Haciendo gala de una sincera humildad, Bernardo de Miera y Pacheco (1713-1785) se describía a sí mismo como un simple "labrador". Pero la biografía de una de las figuras más versátiles y desconocidas de la presencia española en América en el siglo XVIII, un auténtico hombre del Renacimiento, está jalonada por una extraordinaria variedad de papeles.
Miera, un cántabro originario del valle de Carriedo, fue colono de una zona fronteriza y remota, entonces conocida como el Gran Norte de México y hoy como el Oeste americano, gobernada por desiertos extensísimos, sierras inaccesibles, temperaturas extremas y epidemias continuas. También actuó como comerciante y soldado en el presidio de Santa Fe, la villa más septentrional del Imperio español en el Nuevo Mundo; y destacó como artista prolífico —pintó y esculpió altares que todavía adornan diferentes iglesias y misiones— y explorador y cartógrafo, autor de los mapas más relevantes y precisos de la región.
Sorprende la poca atención que a este lado del Atlántico ha suscitado este sobresaliente personaje. Ahora al fin se divulga su epopeya completa gracias a la traducción de una investigación digna de convertirse en wéstern firmada por los catedráticos John L. Kessell y Javier Torre Aguado: Forjado en la frontera (Desperta Ferro). La vida de Miera, que cuenta con una laguna documental de casi tres décadas, desde la fecha de su partida de nacimiento hasta su boda en 1741 en Janos, en el actual estado de Chihuahua, sirve además para profundizar en el complejo y permeable mundo en el que las relaciones entre los hispanos y los heterogéneos grupos de indios pendulaban entre las alianzas, los saqueos y las represalias.
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De Bernardo de Miera se podría decir que fue un superviviente que pasó la vida tratando de prosperar y sacar adelante a su familia en un territorio remoto y hostil, así como un fiel servidor a la Corona. Esa doble naturaleza de rastreador de la Terra Incognita y soldado del rey —durante los cuatro años (1756-1760) que fue alcalde mayor del distrito de Pecos y Galisteo y capitán de guerra, dirigió tres campañas contra los indios comanches, que ocupaban una amplia región al norte de la frontera imperial y asaltaban de forma frecuente ranchos y misiones—, le empujó a participar en varios de los episodios más singulares de los colonos españoles en lo que acabaría convirtiéndose en el legendario Far West.
A destacar, la expedición liderada en 1776 por el joven misionero Silvestre Vélez de Escalante y el inspector franciscano Francisco Atanasio Domínguez, cuyo objetivo era establecer una ansiada ruta comercial entre Nuevo México y Monterrey (California). Miera, que cumplió 63 años durante los 158 días que duró la travesía, elaboró un preciso mapa que representaba una enorme región de más de dos mil quinientos kilómetros y que incluía los estados de Nuevo México, Colorado, Utah y Arizona.
La caravana, formada por solo diez expedicionarios y que llegó al punto más lejano tierra adentro explorado por los españoles en el Gran Norte, fue una odisea homérica: pasaron hambre y sed, enfermedades contraídas por la ingestión de agua en mal estado y plantas silvestres, y tuvieron que comerse sus propios caballos para sobrevivir. El propio cartógrafo, para aplacar sus achaques, recurrió a los chamanes y la medicina indígenas, "idolatrías" que enervaron a los religiosos.
A las órdenes del gobernador Juan Bautista de Anza, Miera, como gran experto en la geografía e historia de la región, y dos de sus hijos participaron en la estrategia de construir una línea defensiva impenetrable y pacificar a las tribus hostiles, sobre todo a los comanches. Esto se logró a principios de septiembre de 1779, con la muerte en combate del temido líder Cuerno Verde, su séquito y su primogénito. Aunque no lo vería ratificado en vida, el cántabro participó activamente en el proceso para alcanzar un tratado de paz.
Bernardo de Miera también dibujó el "Plano de la Provincia Interna de el Nuebo Mexico", que demarcaba los distritos dispersos que conformaban la provincia. Junto a sus obras de arte, los mapas fueron su gran legado. Y su importancia la ratifica el hecho de que sirvieron como referente a los pioneros angloamericanos en su expansión hacia el Far West durante el siglo XIX. El intrépido colono español ya lo había conquistado con varias décadas de ventaja.