La Operación Barbarroja, la invasión nazi de Rusia iniciada el 22 de junio de 1941, provocó un terremoto en la economía de guerra soviética: además de romperse los beneficios industriales de su alianza con Alemania, la URSS dejó de tener acceso a los recursos económicos bielorrusos y ucranianos y los ejércitos de Hitler comenzaron a aplastar todo su material bélico. En los primeros seis meses de guerra en el este, las tropas de Stalin habían perdido 22.340 carros de combate, casi el 91% del total, y solo habían producido 5.400.

En una de esas paradojas de la historia, el destino del comunismo pasó a depender de la generosidad del archienemigo de Stalin, el capitalismo anglosajón. Franklin D. Roosevelt, el presidente de Estados Unidos, levantó el embargo moral contra las exportaciones estratégicas a Rusia impuesto a raíz de la invasión de Finlandia y acordó enviar a la Unión Soviética una cantidad ingente de material de guerra —armas, vehículos, minerales y alimentos— durante los siguientes meses, reservando un centenar de barcos de trasporte de gran tonelaje a su flamante aliado.

Con el primer protocolo del conocido como Programa de Préstamo y Arriendo (Lend-Lease en inglés), aprobado el 19 de septiembre y relativo al periodo comprendido entre el 1 de octubre de 1941 y junio de 1942, Roosevelt se comprometió a proporcionar mensualmente al Ejército Rojo 500 tanques, 10.000 camiones, 5.000 jeeps, 200.000 botas, 365.000 metros de tela caqui para los uniformes, 200.000 toneladas de trigo y 70.000 de azúcar, entre otros bienes americanos. En sus propias palabras, se asemejaba a la cesión de "una manguera de jardín" a un "vecino cuya casa [está] ardiendo", con la esperanza de que la devuelva "en cuanto se extinga el fuego".

Tanques ingleses MK-2 Mathilda embarcando en el puerto de Liverpool con destino la URSS, en octubre de 1941. Imperial War Museum

"La decisión de movilizar el arsenal de la democracia a favor del esfuerzo bélico de Stalin en el verano de 1941 se basaba en la predicción de que Estados Unidos entraría en la guerra contra la Alemania nazi antes o después, sin que importase el respaldo de sus votantes al intervencionismo en ese momento concreto", escribe el historiador Sean McMeekin en La guerra de Stalin, una provocadora relectura de la II Guerra Mundial que concede el protagonismo de la devastadora contienda al dictador soviético y no al führer y que ha sido editada en español recientemente por Ciudadela. "El presidente [de EEUU] no estaba salvando vidas, sino reservándolas para la guerra que confiaba en que su país libraría contra Hitler pronto, evitando así la picadora de carne por la que habían pasado sus soldados la última vez que se acercaron a un frente occidental".

El doctor en Historia por la Universidad de Berkeley, que ha podido manejar numerosa documentación de archivos soviéticos y dedica una parte amplia de su obra a desglosar los entresijos del "respirador capitalista" —el Reino Unido de Wiston Churchill también armó a los rusos para aplacar las exigencias de Stalin de abrir un segundo frente en Europa—, asegura que el préstamo-arriendo se podría resumir como una "ayuda incondicional, ofrecida sin contrapartidas ni preguntas": "Los americanos se limitaron a dar y a no pedir, más allá de una promesa vaga y no vinculante de empezar a devolver los préstamos cinco años después de que concluyese la guerra, y sin intereses".

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Los efectos de la ayuda en préstamo-arriendo comenzaron a hacerse palpables a finales de 1941, durante la contraofensiva soviética de Moscú. Por poner un ejemplo, de los 774 carros de combate de los que disponía el mariscal Zhúkov cuando se desencadenó el ataque, al menos 182 eran Matildas y Valentines ingleses. Gracias al refuerzo de las divisiones procedentes de Siberia y a los suministros enviados por los aliados, los alemanes fueron forzados a retroceder por primera vez y la reputación de invulnerabilidad de la Wehrmacth comenzó a resquebrajarse.

Reto logístico

La URSS era el vecino más distante de EEUU del planeta. Los convoyes siguieron varias rutas para abastecer el frente: el Atlántico y el Ártico Norte hasta Múrmansk y Arcángel, el Pacífico hasta Vladivostok, el Mediterráneo/Suez y el Golfo Pérsico hasta la zona del Cáucaso o el puente aéreo entre Alaska y Siberia. Todos los transportes hubieron de sortear a los aviones de la Luftwaffe y a los submarinos nazis. Muchísimo material acabó en el fondo del mar. Siete de los 35 buques del convoy PO16, que zarpó de Islandia el 21 de mayo de 1942, fueron hundidos. El PO17, un mes más tarde, perdió 430 tanques (de 594), 210 aviones (de 297) y 3.150 camiones (de 4.246).

Stalingrado

El ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 y la entrada de Estados Unidos en la contienda podía haber abierto una brecha en la ayuda bélica a la URSS. Sin embargo, la declaración de guerra de Hitler a Washington cuatro días más tarde reafirmó la estrategia de Roosevelt. En un memorando tras reunirse con Churchill a finales de año, ambos líderes defendía que "en 1942 el principal método para quebrar la resistencia alemana será... la contribución con la ofensiva rusa por todos los medios disponibles". Rusia tendría "prioridad total en el embarque" de recursos bélicos, ordenó el presidente al director de la Administración de Cargamentos de Guerra.

"Durante el periodo 1942-1943 comenzaron a llegar a la Unión Soviética cantidades significativas de material de Préstamo y Arriendo", detallan David M. Glantz y Jonathan M. House en su clásico Choque de titanes (Desperta-Ferro). "Las estimaciones soviéticas habituales de esta ayuda sugieren que representó un 4% de la producción soviética, pero en realidad fue mucho más importante. Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá proporcionaron enormes cantidades de aluminio, manganeso, carbón y otros materiales para reemplazar a las materias primas capturadas por los alemanes en 1941, lo que permitió que la producción fabril soviética se recuperase mucho más rápidamente de lo que lo hubiera hecho de no haber sido el caso".

Un mecánico americano da los últimos retoques a un Douglas A-20 antes de que vuele a Rusia, el algún lugar de Irán, en marzo de 1943. Oficina de Información de la Guerra

La ayuda material de los aliados permitió también desbaratar la Operación Azul, iniciada en junio de 1942 y con la que los ejércitos de Hitler buscaban aislar a la URSS de sus gigantescos recursos económicos en las cuencas del Cáucaso y del Caspio. Como presumía un oficial alemán en una carta enviada a su esposa a principios de agosto, "¡los rusos han perdido provincias que suman 70 millones de habitantes y 45 millones de hectáreas de grano!". De ahí la famosa Orden 227 aprobada por Stalin que estableció la consigna de "¡Ni un paso atrás!".

Sean McMeekin asegura que la llegada de los suministros del préstamo-arriendo al frente oriental en 1942 en cantidades considerables "empezó a equilibrar la ecuación en favor de Stalin" y contribuyeron a "inclinar la balanza en las batallas críticas", sobre todo cuando arreciaron los combates en lugares estratégicos como Grozni y Stalingrado. A mediados de noviembre, cuando los soviéticos preparaban su ofensiva (Urano) para aislar la ciudad a orillas del Volga y rodear al 6º Ejército del general Paulus, habían recibido hasta entonces más de 70.000 camiones y jeeps que ayudaron a recobrar la movilidad y la moral cuando más necesario era. También medio millón de toneladas de combustible y gasolina así como el escaso aluminio, con el que podría seguir fabricando sus famosos tanques T-34.

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"Habría sido imposible organizar una operación de la envergadura de Urano sin los suministros del programa de préstamo-arriendo, tan cruciales que su carencia forzó a Zhúkov a posponer diez días la fecha prevista para el lanzamiento", resume el historiador. Hasta el 15 de noviembre de 1942, el Ejército Rojo había incorporado a sus divisiones móviles hasta 4.469 tanques y vehículos, según un informe secreto de la inteligencia. En cuanto a los aviones de guerra, se habían procurado a Stalin hasta 1.663 aviones de guerra. Los cazas occidentales, suman los cálculos de David Glantz y Jonathan M. House, totalizaron 3.204 aparatos, o el 63,5% del inventario de toda la fuerza de defensa aérea soviética durante de la guerra.

El desenlace de la legendaria batalla de Stalingrado se explica por la bravura de los ases de la aviación rusa y el arrojo y determinación de los tanquistas, artilleros y soldados de infantería que lucharon en sus calles. Sin embargo, McMeekin dice que "cuesta imaginar cómo podrían haberlo hecho sin los suministros que les proporcionaron sus corteses y poco reconocidos aliados. Fuese cual fuese la participación exacta de cada cual, y por poco educado que les parezca a algunos rusos mencionarlo, es un hecho histórico indiscutible que el capitalismo americano ayudó a ganar la batalla de Stalingrado".

Un MK-3 Valentine destruido en la URSS, en enero de 1944. Wikimedia Commons

Glantz y House también señalan es sus conclusiones que las fuentes soviéticas, durante la Guerra Fría, "subestimaron de forma permanente la importancia" del material bélico aliado —uno de los incentivos de los alemanes para avanzar sobre el Cáucaso fue precisamente cortar esta línea de suministros a través de Irán—. "No llegó en cantidades suficientes como para marcar la diferencia entre la derrota y la victoria en 1941 y principios de 1942", confiesan, pero "Estados Unidos y Gran Bretaña proporcionaron buena parte del armamento y materias primas necesarias para la victoria soviética".

"Sin la comida, el vestido y las materias primas del Programa de Préstamo y Arriendo, en especial de metales, la economía soviética se hubiera visto mucho más presionada por el esfuerzo de guerra. En particular, los camiones, las locomotoras y los vagones ferroviarios sostuvieron la fase de explotación de cada ofensiva soviética; sin tales medios de transporte, todas las ofensivas se hubieran desmoronado en su fase temprana, al salir de la órbita de su capacidad logística. A su vez, esto habría permitido a los comandantes alemanes escapar de, al menos, algunos cercos y hubiera forzado al Ejército Rojo a preparar y ejecutar muchos más ataques de penetración para poder avanzar la misma distancia", concluyen los autores de Choque de titanes.

Sin todo este material de guerra y recursos básicos y sin el desembarco aliado en Normandía, calculan que la derrota de la Wehrmacht se habría demorado entre 12 y 18 meses más.