Durante los meses de marzo y abril de 1940, Manuel Azaña, instalado desde hacía varios meses en una villa de la localidad francesa de Pyla-sur-Mer, en Arcachon, en la costa atlántica, a 60 kilómetros de Burdeos, pasaba las horas sentado día y noche en un sillón de orejas, sufriendo espasmos y continuos ataques de tos, escupiendo sangre, sin poder hablar, sin fuerza para llevarse nada a la boca, sin sueño, sin dormir, lleno de alucinaciones, descansando gracias a buenas dosis de calmantes que no suprimían un permanente estado de nerviosismo e inquietud, como relata Santos Juliá en Vida y tiempo de Manuel Azaña (Taurus).
El expresidente de la República no comenzó a sentirse mejor hasta finales de mayo, cuando pudo dormir otra vez en su cama, aunque siempre sentado. Su mejoría se explicaba en parte por la presencia y los cuidados del doctor Felipe Gómez-Pallete, un médico de profesión que había sido rescatado de una compañía de trabajadores a la que lo habían asignado en un campo de concentración. El nombre de este desconocido personaje ha sido reivindicado este lunes por Pedro Sánchez en el primer Día de Recuerdo y Homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la Guerra y la Dictadura.
La trágica historia de Gómez-Pallete, que tenía 36 años y era hijo del teniente coronel de Ingeniero Felipe Gómez-Pallete Carcer, un militar que apareció asesinado en una carretera de Vallecas el 12 de noviembre de 1936, radica en que murió antes que Azaña a pesar de todos los achaques de salud que asaltaron en el exilio al expresidente republicano. En realidad, se suicidó, y la explicación la ofreció él mismo en una misiva que envió el 3 de octubre de 1940, justo diez días antes de quitarse la vida, al entonces embajador de México en Francia, Luis Ignacio Rodríguez Taboada:
"Le había jurado a don Manuel inyectarlo de muerte cuando le viera en peligro de caer en las garras franquistas. Ahora que lo siento de cerca me falta el valor para hacerlo. No queriendo violar este compromiso, me aplico yo mismo la inyección para adelantarme a su viaje". Gómez-Pallete se suicidó para no incumplir la palabra que le había dado a Azaña, que moriría unas semanas después, el 3 de noviembre. Las tumbas de ambos están separadas por unas decenas de metros en el cementerio de Montauban.
"Reivindicar su figura es desafiar la tiranía del olvido y enfrentar un pasado lleno de matices y contradicciones que atravesaron a millones de familias en nuestro país", ha señalado Sánchez durante su intervención en el acto. "Es honrar a la gente anónima que hace la historia de España; gente cuya existencia merece ser rescatada de las garras del olvido para edificar juntos y juntas sobre su recuero una memoria democrática compartida. La memoria de una sociedad que anhela estar en paz con su pasado para avanzar hacia el futuro en democracia y en libertad".
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Persecución de Azaña
Gómez-Pallete fue uno de los escasos integrantes del último séquito de Manuel Azaña. Tras la firma del armisticio entre nazis y franceses el 22 de junio de 1940, que avivó la persecución del Ministerio de Exteriores franquista de los "jefes rojos" exiliados en territorio galo, el expresidente, tras rechazar una oferta de Juan Negrín para subir a una embarcación que le conduciría a Inglaterra, se vio forzado a viajar a la llamada zona libre.
Con los alemanes pisándole los talones, en ambulancia y autorizado por el prefecto de la localidad, Manuel Azaña fue trasladado desde Pyla-sur-Mer hasta Montauban en la mañana del 25 de junio. Le acompañaba su mujer, Dolores Rivas Cherif, su asistente Antonio Lot y el médico Gómez-Pallete. Allí conocieron la detención, realizada por agentes de la Gestapo nazi auxiliados por policías y miembros de la Falange, del resto de miembros de la familia Rivas Cherif, de amigos socialistas y del exministro Julián Zugazagoitia.
El expresidente se enteró de la operación al abrir un sobre de su hermana Josefa dirigido al doctor: "¡Bien saben lo que me han hecho! ¡Esto sí que no lo resisto!". Un amago de ataque cerebral fue la consecuencia directa del golpe. Sin embargo, a pesar de la presión ejercida por Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, y el embajador José Félix de Lequerica, las autoridades francesas se negaron a cursar las solicitudes de extradición de Azaña.
"Por temor a un posible secuestro", cuenta Santos Juliá, "Luis Ignacio Rodríguez alquiló a nombre y expensas de la Legación de México unas habitaciones en el Hotel du Midi, adonde fue trasladado Manuel Azaña el 15 de septiembre, un día antes de sufrir un nuevo y más grave infarto cerebral que le afectó al habla y le causó una parálisis facial. A su lado quedaron dos representantes de la Legación, Ernesto Arnaud y Antonio Haro Oliva, que con Antonio Lot y el general Saravia, llamado por Pallete —que poco después se quitó la vida— formaban una especie de guardia y ayudaban al expresidente a dar algunos pasos por el hotel".
También se dejó caer por allí el pintor y escultor Francisco Galicia, que en alguna ocasión observó a Azaña delirando por el pasillo, y a quien un día le dijo: "Mire, Galicia, a lo único que aspiro es a que queden unos cientos de personas en el mundo que den fe de que yo no fui un bandido". El presidente Sánchez ha dicho que Azaña "fue un gran español, un gran demócrata que lloró de rabia e impotencia (...), un ejemplar servidor público, víctima del odio y la barbarie en los días posteriores al golpe de Estado del 18 de julio de 1936".