El rey prusiano Federico el Grande redactó en 1777 una diatriba en la que se oponía al peligroso, según su juicio, cambio de hábito de sus tropas para espolear sus cuerpos antes de entrar en combate: "Son muchas las batallas que han librado y ganado los soldados nutridos con cerveza, y el rey no cree que se pueda confiar en que los soldados que solo beben café soporten las penurias si hubiera otra guerra".

Las borracheras han sido abanderadas en muchas culturas con un propósito militar. Las tribus medievales celtas, anglosajonas y germanas celebraban grandes fiestas periódicas con ingentes cantidades de alcohol, un potente símbolo de lealtad y compromiso, para reforzar la cohesión interna entre los guerreros y sus señores. George Washington consideraba que el alcohol era un componente tan importante del esprit de corps del flamante Ejército de Estados Unidos que instó al Congreso a establecer destilerías públicas para mantener a sus reclutas bien surtidos de bebida.

En la Antigua Grecia, los juramentos hechos bajo los efectos del vino se consideraban especialmente fiables y convincentes, mientras que los vikingos sentían una veneración casi mística por los acuerdos hechos tras beber en una "copa de la promesa" sagrada. En la Inglaterra isabelina y de los Estuardo se sospechaba de todos los discursos públicos que no estuviesen acompañados de un brindis.

'Los borrachos', de Diego Velázquez. Museo del Prado

Y aunque el historiador Tácito resaltase como algo negativo que los bárbaros de Germania sometían todas las decisiones políticas o bélicas a la opinión de la comunidad ebria, los romanos habían acuñado una famosa expresión que plasma esa discutible idea de que el alcohol revela el "verdadero" yo: in vino veritas [en el vino está la verdad]. No era una creencia exclusiva del Mediterráneo. En unas tablillas de bambú del siglo III a.C. se descubrió un texto en chino —lugar donde surgió la literatura abolicionista— que decía: "La armonía entre los Estados se propicia bebiendo vino".

Los ejemplos anteriores los va encadenando el filósofo Edward Slingerland para sustentar la hipótesis principal, y ciertamente provocadora, de su libro, titulado Borrachos (Deusto): el alcohol ha ayudado a las personas a sobrevivir y prosperar, y a las culturas a perdurar y expandirse. Combinando datos procedentes de diversas disciplinas como la historia, la arqueología, la neurociencia cognitiva, la psicología social, la literatura, la psicofarmacología o la genética, el autor construye un relato lleno de escenas etílicas para tratar de ofrecer una explicación científica del impulso del ser humano a emborracharse.

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Para Slingerland, que firma una elegía al alcoholismo, la rendición de nuestra especie —la única que se emborracha adrede, sistemáticamente y con regularidad— al estado de ebriedad, y en su variante a las drogas, sumado a sus supuestos beneficios sociales y personales, fue un factor crucial para desencadenar el auge de las primeras sociedades a gran escala. "No podríamos haber tenido civilización sin la intoxicación", sentencia. Es decir, el desenfreno de Dionisio se impuso al raciocinio de Apolo. Que el primer milagro de Jesucristo fuese convertir el agua en vino, opina, es harto significativo.

El filósofo esgrime una serie de hallazgos para sumarse a la teoría evolutiva de que la cerveza fue antes que el pan, que el alcohol se inventó antes que los cultivos. En Turquía oriental, en el famoso yacimiento de Göbekli Temple, erigido por cazadores-recolectores, se han hallado restos de recipientes para la destilación, datados de hace unos 12.000 años, junto a imágenes de festivales y danzas. Esto indicaría que "la gente ya se reunía y fermentaba cereales o uvas, tocaba música después y se ponía ciega antes de concebir siquiera la agricultura". La bebida y la intoxicación ritual, en este sentido, fueron lo que empujó a los humanos a formar grupos grandes.

Borrachos

Edward Slinglerland. Traducción de Verónica Puertollano López

Deusto, 2022. 400 páginas. 19,95€

Las élites del Antiguo Egipto, "los primeros snobs del vino", eran enterradas en unas tumbas llenas de tinajas donde se señalaba cuidadosamente la añada, la calidad y el nombre del productor de su contenido. En Sumeria, se calcula que la producción de cerveza —un pilar del ritual y la vida cotidiana— se tragaba casi la mitad de la cosecha total de cereales. ¿Pero son todas estas pruebas suficientes para concluir que el vicio más antiguo de la humanidad no es un error evolutivo, sino todo lo contrario?

Parece arriesgado ser tan categórico como el autor, que en las conclusiones embiste contra la "versión laica y moderna del ascetismo", teniendo en cuenta los efectos del alcoholismo que contemplamos a diario. El experimento de los profesores de la estupenda película Otra ronda (Thomas Vinterberg, 2020) nos cuenta e impacta mucho más que los rituales incas para colocarse y adorar a sus dioses en comunidad. Quizá Federico el Grande solo quería que sus soldados se siguiesen emborrachando para que una mente lúcida no se enfrentase cara a cara y en óptimas condiciones con el horror de la guerra.