La Orden del Temple es una de las organizaciones más intrigantes de la Edad Media. Una excepcionalidad que oscila desde su singular carácter religioso-militar desarrollado al abrigo de las cruzadas hasta las variopintas leyendas, mitos y falsas acusaciones presentes todavía en el imaginario colectivo en torno a la figura de sus integrantes. Numerosas obras se han publicado sobre la multiplicidad de características de los soldados de Dios, pero en la mayoría el realismo de sus batallas se ciñe exclusivamente a las descripciones escritas.
En Templarios (Desperta Ferro), el ilustrador e investigador croata Zvonimir Grbašić ofrece ahora un novedoso relato visual e inmersivo sobre la trágica historia de la Orden del Temple. Más de cuatro decenas de creaciones originales y realistas, combinadas con detallados mapas y fotografías de objetos históricos, introducen al lector en las empresas bélicas en Tierra Santa de los guerreros que lucían una cruz roja en sus uniformes como símbolo de la sangre derramada por Cristo, y lo sumergen en nubes de polvo, feroces choques entre ejércitos y escenas de hermandad.
Una de las ilustraciones más estremecedoras de Grbašić reconstruye los últimos compases de la célebre batalla de Hattin (1187), saldada con una derrota sin paliativos de la hueste cristiana y que fue el paso previo a la caída de Jerusalén. Los templarios, que perdieron a varios centenares de sus guerreros, aparecen completamente agotados, sedientos, sofocados por la humareda y el calor, desmontados e incapaces de blandir sus armas y escudos, salpicados de sangre. Momentos después les aguardaba el extermino a manos del sultán Saladino, a quien habían estado a punto de capturar en Montisgard en 1177 en una carga de caballería que también revive con viveza y detallismo.
El libro, que pone el foco en las cuestiones militares de los templarios, hace una amplia radiografía de la Orden —su reglamento, estructura, jerarquía y el arte de la guerra que implantaron, más disciplinado que los contingentes feudales corrientes— y de su tiempo —desde la conquista islámica de Oriente Próximo hasta las peculiaridades de sus enemigos, como lo murabitunes, jinetes de élite de los primeros califas que destacaron como magníficos lanzadores de venablos, arqueros y espadachines—.
Fueron dos siglos de intensa historia, iniciados oficialmente en la Navidad de 1119, cuando el caballero Hugo de Payns y ocho compañeros de armas se presentaron ante los líderes religioso y civil del reino de Jerusalén con una solicitud revolucionaria: querían convertirse en monjes pero, al mismo tiempo, servir a Dios haciendo uso de sus habilidades militares, protegiendo a fieles que peregrinaban a la Ciudad Santa desde la costa mediterránea. Sus votos fueron aceptados en la iglesia del Santo Sepulcro, y se les concedió un ala del palacio que se correspondía con el mítico Templo de Salomón, de tal manera que se convirtieron en los "Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón".
Fue el despegue de una de las más poderosas órdenes militares medievales que, sin embargo, sería disuelta de forma traumática. En el otoño de 1307, del rey Felipe IV de Francia lanzó una furibunda operación de arrestos y procesos para acabar con los templarios. Terminaría poniendo de su lado a la Iglesia y a Clemente V, que ante pruebas inventadas emitió una bula en la que se concluyó que los guerreros santos "cayeron en el pecado de la apostasía impía, el vicio abominable de la idolatría, el crimen mortal de los sodomitas y varias herejías". El epitafio de la Orden tuvo lugar en marzo de 1314, cuando se quemó en la hoguera a Jacques de Molay, el último gran maestre.
"Los guerreros de élite de la Edad Media podrían ser definidos como un grupo de prima donnas de gran habilidad y coraje individual, cuya destreza y bravura se acentuaban gracias a una excelente armadura, unas poderosas armas y un magnífico caballo, elementos estos que marcaban la verdadera diferencia en los campos de batalla del momento", destaca el autor en referencia a la pericia bélica de los templarios. Según una regla que evidencia la importancia que le otorgaban al cuidado de los animales, un hermano que perdiera su montura o que permitiera que fuese herida sería castigado con la pérdida del hábito.
La Orden se estructuraba en caballeros (combatientes de origen noble), sargentos (soldados procedentes de la plebe) y capellanes (sacerdotes). En cuanto al equipamiento completo de uno de estos guerreros santos, que disponían de uno o dos pajes, se componía de: loriga, brafoneras o "calzones de hierro", chapeau de fer o capelina (un pequeño casco con ala, más propio de la infantería), yelmo, espada, escudo, lanza, maza turca, un jubón acolchado, zapatos de cota de malla o escarpes, una daga, un cuchillo para el pan y uno de bolsillo.
No solo permiten las ilustraciones de Zvonimir Grbašić sumergirse en el fragor de las batallas entre cristianos y musulmanes, sino también seguir la evolución de la panoplia de los templarios desde sus iniciales labores de escolta de los peregrinos —en ese primer momento no portaban uniforme o insignia de ninguna clase, tan solo sus vestimentas civiles— hasta las pesadas armaduras de los jinetes de la Segunda Cruzada.