Dioses, ritos, poder, matrimonios... Seguimos la pista de los principales hitos en la vida y la muerte de Tutankamón, envueltos en una leyenda convertida en negra con la profanación de su tumba.

Tumba

El deseo de evitar profanaciones y saqueos llevó a los reyes del Reino Nuevo (1550-1070 a. C.) a buscar una nueva ubicación para su reposo eterno al oeste de Tebas, al pie de la montaña El-Qurna (que hace las veces de pirámide natural), en un valle desértico. Es el conocido como Valle de los Reyes, que con el Valle de las Reinas y el Valle de los Nobles conforma la necrópolis tebana. Allí se encuentran, entre otras, las tumbas de Tutmosis III, Amenofis II, Seti I y Ramsés VI. A pesar de los esfuerzos reales, muchas de ellas fueron saqueadas desde tiempos antiguos. Por ello resultó tan espectacular el hallazgo, más de 3.000 años después, de la tumba intacta de Tutankamón.

Imagen de la cámara funeraria de Tutankamón.

No se trata de una espléndida tumba real sino de una tumba estrecha excavada en la roca a la que se accede por un tramo descendente de 16 escalones que desemboca en una puerta y un pasadizo. Una nueva puerta se abre a una cámara de almacenamiento (antecámara) que cuenta con un anexo, y tras un tabique de piedra con una puerta oculta se halla la cámara de enterramiento, con una estancia secundaria para el tesoro. Poco después del entierro de Tutankamón la tumba sufrió robos, por lo que fue reforzada.

Momia

El cadáver de Tutankamón fue introducido en un mecanismo de tres ataúdes antropomorfos muy ajustados en el sarcófago. Al levantar la tapa del tercer ataúd, el más valioso, apareció la momia del joven faraón, con la cabeza y los hombros cubiertos por una máscara funeraria. Howard Carter la definió como "una momia impresionante, muy pulcra y cuidadosamente tratada, sobre la cual se habían vertido ungüentos para embalsamar en gran cantidad, endurecidos y ennegrecidos por el tiempo".

El rostro vendado del rey permanecía adherido a la máscara (y la máscara y el cuerpo al ataúd) gracias a estos ungüentos, que habían ejercido un efecto oxidante sobre la piel y las vendas, entre las cuales aparecieron joyas y amuletos. Los estudios de laboratorio realizados sobre la momia han arrojado datos sobre características físicas del faraón (la forma de su cara, su pie zambo, su estatura de aproximadamente 1,67...), pero no han podido determinar la causa de su fallecimiento.

[El hito de Howard Carter: halló a Tutankamón, fue expulsado de la tumba y revolucionó la arqueología]

Ajuar funerario

La riqueza artística del periodo en que reinó Tutankamón encuentra reflejo en su ajuar funerario. Junto a varias imágenes del joven faraón se encontraron camas, cofres, mobiliario diverso, cajas para ungüentos, indumentaria, ánforas de vino, armas de defensa y ataque, joyas y otros objetos utilizados en su ceremonia fúnebre, además de su trono, cetros (símbolos de la autoridad real) y, por supuesto, las dos piezas más conocidas, realizadas con oro macizo, piedras semipreciosas y pasta vítrea y que se han convertido en imágenes emblemáticas del Antiguo Egipto: la máscara funeraria que le cubría el rostro y que reproduce sus rasgos idealizados y el sarcófago interno, que pueden verse en el Museo Egipcio de El Cairo.

La versión más aceptada de la muerte del faraón es la combinación de múltiples enfermedades y trastornos en una naturaleza frágil

Familia

Tutankamón era hijo del faraón Akenatón y, según la versión científica más aceptada a día de hoy, de una de sus hermanas, conocida como La Dama Joven y cuya momia fue descubierta en 1898 (Akenatón tuvo hijos con varias mujeres, entre ellas Nefertiti, Gran Esposa Real). No hay alusiones a la figura materna en la tumba de Tutankamón. Tampoco han sido hallados relieves, pinturas o inscripciones sobre ella, por lo que es una figura envuelta en misterio. No obstante, el linaje del joven faraón sigue planteando dudas a los historiadores, y, de hecho, hay especialistas que afirman que Nefertiti fue su madre.

Tutankamón y Anjesenamón, representados en el trono dorado.

Poco después de su acceso al trono a la edad de ocho años (en torno a 1336 a. C.), Tutankamón se casó con su medio hermana Anjesenpatón (que cambiaría su nombre por Anjesenamón), poco mayor que él. Tuvieron dos hijas que nacieron muertas o murieron al poco de nacer.

Tras el fallecimiento de Tutankamón se planteó por tanto el problema de la descendencia, que fue resuelto por los ministros del faraón con una fórmula de consenso que llevó al trono al anciano cortesano Ay, que gobernó entre tres y cuatro años. La XVIII Dinastía estaba próxima a su fin.

Muerte

Resultado de varias generaciones de relaciones incestuosas, Tutankamón fue una persona enfermiza que vivió apenas 18 o 19 años. Una deformidad en el pie izquierdo le obligaba a apoyarse en bastones (algunos de ellos fueron hallados en su ajuar). Los exámenes científicos también le atribuyen paladar hendido y escoliosis, así como una fractura en la pierna izquierda y una infección por malaria, entre otros males. Ha habido distintas versiones sobre la muerte de Tutankamón, entre ellas el asesinato y el accidente. La más aceptada es la combinación de múltiples enfermedades y trastornos (los efectos de la malaria podrían haber resultado fatales...) en una naturaleza congénitamente frágil.

El arqueólogo Jacobus van Dijk afirma en Historia del Antiguo Egipto (edición de Ian Shaw, La Esfera de los Libros, 2007): "Los acontecimientos que rodean la muerte de Tutankamón todavía no están muy claros. El rey murió de forma inesperada en su décimo año de reinado, en un momento en que Egipto estaba envuelto en un enfrentamiento importante con los hititas".

La momia de Tutankamón, expuesta en el Valle de los Reyes. Foto: Shady Roshdy (Efe)

Politeísmo

Amenhotep IV, que heredó el reino de su padre, Amenhotep III (rey poderoso y rico que gobernó durante 38 años un país próspero y pacificado), realizó un cambio teológico radical que tuvo importantes repercusiones sociales, ya que, entre otras cuestiones, implicó la disolución de los templos del Estado: suprimió el culto a los dioses existentes (el principal de los cuales era Amón) e introdujo el culto monoteísta al dios Atón. El soberano cambió su nombre por Akenatón y desplazó la capitalidad del reino a Amarna, donde nace su hijo Tutankamón, que heredará el trono, tras el breve reinado de su hermanastro Semenejkara (hijo de Akenatón y Nefertiti), como único superviviente varón de la familia real.

No tardó el nuevo rey, rodeado de consejeros conocedores de los problemas del país, en restaurar los viejos cultos, abandonar la ciudad construida por su padre y convertir de nuevo a Tebas en el centro religioso de Egipto. La Estela de la Restauración, el documento mas importante de su reinado, describe el efecto negativo de las reformas de Akenatón, que habían provocado que los dioses abandonaran Egipto. La reinstauración politeísta estuvo acompañada de una campaña de construcción de nuevos templos y restauración de los tradicionales, junto a otras medidas en las que resulta fundamental el papel del tesorero jefe del faraón, Maya.

Howard Carter, lord Carnarvon y su hija a la entrada de la tumba.

Maldición

A partir del componente de superstición que tiene la religión del Antiguo Egipto, la muerte prematura de varias personas vinculadas al hallazgo de la tumba de Tutankamón (entre ellas, muy destacablemente, la de lord Carnarvon, que financió la misión arqueológica) estimuló que algunas voces, con la prensa sensacionalista en primer término, dieran crédito a la esotérica idea de la maldición del faraón, que, como se sabe, postula la desgracia de quien ose profanar una tumba. También se ha hablado, sin evidencia científica, de la existencia en la cámara funeraria de hongos tóxicos que explicarían los problemas de salud que padecieron algunos de los que participaron en la excavación.

La creencia en la maldición encontró entre sus militantes a Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, y se filtró en la imaginación colectiva a través de la cultura popular. Para profundizar en este asunto resulta interesante la lectura del libro La maldición de Tutankamón (Ariel, 2012), de la profesora de Egiptología y doctora en Arqueología de la Prehistoria Joyce Tyldesley, que afirma: "Muchos egiptólogos podrían aducir que la verdadera maldición de Tutankamón es la fijación que ha desarrollado el público en general con ese rey, azuzada por los medios de comunicación, a expensas del resto de la larga historia de Egipto".