Faustino Vázquez Carril era un chaval de Monforte de Lemos (Lugo) cuyos ideales se encontraban a medio camino del sindicalismo socialista y un anarquismo voluntarioso. En julio de 1936, tras la declaración del estado de guerra por los sublevados en A Coruña, fue reclutado en una de las múltiples levas para engrosar las filas del Ejército franquista. A finales del mes siguiente lo enviaron al frente del norte para participar en la conquista de la considerada Asturias roja. Pero cayó enfermo poco después, recalando finalmente en el Hospital General de la ciudad herculina.
Durante su experiencia bélica y por su afición al periodismo, Faustino configuró un diario donde describió fusilamientos masivos, destrucción y miseria, los efectos de las tropas en acción, las necesidades de los combatientes, los primeros bombardeos aéreos... pero también sus opiniones sobre las tareas que se vieron obligados a ejecutar. En este sentido, su cuaderno hizo de solución de "higiene mental", unas páginas donde volcar los sentimientos que no podía expresar públicamente en su día a día.
Una de esas jornadas de convalecencia, un compañero del joven recluta delató ante las autoridades rebeldes las impresiones de su diario, entre las que también se recogían comentarios negativos y sarcásticos hacia buena parte de los mandos e incluso sobre el propio Franco. Faustino fue arrestado, juzgado por un tribunal castrense y condenado a muerte. Su fusilamiento tuvo lugar el 10 de mayo de 1937. Su trágica historia, como tantísimas otras de la Guerra Civil, habría caído en el olvido y el silencio de no ser por las cuartillas que trazó, descubiertas hace unos años en el Archivo del Tribunal Militar de Ferrol.
Ese es el gran valor de este tipo de documentos: reviven las experiencias traumáticas, humanizan la contienda y la acercan a nuestro presente de forma escalofriante. El diario del soldado gallego conforma una de las entradas del libro La Guerra Civil española en 100 objetos, imágenes y lugares (Galaxia Gutenberg), donde se destripan orinales, placas, fotografías y películas, peines de munición, cartas o un disco con canciones republicanas. Once historiadores, arqueólogos y especialistas en el conflicto español, coordinados por el catedrático Antonio Cazorla y el hispanista Adrian Shubert, juntan lo intelectual con lo material y lo visual para ofrecer un relato fresco, lleno de sorpresas, ameno y a la vez complejo de un tema sobre el que ya escasean los enfoques novedosos.
Los autores dejan claro en la introducción sus intenciones: la necesidad de más historia pública sobre la guerra. "Este libro intenta reflejar con equidad el sufrimiento que los españoles se infligieron unos a otros —a menudo con la indispensable colaboración de fuerzas extranjeras— pero deja bien claro que muchos en el bando republicano defendían de democracia, y muchos otros, en ambos bandos, no", escriben.
La obra se abre con el Dragon Rapide, el avión que condujo a Franco desde Canarias hasta Tetuán al comienzo de la contienda, y termina en el Pazo de Meirás, la residencia estival del dictador en el municipio coruñés de Sada, declarado Bien Público por un juzgado en 2020. Entremedias, un centenar de microhistorias vertebradas por el dolor, como el del seminarista Rufino Pérez, que antes de ser asesinado junto a otros cincuenta claretianos en Barbastro a mediados de agosto de 1936 grabó en un escabel de los pedales de un piano los últimos momentos de su agonía; o el de A. M., un sujeto no identificado y represaliado en Villaverde del Ducado (Guadalajara) por dar vivas a la República durante la misa del gallo. Su cuerpo apareció en una fosa común en el cementerio del pueblo con un tiro en la cabeza y con las manos atadas a la espalda.
Otros protagonistas del libro son el micrófono usado por Queipo de Llano para sus discursos radiofónicos, unos azulejos fusilados con la imagen de Santa Inés, un rosario de una víctima de la represión revolucionaria hallado en la mina de las Cabezuelas (Toledo), paquetes de tabaco, laxantes, un casco italiano reutilizado de la Gran Guerra, pan duro, el emblema de la nueva Cataluña antifascista o los fragmentos de un frasco de perfume recuperados en el escenario de la batalla de Belchite, probablemente utilizado para combatir el hedor insoportable de los cuerpos en descomposición. "La guerra no huele solo a pólvora y trilita. También a cadáver que se pudre bajo el sol. Y entonces, la colonia, como el vino y las balas, se convierte en un útil de trinchera", explica el arqueólogo Alfredo González-Ruibal.
No menos interesantes resultan las entradas dedicadas a los "lugares sin memoria". La pista del aeropuerto compostelano de Lavacolla fue construida por miles de presos encerrados en el campo de concentración cercano. Sin embargo, apenas quedan huellas de esta historia: algunos planos, la localización de los barracones —no conservada en la actualidad— y una serie de papeles en el Archivo Municipal de Santiago que prueban el pago de jornales. "Parece como que no hubiera existido el trabajo previo a la construcción del aeropuerto central de Galicia. Como caído del cielo, nunca mejor dicho", reflexiona el profesor Emilio Grandío Seoane.
Un lugar inquietante son los jardines del Templo de Debod, asentado sobre los terrenos del antiguo Cuartel de la Montaña, núcleo neurálgico del golpe de Estado en la capital y escenario de una orgía truculenta de sangre. Más que el monumento del Antiguo Egipto, desconcierta el silencio informativo del conjunto escultórico compuesto por una figura humana tumbada y mutilada, realizada en bronce, y colocada en el centro de un paredón con forma de sacos terreros. Fue inaugurado por Juan Carlos de Borbón, todavía príncipe, en 1972, y tras el fracaso del Plan Bridagor, que proyectó, con la firma de Franco, la construcción de un megalómano edificio para albergar la sede central de FET-JONS. No hay ningún cartel que explique lo que sucedió allí, por eso este tipo de trabajos son tan importantes.