Alexander Alekhine, personaje de una biografía de vértigo, alcanzó la dimensión de "dios" del ajedrez en la primera mitad del siglo XX. Nacido en el seno de la aristocracia de la Rusia zarista, fue encarcelado por los bolcheviques durante la guerra civil debido a supuestas simpatías con los blancos. Logró salir, según algún relato legendario, tras dar jaque mate al mismísimo Trotski en prisión, pero los soviéticos volverían a incluirlo en su lista de enemigos años más tarde, cuando ya como ciudadano francés se postró ante los nazis y redactó una serie de artículos antisemitas en los que describía la presunta incapacidad de sus rivales judíos para enfrentarse honrosamente al tablero de las 64 casillas.
Campeón del mundo en 1927, Alekhine se granjería la animadversión del resto de ajedrecistas por negarse a conceder la revancha por el título planetario al cubano J. R. Capablanca. Fue una figura realmente polémica, incluso extrema, con una genialidad muy trabajada para triunfar en el juego que se conjugó con una errática vida personal; un hombre alcohólico y asfixiantemente disciplinado lleno de misterios. El desenlace de la II Guerra Mundial le empujaría a deambular por los países en los que todavía sobrevivían dictaduras de embrión fascista, España y Portugal, donde hallaría una muerte en circunstancias más que sospechosas.
Su vida es ahora sujeto de la novela La diagonal de Alekhine (Alfaguara), del escritor galo Arthur Larrue. No se trata de una biografía novelada porque tan solo cubre los últimos años del protagonista, desde su regreso a Europa en 1939, cuando el continente se entregaba ya a la destrucción, hasta 1946, fecha de su fallecimiento. Tampoco es el objetivo del autor una simple ficción de las peripecias del ajedrecista, sino hacer "un retrato generacional" de los brillantes creadores, como Céline, que se vieron en la encrucijada de adoptar posturas política y moralmente problemáticas.
"Mi novela es la expresión de una ambigüedad sistemática", explica Larrue a este periódico. El Alekhine ciudadano de la Francia ocupada se convirtió en una suculenta herramienta propagandística para los nazis. Cuando el desarrollo de la contienda sonreía a los alemanes, escribió forzado (?) por Joseph Goebbels y sus secuaces sobre la supuesta inferioridad de los ajedrecistas judíos. No obstante, terminaría arrepintiéndose de esos comentarios, como reconoció en un diario personal elaborado en 1943 durante un viaje por España.
¿Son verosímiles estas explicaciones? ¿Se pueden justificar sus palabras por el contexto? "Los historiadores han establecido que los artículos los escribió de su puño y letra porque encontraron los manuscritos. Desde un punto de vista más comprensivo, podemos tener en cuenta las circunstancias en las que los escribió, un país ocupado en el que el antisemitismo era una opinión común. Y recordar también que Alekhine venía del régimen de los zares, donde había un antisemitismo de Estado. No solamente era un hombre de su tiempo, sino también de su país. Todo eso en su conjunto no le quita responsabilidad, pero lo explica. Como novelista, lo que trato es relatar lo que pudo desencadenar que Alekhine pasara a los hechos", valora el autor.
¿Crimen de la KGB?
Ya de por sí la biografía del ajedrecista es muy sugerente, pero Larrue construye una ficción profunda y absorbente sobre el crepúsculo del hombre y las sombras de su gloria. La novela es una persecución de la verdad íntima, personal, de Alekhine. "Fue un jugador excepcional, uno de los cinco más grandes de la historia —todo el que se interese por el ajedrez se va a topar con él— y con una fortaleza excepcional, pero como ser humano quizá fue todo lo contrario", resume. El compositor Harold Schonberg lo describió como alguien "más inmoral que Richard Wagner y que Jack el Destripador", mientras que su rival Reuben Fine fue más allá, llamándole "el sádico del ajedrez" por el disfrute que le confería sembrar el sufrimiento en sus oponentes.
En el libro, Larrue desliza que los agentes soviéticos de Stalin tenían muy buenas razones para matar a Alekhine, aunque la versión oficial del deceso habla de un atragantamiento con un trozo de carne. "Cuando reconstruyo la muerte, hay un vacío narrativo. No asistimos al momento, sino que constatamos quiénes podrían desearla y quiénes la han constatado. Pero entremedias no se sabe lo que pasa", zanja el escritor, que personalmente apunta a un crimen de la KGB que contó con la connivencia del dictador luso Antonio Salazar.
"Los datos históricos y biográficos no son más que utensilios para escribir una novela que sea lo mejor y más singular posible", asegura Larrue preguntado sobre la escurridiza frontera entre realidad y ficción. "La diferencia entre un historiador y un novelista es quizá la misma que podemos encontrar entre el hecho y la expresión del hecho".
¿Qué le preguntaría a Alekhine si pudiese? "He ido a verlo varias veces [al cementerio de Montparnasse, en París, donde está enterrado con otros genios malditos] y he dudado si podría llevarle flores. Al final compré una barata. En su tumba está inscrito un tablero de ajedrez y la coloqué en la casilla F6, que es el recuadro de la defensa Alekhine, donde se sitúa el caballo para hacer esa jugada. Con esto quiero decir que mi postura ante el hombre es como en la novela: muy ambigua. Probablemente lo que me hubiera gustado hacer con él sería hablar de ajedrez y jugar una partida".