Una de las primeras cosas que le llamó la atención a José María fue la nitidez con que los sonidos de la calle se metían dentro de la casa”. Son las palabras que arrancan el monólogo que Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975) interpretará en La Abadía a partir del 14 de septiembre. Dirigido y adaptado además por el autor de Tercer cuerpo y Lautaro Perotti, la obra está basada en la novela de Sergio Bizzio y cuenta la historia de un hombre que empieza a vivir en un extraño lugar al que llega a adaptarse, situación que le llevará a conflictos extremos en torno a la violencia y el amor.

Tolcachir añade a El Cultural que cada espectador ha de descubrir los detalles del argumento a lo largo de la función: “Encontrarme con esta obra fue un regalo. Lo necesitaba como una transfusión de sangre porque ha sido como un reencuentro con mi propio ser. Necesitaba también trabajar con mi equipo meses y meses [al que hay que añadir también a María García de Oteyza y Mónica Acevedo] con su amor, rigurosidad y disfrute. Yo soy un ser grupal. Eso es lo que me enamora del teatro”. Y eso es lo que provocó, añade, el nacimiento de la compañía Timbre 4, hace ya 20 años, como un proyecto encargado de subir al escenario todo aquello que supone “un desafío para las tablas”.

Adaptar una novela, estar solo en el escenario y trabajar sobre la idea de relato han sido los tres motivos que le han llevado a este montaje. “Rabia es una historia tan poderosa y conmovedoramente divertida que nos sostuvo aun en los momentos de pánico, que siempre los hay. Siento en el cuerpo la vibración de cuando se tiene urgencia por compartir un policial tan lleno de acción”.

Tolcachir destaca de 'Rabia' la complejidad del protagonista, las cosas que pasan bajo el relato, la obsesión que desprenden las palabras...

Pero hay más motivos por los que Tolcachir ha apostado por este montaje: por la complejidad del protagonista, por las cosas que pasan bajo el relato, por la obsesión que desprenden las palabras, por la violencia implícita, por las clases sociales que se visualizan, por la capacidad de sobrevivir y adaptarse, por la forma de acostumbrarse a las circunstancias, por el amor, por el absurdo...

“Siempre es interesante empatizar con los incorrectos, porque nos incomoda, Cuando pienso en esta historia no puedo dejar de verme a mí mismo frente a cualquiera de los abismos a los que me he ido enfrentando en la vida. Sobre todo los abismos creativos. Cuando uno tiene un impulso que lo sacude consigue avanzar en la oscuridad, va aprendiendo a vivir en ese mundo extraño y logra desarrollarse y crear con el fin de preguntarse, al final, qué es lo que me llevó hasta ahí”, explica Tolcachir, que ha dirigido recientemente La guerra de nuestros antepasados, de Miguel Delibes, y que ahora mantiene como proyecto inmediato, tras varias adaptaciones, escribir obras propias.

La puesta en escena ha sido concebida como una “caja mágica” capaz de generar estímulos al espectador sin condicionar las imágenes que pueda desarrollar por sí mismo. Fundamentales, reconoce Tolcachir, han sido los trabajos de Juan Gómez Cornejo (iluminación) y Emilio Valenzuela (escenografía). “La idea que buscaba obsesivamente con Lautaro Perotti era dotar al montaje de la mayor simpleza posible, nada de destrezas ni de trucos de impacto. Había que dejar espacios vacíos para sentir e imaginar. Quiero pensar que el teatro puede ser un lugar de ceremonia sin efectos especiales. Sin doctrina explícita ni tesis pedagógicas. En definitiva, compartir un acto vivo del cual cada espectador es también dueño y coautor”.

[Tolcachir, ante el principio de incertidumbre]

Tras el visto bueno de Sergio Bizzio (les dio libertad absoluta para trabajar con su novela) y de probar doce versiones de puesta en escena, Tolcachir llegó a la versión final de Rabia “sin prejuicios, indagando, cuestionando, probando, poniendo y sacando...”.

El director, que lleva haciendo teatro en España desde 2007, califica de “romance” la fértil relación entre el teatro español y el argentino gracias al cariño y la reciprocidad existente entre ambas escenas: “En ambos países hay propuestas tan diversas que dialogan diferentes públicos. Me sería imposible definir el teatro argentino como tal. Y lo mismo me sucede con el español. Nunca me he sentido capaz de juzgar cuál es buen teatro y cuál no, qué debe hacerse y qué estéticas ya están permitidas. No puedo. Nunca me interesó ese rol. El teatro es una expresión totalmente personal. Cuando surge un chispazo de verdad todos recordamos por qué lo amamos así”.