La génesis de Poncia tiene su gracia. Una vez, en la mítica Clave de Balbín, Lola Flores pronunció un lamento: que, por razones de agenda, se había quedado sin hacer el papel de Poncia en un montaje orquestado por Miguel Narros, en la época en que este dirigía el Teatro Español. Luis Luque, ahora, le da la oportunidad de resarcirse póstumamente a través de Lolita Flores. Su hija encarnará, en el histórico teatro de la plaza de Santa Ana desde este viernes, a la baqueteada criada de La casa de Bernarda Alba. Lo curioso es que no lo hará en una producción al uso del texto lorquiano sino sobre la base de un monólogo ad hoc escrito por el propio Luque.
Este soliloquio arranca, paradójicamente, cuando la matriarca autoritaria decreta el silencio tras el suicidio de la pequeña de sus cuatro hijas, Adela, que se ahorcó al creer que habían matado al hombre por el que bebía los vientos, Pepe el Romano. Luque vio rápido que Poncia, por sí sola, tenía un potencial dramático tremendo para ser desarrollado. “Es un personaje que se mueve en la ambivalencia; entre el poder, sobre otra criada de rango más bajo, y la servidumbre, ante Bernarda. Y en el plano emocional se mueve entre la inquina y la compasión hacia esta y sus hijas. Los personajes que viven incómodos son primordiales para que el drama esté activo”, explica a El Cultural.
El soliloquio es en gran medida un ajuste de cuentas. Arranca de hecho con un acto de rebeldía: Poncia raja a pesar de la imposición de mutismo por su ama, contra la que dirige la mayor parte de sus invectivas, aunque también dispara contra Martirio, la delatora. La sirvienta, bajo la férula bernardiana durante más de tres décadas, enuncia también su afecto por Adela, a la que considera la más valiente de las hermanas. Explicita además su mala conciencia por no haber hecho más para evitar el trágico desenlace: “Llega a declararse cómplice y cobarde”.
[Ni folclórica del franquismo ni celebridad de la democracia]
Luque, en primera instancia, desgajó de la obra lorquiana los parlamentos de Poncia. A partir de ahí, empezó a armar la dramaturgia. “Yo he sido el que me he plegado al poeta. Yo he sido el que he intentado unificar todos esos pensamientos de Poncia en un pensamiento orgánico y contemporáneo para hablarle al espectador de 2023. Poncia dice cosas que en la obra no están, pero que el poeta alumbra. Lorca siempre deja las puertas abiertas para que tú puedas entrar y, con humildad, yo he armonizado su texto con el mío o mi texto con el suyo”.
Poncia, aquí, se erige en adalid del amor en libertad, causa que resuena en nuestro tiempo. “El estigma que sufrió Federico y lo que nos devolvió es un capital humano muy poderoso”, apunta Luque, que, al describir el espacio creado para Lolita (magistral en otro monólogo, el de La plaza del diamante de Joan Ollé), le brota la veta lorquiana: “Es un cielo de sábanas sobre un campo de trigo, una tormenta de hilo cosido, un ajuar que no va a ser utilizado nunca. Como diría Poncia: ‘Sábanas que, en vez de guardarse en los arcones, tendrían que ser utilizadas para escapar por las ventanas como los cautivos huyen de los presidios”’.