Durante la Guerra Civil, alrededor de quinientos voluntarios procedentes de una treintena de países de todo el mundo viajaron hasta España para ayudar a los servicios médicos republicanos que actuaban en el frente. Algunos se enrolaron en las Brigadas Internacionales; otros, como el célebre Norman Bethune, decidieron actuar por libre. Sus peripecias son menos conocidas que las de sus camaradas militares —o de los corresponsales—, pero contribuyeron a destacados avances médicos, véase la mejora en la tecnología de la conservación y el transporte de sangre para transfusiones o de las ambulancias capacitadas para realizar intervenciones quirúrgicas en el frente.
"Se habla mucho de que España fue un campo de experimentación para la aviación y los bombardeos aéreos, pero menos de estas innovaciones que se produjeron del contacto de tradiciones médicas de sitios muy distintos y la presencia de médicos españoles muy buenos", explica Carles Brasó Broggi. El investigador, doctor en Historia Económica por la Universidad Pompeu Fabra, acaba de publicar Los médicos errantes (Crítica), un interesante ensayo que biografía de forma grupal las alteradas vidas de un equipo de doctores que se bautizaron en el fuego de los campos peninsulares y acabaron en el otro extremo del globo colaborando con la Cruz Roja china durante la coyuntura de la ocupación japonesa.
En concreto, Brasó se centra en las peripecias de diecisiete médicos y dos enfermeras nacidos en el seno de antiguos imperios europeos cuyas vidas se rigieron principalmente por el nomadismo, por no encontrar encaje en esa destructora Europa del siglo XX. Todos menos dos procedían de familias judías, cosmopolitas y educadas, y pudieron acceder a la universidad a pesar de las trabas que se imponían contra su comunidad. Crecieron en los años del auge del antisemitismo, en una constante inseguridad sobre el futuro que terminaría condicionando su decisión de viajar a España y hacer frente allí a sus fantasmas.
¿Qué fue lo que les movilizó: el credo comunista o las pulsiones humanitarias? "Al principio, en los años 30, tenían una visión de la política europea donde el comunismo era la forma más fuerte de combatir el antisemitismo y el fascismo, y la Guerra Civil española fue su medio para esta lucha. Además, la vía que tuvieron para viajar a China fue a través de las redes de los partidos comunistas. Sin embargo, las cartas y la documentación de archivo revelan posicionamientos distintos: algunos fueron muy creyentes de la revolución y de unas políticas más represivas, sobre todo en el ámbito de las Brigadas, y otros de mentalidad mucho más humanista, integradora", responde el autor. Unas contradicciones que afloran nítidamente en el marco de la Guerra Fría: desde los que integraron gobiernos de los satélites soviéticos hasta los que fueron purgados.
Bisagra española
Uno de los personajes que mejor articula estas complejidades es el checoeslovaco —aunque nacido en la posterior región polaca de Galitzia— František Kriegel. Tras sobrevivir a encarnizados enfrentamientos como la batalla de Brunete y embarcarse en el Aenas rumbo a China, al regresar a su hogar tras la II Guerra Mundial desempeñaría un papel relevante en el gobierno estalinista del país de finales de los 40. Sin embargo, luego evolucionaría hacia los postulados más reformistas de la Primavera de Praga de 1968. Junto al resto de dirigentes, encabezados por Alexander Dubček, fue conducido a Moscú por las autoridades rusas para que firmasen un documento legitimador de la invasión soviética y que devolviese la 'normalidad' socialista. Kriegel fue el único que se negó a ratificarlo desafiando a sus captores diciendo que ya podían fusilarle o mandarle a Siberia.
"Desde un punto de vista histórico, es el más importante de los diecinueve médicos, Kriegel se convirtió en una de las figuras relevantes del siglo XX", destaca Carles Brasó, y añade una curiosidad: "Luego lo reivindicó Santiago Carrillo —el PCE se opuso a la invasión soviética de Checoslovaquia—, con quien se carteó, y ya en la Transición apareció en periódicos franquistas porque era alguien que se había opuesto a la URSS. Fue un personaje interesante como bisagra entre el régimen y el mundo del exilio republicano. Creo que hay pocas personas que pudieran ser avaladas por estos dos bandos". Otra peculiaridad es que el grupo de médicos fuese apodado como los "médicos españoles", simplemente por su haber actuado en la Guerra Civil.
Especialmente dramático fue el caso de los brigadistas polacos, sobre todo los que simpatizaron con el comunismo y tenían origen judío, como Szmul Mosze Flato. Fueron perseguidos desde todos los ámbitos: por el Gobierno de su país, que los veía como traidores al aliarse con los soviéticos, por el propio Stalin y por los nazis. Su única salida a los campos de concentración y a la imposibilidad de ser repatriados consistió en responder al llamamiento internacional de China, donde había una medicina muy precaria, cuando estalló la guerra con Japón. "La huida de estos médicos hacia Asia fue un poco su tabla de salvación", resume el investigador.
Brasó, cuyo abuelo fue cirujano en las Brigadas Internacionales, ofrece en su libro una visión íntima de los grandes conflictos que asolaron el mundo en el siglo XX. Lo hace desde una perspectiva personal, centrándose en las biografías de un grupo de idealistas que decidieron salvar las vidas de los demás y en muchas ocasiones se vieron empujados simplemente a sobrevivir. Tras recorrer durante una década los archivos de medio mundo, las historias de los Kriegel, Fritz Jensen, Mania Kamieniecki o Friedrich Kisch emergen en toda su crudeza y con valiosas lecciones a transmitir.