Supervisar la puesta en escena, selección de actores, seguimiento de la exhibición, coordinar los distintos equipos de trabajo, ensayos, libreto, giras y, por supuesto, servir de apoyo al director. Los ayudantes de dirección quedan eclipsados la mayor parte de los casos por otros miembros del equipo artístico y, sin embargo, resultan esenciales para sacar adelante cualquier obra de teatro. Podría decirse que son los "pálidos" del teatro español.
“Los ayudantes de dirección deben tener claro cuál es el imaginario o propuesta del director o directora y todo su trabajo tiene que ir en la línea que proponga”, explica a El Cultural Luis Luque (Madrid, 1973), hoy director artístico de Nave 10 Matadero y ayudante de dirección durante casi 20 años con directores como Miguel Narros, Natalia Menéndez, Carlos Saura y Salva Bolta, entre otros.
“La relación tiene que ser de empatía. Un buen ayudante ha de tener experiencia y ejercitar las tres grandes cualidades del ayudante, que son la discreción, la observación y la anticipación”, añade Luque, que reivindica, con motivo del Día Mundial del Teatro, una mejora salarial para el ayudante de dirección debido a su importante papel en la producción teatral.
"Instituciones atenazadas por la taquilla y grandes productoras copan los espacios, mientras que las compañías que resisten agonizan”. Andrea Delicado
Andrea Delicado (Madrid, 1981) ha trabajado como ayudante en 23 montajes, entre ellos Unamuno: venceréis pero no convenceréis (2018) y la Celestina (2016), de José Luis Gómez, y Manual para un sueño (2023), de La Zaranda. Considera que esta figura pertenece a un oficio olvidado desde las escuelas y los centros de producción que necesita profesionalización y dignificación.
Y apunta: “Habría que preguntarse cuántos jóvenes de mi país podrían tener acceso a profesiones como la de ayudante de dirección, vestuarista o utilero si tuvieran a su servicio una buena red de teatros en cada municipio. Existe un problema más cardinal aún: instituciones atenazadas por la taquilla y grandes productoras copan los espacios, mientras que las pocas compañías que resisten agonizan entre burocracias e impuestos”.
Una de las funciones que más se valora del ayudante de dirección es la de ser catalizador de la comunicación entre los diferentes equipos de trabajo. Así lo piensa Víctor Velasco (Madrid, 1977): “Es importante la vinculación entre el equipo artístico (elenco, colaboradores…), el de producción (plazos, citaciones, planes de trabajo…) y el técnico (montajes, memorias de luz…)”.
Para Velasco, que ha trabajado con Miguel Narros (Panorama desde el puente, Mañanas de abril y mayo, El burlador de Sevilla), Gerardo Vera (Platonov), Ernesto Caballero (El laberinto mágico, Montenegro, Doña Perfecta) y María Ruiz (La serrana de la Vera), el ayudante de dirección tiene que tener una cierta distancia con el proceso creativo del director.
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“Eso le permite -precisa- ver las cosas de una manera más fría y analítica. En España, el trabajo de ayudante de dirección no está considerado como una profesión teatral en sí misma. No hay escuelas en las que se aprenda ayudantía y en los currículos educativos de los estudios de dirección escénica no se tiene en cuenta que muchos estudiantes empezarán su carrera teatral siendo ayudantes de dirección".
Uno de los nombres que actualmente resume la figura de la ayudantía es Raquel Alarcón (Murcia, 1975), "responsable" de Los pálidos, de Lucía Carballal, y Vania x Vania, de Pablo Remón (que aún puede verse en el Teatro Español). Les sonarán también títulos como Los Mariachis y 40 años de paz (de Remón).
"El problema fundamental que tenemos con la ayudantía, siendo una figura necesaria, es que no tiene tareas específicas consensuadas, ya que varía según la dirección y la producción en la que estés. En el diálogo con otras compañeras compruebo que esto sucede muchas veces no por falta de conocimiento sino por falta de reconocimiento dentro del gremio", explica la también la directora de obras como Daniela Astor y la caja negra (2023) o Sueños y visiones de Rodrigo Rato (2019).
En la práctica, señala Alarcón, todo pasa por las manos y los ojos de la ayudantía. "También a la hora de proteger la mirada del director". Afirmación que apoya con una cita de Eduardo del Estal perteneciente a Historia de la mirada: "Mirar no es solo organizar lo que se ve, sino determinar lo que es visible".
"Nos encontramos en un momento en el que se ha producido una evolución del rol de ayudantía con respecto a décadas atrás -señala la también actriz-. De ahí viene la necesidad de respensar este oficio. Requiere un reconocimiento, una mejora de las condiciones laborales que permitan su profesionalización, la definición de tareas específicas y la visibilidad que le corresponde".
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"Aunque no deje de sorprenderme, muchas veces tienes que reclarmar que te incluyan en la ficha artística del espectáculo. En ese sentido, estamos en un momento histórico en el que se valora y aplaude el vínculo entre la dramaturgia y la dirección. Sostener esta reivindicación sobre la figura de la ayudantía de dirección para mí forma parte de esta nueva etapa en la que siento que está el teatro español", sentencia.
El mismo entusiasmo (y la misma esperanza) se desprende de Vanessa Espín (Madrid, 1973), que ha trabajado como ayudante de dirección con Lluís Homar (La discreta enamorada), Marta Pazos (Siglo mío, bestia mía) Yayo Cáceres y Pepa Gamboa (Los empeños de una casa) y Chiqui Carabante (Herederos del ocaso), entre otros.
Por eso reivindica la ayudantía como un trabajo artístico y técnico de gran importancia: "Es un oficio y hay mucha experiencia detrás. No somos estudiantes ni meritorias y hay veces que tenemos ese trato".
Y coincide con otras de sus compañeras en que vivimos un momento de eclosión teatral, especialmente para la dramaturgia y la dirección de mujeres: "Aunque todavía no es suficiente. No hay paridad en las programaciones. En los teatros que hay más mujeres programadas no llegamos al 50 por ciento y en el resto ni existimos. Creo que es un sector con mucha desigualdad".
Para Laura Ortega (Logroño, 1980), responsable como ayudante de dirección de la mayor parte de las obras recientes de Andrés Lima (Shock 1 y 2, Cómicas y cómicos en la Abadía, Asesinato y adolescencia, Todas las hijas, Principiantes...), de Alfredo Sanzol y de Juan Mayorga (El chico de la última fila, El arte de la entrevista), el ayudante de dirección también es un creador.
"Duele cuando se malentiende como una mentoría o una práctica en proceso formativo porque es una profesión. Yo sé cuándo soy directora y cuándo ayudante de dirección y ser ayudante me ayuda a ser mejor directora".
Por eso Ortega reivindica un convenio para delimitar tareas y responsabilidades, un aumento de salario tanto en instituciones públicas como privadas y, una constante, mayor visibilidad del oficio, especialmente en comunicación y en cartelería. "Somos una profesión también invisibilizada".
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"No podemos dejar de reflexionar juntos y juntas sobre las condiciones de trabajo en las que creamos. Tenemos que pensarnos más y no tener miedo (aunque esto es difícil) a luchar por la conquista de mejoras a pesar de la precariedad y las tasas de paro tan elevadas de nuestro sector".
Lo dice Beatriz Jaen (Madrid, 1988), ayudante de dirección de Alfredo Sanzol desde 2017 (con obras como la reciente La casa de Bernarda Alba o el éxito El bar que se tragó a todos los españoles) y directora de obras como Breve historia del ferrocarril español, de Joan Yago. "Cualquier proceso de creación pasa por momentos de mucha fragilidad y es importante que haya alguien desde ese lugar de 'ayudante' que le recuerde al director cuáles eran las preguntas que le llevaron a explorar de una u otra manera el trabajo de puesta en escena".