En la céntrica Bebelplatz de Berlín el viaje a ese pasado traumático que desborda toda la ciudad se produce mirando al suelo. Una losa de cristal empañado y apenas transparente con la luz del día esconde una sala con una gran estantería blanca, completamente vacía, que simboliza el volumen aproximado de la quema de libros más famosa de la historia: en la noche del 10 de mayo de 1933, los nazis —en concreto, las asociaciones de estudiantes subordinadas a la organización Deutsche Studentenschaft— prendieron fuego a varios miles de libros marxistas, judíos y pornográficos que habían sido saqueados previamente de bibliotecas y librerías. Su objetivo era "limpiar" el Tercer Reich de la "literatura sucia".
Al frente de la procesión con antorchas, como si fuera la cabeza decapitada de un monarca destronado, se colocó el busto de Magnus Hirschfeld, fundador del Instituto de Estudios Sexuales, un centro que realizaba investigaciones pioneras en torno a la sexualidad y defendía los derechos de las mujeres, los homosexuales y los transexuales. El edificio había sido salvajemente arrasado unos días antes, pero la mayor parte de su biblioteca, de unos 10.000 volúmenes, no ardió junto a las obras de Thomas Mann, Stefan Zweig o Kurt Tucholsky. Acabó, sin embargo, en la sede de las tropas de asalto de la SA.
Las piras de libros "impuros" resultan muy ilustrativas de la barbarie cultural perpetrada por los nazis, pero en realidad fueron una performance simbólica que escondía una operación más concienzuda y escalofriante. Si bien se saquearon y expoliaron millones de ejemplares, solo se quemaron varias decenas de miles en esas ceremonias públicas. Había un fin mucho más espurio tras las incautaciones de los anaqueles de judíos, comunistas, liberares, activistas, católicos o masones de toda la Europa ocupada: robar las bibliotecas era una forma de quebrantar la resistencia intelectual de sus enemigos.
Así lo demuestra el investigador y periodista Anders Rydell en Ladrones de libros (Desperta Ferro): "Los nazis —escribe— no aspiraban a la permanencia mediante el exterminio de la herencia literaria y cultural de sus adversarios; deseaban robarla, apropiársela y retorcerla, hacer que las bibliotecas y los archivos, herencia y memoria, se volvieran contra sus dueños y poder escribir, ellos, la historia de sus enemigos. Esa fue la idea que suscitó en expolio de libros más grande del mundo". Y a la vez lanza una pregunta estremecedora: ¿qué es más aterrador, que un régimen totalitario aniquile conocimientos o que ansíe desesperadamente apropiárselos?
Combinando la reconstrucción de los hechos históricos, el reportaje periodístico y la literatura de la memoria, el autor construye una obra rigurosa y reveladora sobre una cuestión "no demasiado conocida", con la mayoría de los delitos todavía en la penumbra y el olvido ante la falta de documentación.
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Porque no se trata de una simple recopilación de historias de bibliotecas desplumadas principalmente por la voracidad competitiva de Heinrich Himmler, líder de las SS, y Alfred Rosenberg, el ideólogo principal del Partido, sino que Rydell muestra la titánica tarea de un grupo de bibliotecarios alemanes que tratan de identificar los ejemplares usurpados, sorteando la eliminación de pruebas, para poder devolverlos a sus legítimos propietarios, en su gran parte víctimas del Holocausto. Una laboriosa misión, avanzan, que conllevará décadas de trabajo.
El relato se inaugura precisamente con un viaje del escritor de Berlín a Birmingham con un librito de color verde oliva en su mochila. Se trata de Derecho, estado y sociedad, publicado por el político conservador Georg von Hertling hacia finales de la Gran Guerra y conservado en la Biblioteca Central y Regional de la capital alemana. Un ejemplar que a priori no tiene una generosa valoración económica, pero que gracias a su ex libris y la investigación de los expertos ha adquirido un incalculable valor emocional. Su dueño fue Richard Kobrak, un médico asesinado en Auschwitz en 1944. Rydell se lo ha podido devolver a su nieta, Christine Ellse. Es la única posesión que ha conseguido recuperar de su abuelo.
Quemar libros, luego personas
También indaga Ladrones de libros en una cuestión que historiadores, escritores e investigadores llevan casi ocho décadas tratando de resolver: cómo fue posible el ascenso de una ideología totalitaria y exterminadora como el nazismo en una sociedad ilustrada como la alemana. El autor reflexiona en torno a la "dicotomía Weimar-Buchenwald" —el lugar de origen de Goethe, el gran romántico, y los bosques por los que paseaba buscando inspiración para sus obras, se convirtió en uno de los epicentros de la maquinaria del horror nazi, el campo de Buchenwald— para mostrar cómo Hitler y sus adláteres tergiversaron las biografías de personajes eminentes en la historia de su país como el autor de Fusto, aupado al panteón nacionalsocialista por un camaleónico y oportunista investigador llamado Hans Wahl.
Este resulta un sujeto de difícil interpretación, sobre todo porque en la posguerra los soviéticos lo mantuvieron en su cargo. Y así la memoria de Goethe se sacudió el disfraz de antisemita para ponerse la capa de héroe socialista. De lo que no hay duda es que este Wahl se benefició de la extrema coyuntura a la que fueron sometidos los judíos alemanes para apropiarse a un precio irrisorio de la colección del empresario Arthur Goldschmidt: una biblioteca de 40.000 libros con auténticas joyas, como los 2.000 antiguos almanaques de los siglos XVII-XIX.
El valioso conjunto acabó en la Biblioteca de la duquesa Ana Amalia de Weimar y solo en 2006 se descubrió que había formado parte de la masiva campaña de expolio nazi. El centro localizó a los descendientes y se llegó a un acuerdo para que la colección se quedase ahí a cambio de 100.000 euros. Se trata de la restitución más valiosa hasta la fecha que se ha producido en una biblioteca alemana. Ni punto de comparación con otra de las obsesiones desarrolladas por el Tercer Reich: el robo de obras de arte, muchísimo más estudiado —el propio Rydell es autor de una investigación al respecto—.
Su nuevo libro está plagado de historias terribles —y algunas encomiables, como los judíos de la llamada Brigada de Papel, que lograron salvar parte de su herencia literaria en el gueto de Vilna— que confirmaron esa premonitoria frase de Heinrich Heine de 1820: "Donde se queman libros, al final también se quemarán personas". Himmler veía a las SS como un equivalente nazi de la orden jesuita que tras la expansión del protestantismo en el siglo XVI funcionó como punta de lanza de la Contrarreforma católica. "Estaban librando una guerra contra el intelectualismo judío, el modernismo, el humanismo, la democracia, los valores cristianos y el cosmopolitismo y no se luchaba solamente mediante los arrestos, las ejecuciones y los campos de concentración", resume el autor. Fue el otro plan de Hitler, ideológico, para dominar Europa.
El saqueo, en cifras
Solo en Francia, el Personal de Operaciones del Reichsleiter (ERR) confiscó las colecciones de 723 bibliotecas con más de 1,7 millones de libros, de los que decenas de miles eran manuscritos antiguos y medievales o incunables. Los expertos calculan que Polonia perdió el 90% de sus colecciones de colegios y bibliotecas públicas. En territorio soviético, la UNESCO considera que se destruyeron o robaron hasta 100 millones de libros. Hace algo más de una década, el historiador Götz Aly estimó que en las bibliotecas alemanas hay al menos un millón de libros saqueados. Según Anders Rydell, la cifra es conservadora y probablemente sea mucho mayor.