigantes como Quevedo y Cervantes, que llevan, por cierto, alumbrádonos cuatro siglos.