El misterio inquietaba a los arqueólogos: ¿dónde estaban los habitantes de Herculano? ¿En qué lugar se refugiaron inútilmente del flujo piroclástico del volcán? Hasta la década de 1980, las excavaciones en la antigua ciudad romana sepultada por el Vesubio en el año 79 d.C. no habían documentado muchos cadáveres en las viviendas. Pero el fresco del horror emergió en los llamados fornicis, una docena de almacenes portuarios construidos frente a la playa. Allí se amontonaban unos trescientos esqueletos humanos con las pocas posesiones que habían logrado empaquetar a toda prisa. Llegaron de madrugada, como demuestra el hallazgo de numerosas lámparas de aceite en terracota, con la esperanza de salvarse del infierno subiendo a alguna embarcación que nunca llegó.
O tal vez, ese grupo de desgraciados esconde una historia todavía más trágica: son los que se quedaron atrás, los que ya no tenían sitio en las escasas embarcaciones atracadas en el puerto de la pequeña ciudad el día de la catástrofe, entre el 24 y 25 de octubre. A unos pocos metros de los almacenes se realizó otro hallazgo excepcional: un barco de unos nueve metros con el casco íntegro. Estaba boca abajo y también escondía a varias víctimas, como un remero y un soldado que portaba un gladius, un puñal de hierro y una bolsa de monedas con un valor equivalente al sueldo mensual de la guardia pretoriana.
¿Es la escena congelada de un intento desesperado de un legionario retirado —tenía una edad avanzada y su cuerpo presentaba numerosas lesiones— que desempolvó su uniforme de guerra para tratar de botar la pequeña nave arrastrándola a través de la arena y ayudar a sus vecinos en el desastre? ¿O el fatal resultado de una de las embarcaciones integrantes de esa flota de rescate enviada por el célebre Plinio el Viejo? Un enigma trágico.
A la sombra de Pompeya, mucho más grande y masificada —unos 4.000 habitantes frente a 15.000 en época romana; y 300.000 visitas anuales frente a 2,5 millones en la actualidad—, Herculano esconde también historias y vestigios fascinantes sobre la Antigua Roma. Fue, en palabras del historiador Daniel García Varo, "un resort de vacaciones", una pequeña ciudad a la que los ciudadanos de alto estatus, como el emperador Calígula, que dispuso allí de una residencia, acudían para descansar y esquivar el ajetreo de las principales urbes.
En el año 79 a.C. quedó sepultada por veinticinco metros de cenizas petrificadas y no empezaría a salir a la luz hasta el siglo XVIII. Los primeros restos de Herculano —la escena del teatro— fueron descubiertos en 1738 por el ingeniero zaragozano Roque Joaquín de Alcubierre gracias a un pozo que había en la zona y que iba a servir para abastecer el Palacio Real de Portici, en Nápoles, del futuro Carlos III. Entre los hallazgos arqueológicos más recientes destaca el esqueleto de un individuo inserto en una de las paredes volcánicas. Probablemente murió golpeado por grandes vigas de madera, aunque llama la atención el color rojizo de sus huesos, resultado de la rápida evaporación de la sangre por las altísimas temperaturas.
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En Herculano. La ciudad del Vesubio (Almuzara), García Varo traza una radiografía completa de todos los aspectos del sitio: la historia de cómo era y cómo evolucionó a nivel arquitectónico, la vida en época romana —la estructura social, qué comía la gente y dónde compraba el vino, con qué se divertía, las demandas judiciales o los grafitis sexuales que se dedicaban en las termas públicas— y las distintas investigaciones que se han desarrollado en el yacimiento.
El libro es una guía detallada y muy accesible para adentrarse en los secretos de un lugar que hasta fue utilizado por el Gobierno fascista de Benito Mussolini para alimentar los sentimientos nacionalistas y el renacer de una nueva Italia. Domus, mosaicos, frescos, pinturas, tabernas y espacios religiosos se han conservado en un estado excepcional hasta el presente gracias a la explosión volcánica de hace dos milenios.
Uno de los lugares más fascinantes de Herculano es la Villa de los Papiros, una de las más grandes y suntuosas de la ciudad que se encuentra al noroeste del yacimiento urbano. Habitada por un pariente de Julio César, su nombre se debe a la cantidad de rollos de papiro —en torno a los dos mil, escritos en griego y que versan sobre temas filosóficos— allí encontrados. También apareció un extraordinario conjunto de esculturas: 51 bronces y 24 estatuas de mármol, el tesoro más importante de todas las casas particulares antiguas que desvelan el afán coleccionista de unos propietarios cultos y entendidos. Entre ellas, el famoso grupo del dios Pan copulando con una cabra.
Pero la historia de Herculano, "una ciudad que no ha sido valorada como se merece", en palabras del historiador, no se ha terminado. Las excavaciones continúan y, como Pompeya, todavía tiene muchos secretos que sacar a la luz.