La traducción al español de A Midsummer Night’s Dream, la popular comedia de Shakespeare, es muy genérica. Decir El sueño de una noche de verano nos hace perder de vista una referencia temporal cargada de simbolismo, pues midsummer significa Noche de San Juan en la lengua del bardo de Stratford, que tantas catedrales levantó con ella, amén de algún que otro divertimento, como esta pieza chispeante y pródiga en extravíos oníricos, sortilegios, encantamientos, elisires mágicos, metamorfosis, flechazos fulminantes, confusiones identitarias…
Los eruditos no se ponen de acuerdo sobre la motivación original de su escritura, aunque sí existe cierto consenso en torno al hecho de que Shakespeare la manufacturó por encargo. Lo más probable es que para unas bodas cortesanas, acaso las del conde de Derby con Elizabeth Vere. De ahí provendría el tono y la intención jocosa de la obra, alumbrada en 1595, el mismo año que Romeo y Julieta, lo que demuestra su fecunda ambivalencia en los registros. No iba, claro, a ponerse trágico –ni denso– en unos esponsales. Pero ya sabemos que Shakespeare no daba puntada sin hilo, y que siempre utilizó el teatro (y el metateatro) para afilar significados.
Las circunstancias que empujaron al dramaturgo inglés a ponerse manos a la obra las trasvasó a la trama, que arranca con el anhelante diálogo de los prometidos Teseo, duque de Atenas, e Hipólita, reina de las Amazonas, ante la cercanía de su enlace. “Gentil Hipólita, la hora de nuestras nupcias se acerca ya. Cuatro felices días traerán la luna nueva, ¡oh cuán lenta me parece en menguar la vieja!”. Con esta apelación a la luna nueva parece que Shakespeare se lio un poco, perpetrando un fallo de raccord.
En efecto, lo comprobaremos cuando los jóvenes Lisandro, Demetrio, Hermia y Helena, cuyos amoríos serán desencajados por el travieso duende Puck, se adentren en el bosque durante la noche más corta pero más intensa del año. Porque ahí, en ese entorno donde se suspenden las leyes científicas de la realidad y la moral de la polis, se alude en diversas ocasiones a la luminosidad del satélite. Lo hace el carpintero Cartabón, que junto a otros menestrales (ebanistas, caldereros, sastres…) con los que prepara un entremés (La muy dolorosa comedia y cruelísima muerte de Píramo y Tisbe) a cuento de la boda del año también incursionen en el follaje para ensayar sin destapar la sorpresa. “Nos reuniremos en el bosque de palacio, a una milla distante de la ciudad, y a la luz de la luna”, dice.
“En mala hora os encuentro a la luz de la luna, orgullosa Titania”, señala por su parte el manipulador Oberón, rey de las hadas, al encontrar a su pareja, con la que no tiene esos días una relación precisamente armónica debido a los presuntos deslices de ambos. Vemos por tanto que Shakespeare se contradijo. Es un asunto menor. Más calado tiene otro supuesto de desajuste cronológico en la continuidad de la historia. Hay estudiosos que niegan incluso que los acontecimientos se desarrollen en la noche sanjuanesca, cuyo origen pagano fue asimilado por la tradición católica mediante su asociación al nombre del Bautista.
Apuntan que el summer incluía en su día la primavera, y que por tanto midsummer alude al primer día de mayo, que, como Shakespeare bien sabía por sus orígenes rurales, era una noche de desenfreno festivo y también sexual, equiparable a la de San Juan. Los campesinos llevaban a cabo rituales en favor de la fertilidad de sus cosechas y los jóvenes aprovechaban el jolgorio y el libertinaje puntual para perderse en la espesura forestal y dar rienda suelta a sus hormonas.
Esta perspectiva encuentra fundamento en el tenor de la obra misma, cuando Teseo y Egeo dan con Helena, Hermia, Lisandro y Demetrio durmiendo juntos, tras lo que –sospechan– ha sido una velada de gran agitación hormonal. “Sin duda, se levantaron de madrugada a observar el rito de mayo”, concluye el primero. Una fórmula decorosa de expresar lo que en realidad piensa: que se han pegado un juerga memorable en lo que los ingleses denominan May Day, jornada festiva de origen celta correpondiente al primero de mayo, en la que, como en San Juan, el fuego es también protagonista. En fin, hay debate...
No está del todo clara la acogida que tuvo El sueño… en su estreno. ¿Entraría bien el público al capote lúdico de ese bosque lisérgico que les tendía Shakespeare o se sentiría desconcertado ante ese universo mágico donde los hombres, por ejemplo, mutan en asnos? El diarista y parlamentario Samuel Pepys, años después, se mostró realmente duro. “Es la más insípida y ridícula obra teatral que he visto en la vida”, afirmó, categórico. Shakespeare todavía no era una gloria nacional y se le podía dar duro. Vicente Molina Foix, traductor pertinaz suyo al al español, recuerda que incluso en el siglo XVIII, cuando la figura del bardo despegó en términos de prestigio y admiración, hubo voces que cuestionaban esta “extravagancia” dentro de su cosecha. Para Samuel Johnson, era demasiado “fantástica y desenfrenada”.
Pero con el tiempo, sin embargo, El sueño… alcanzó una gran popularidad. Se dice que, de entre su casi cuarentena de obras, estaría pugnando por la tercera posición en cuanto a representaciones, tras Hamlet y Romeo y Julieta. Eso por no hablar de la multitud de versiones dancísticas, musicales y cinematográficas que ha originado. Shakespeare se propuso consumar una alquimia entre el mundo clásico y el Renacimiento. Ovidio, Apuleyo o Plutarco estarían en la base de una composición que le salió, en lo estético, muy identificable con la pintura de El Bosco, con sus seres fantásticos y sus personajes entregados a los placeres de la carne.
Al final, todas esas relaciones sentimentales enredadas, entre las que una reina puede amar, por ejemplo, a un artesano, acaban encajando mediante matrimonios múltiples, a la manera de nuestro Siglo de Oro (ojo, por cierto, a los paralelismos entre El sueño… y La casa de los celos y selvas de Ardenia de Cervantes, sobre todo en esa confusión de estratos sociales, y de dioses y humanos, en un mismo hábitat vegetal). Shakespeare, no obstante, nos invita/incita a echar una cana al aire por San Juan. Porque, como en las despedidas de solteros (y solteras), lo que ocurre en el bosque se queda en el bosque. Volveremos a ser novios formales y ciudadanos productivos pero, en la memoria, conservaremos el rescoldo de aquel fogonazo veraniego que nos ayudará a sobrellevar la hastiosa rutina hasta el próximo junio (o mayo).
Comedia sexual
El sueño de una noche verano llamó pronto la atención del cine. En 1935 Max Reinhardt y William Dieterle rodaron una versión, con Olivia de Havilland y Mickey Rooney. Otros valedores de la comedia han sido Ingmar Bergman y, a rebufo, Woody Allen, con La comedia sexual de una noche de verano, enfatizando este último el encontronazo entre magia y ciencia. Los compositores también fueron abducidos: Purcell, Mendelssohn y Britten.