A Simon Sebag Montefiore (Londres, 1965), el historiador británico superventas gracias una serie de obras en las que ha desplegado una virtuosa capacidad narrativa, combinando la anécdota más cruel, picante o rocambolesca con el análisis más revelador y profundo del marco genérico de los hechos, le encanta España. Dice ser descendiente de los judíos que vivían en la Península Ibérica antes de ser expulsados por los Reyes Católicos, y que si tuviese que elegir, le gustaría teletransportarse al al-Ándalus del califato omeya, y poder perderse por los recovecos de la Alhambra, por la cultura islámica.
Habla con pasión en un lujoso salón de un céntrico hotel madrileño, la misma con la que ha escrito su nueva obra, un trabajo titánico que surgió como respuesta al confinamiento. Si sus premiadas radiografías sobre los Románov y Stalin ya se podían considerar monumentales —rozaban las mil páginas— lo que ha hecho ahora excede calificativos.
En El mundo (Crítica), un tochazo fascinante, divertido, crudo, brutal, lleno de personajes singulares y épicos, Montefiore plasma una novedosa historia global de la humanidad poniendo el foco en las familias y dinastías cuyas acciones definieron lo que somos hoy. Una historia "íntima y humana" que le ha proporcionado la mayor satisfacción de su vida como autor, presume.
Pregunta. Menudo libro. Le habrá dejado exhausto...
Respuesta. Lo estoy. Escribir este libro fue tremendamente ambicioso. Era un desafío. Apenas dormí durante tres años, cada día era una lucha. Había que dominar todos los temas hasta cierto punto. Fue un proyecto masivo en el que solo pude embarcarme gracias al confinamiento. Es probable que nunca lo hubiera terminado si no llega a ser por la Covid-19: mi familia se fue al campo y yo me quedé en Londres, viviendo como una especie de monje en un monasterio escribiendo todos los días, literalmente viviendo solo para escribir este libro, pensando todo el tiempo en él. Todo lo que leía estaba también enfocado en ello. Así que estás viendo a un hombre libre por fin.
P. ¿Qué ha sido lo más difícil?
R. Creo que concebir la estructura del libro. Obviamente la primera parte es la más complicada porque no hay alusiones personales, y yo escribo sobre personajes. Pero el gran desafío fue psicológico una vez me di cuenta de lo extenso y ambicioso que quería que fuese. Me esforcé mucho para que saliese adelante.
P. ¿Cuáles diría que son las principales conclusiones de esta historia del mundo a través de las familias? ¿En qué se diferencian de una historia global más tradicional?
R. Es diferente en todos los sentidos. Los temas principales son la hibridación, cómo todo es una mezcla, cómo no hay naciones ni familias pares. También sobre la importancia de la tecnología y cómo la guerra la acelera, y cómo la guerra y los desastres naturales aceleran el mundo. Por eso hay tanta violencia en el libro. El enfoque novedoso radica en utilizar a la familia como atadura o arnés para contar la historia de los grandes movimientos, de la tecnología, de las ideologías, de las migraciones... De hecho, todos los grandes cambios y convergencias y divergencias de la historia humana se cuentan a través de familias.
»Pero de alguna manera esto es también muy tradicional. Cuenta la historia del mundo a través de las dinastías. No solo las familias de gobernantes, sino también familias de escritores, artistas, verdugos... Esta es la historia mundial más diversa que se haya escrito.
No creo que Putin sea capaz de transformarse en un líder de guerra eficiente. Stalin sí lo logró, a pesar de que es algo inusual en un dictador
P. El relato huye de una posición anglocéntrica...
R. España es uno de lo países que más presencia tienen, desde los emperadores romanos Trajano, Adriano y Marco Aurelio, pasando por los Trastámara, los Habsburgo y los Borbones hasta la dictadura de Franco. La América hispana también es central en el libro. Uno de los principales encantos de la obra es que un historiador británico se ha interesado más por Felipe II que por Isabel I de Inglaterra. Pero no es tampoco eurocéntrico: habla de gobernantes africanos, sudamericanos o asiáticos exactamente como si fuesen los Románov. Nadie había hecho eso antes. También abordo las figuras de las mujeres y los niños de una forma novedosa.
P. Y de la esclavitud.
R. Las familias esclavizadas son abordadas como las grandes dinastías. Hay muchos casos como los Palmares en Brasil o los Hemings en Estados Unidos. También estoy muy orgulloso de esta parte. Hay muchos libros sobre la esclavitud y las mujeres, pero nadie lo ha unido todo así.
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P. Escribe que "si la historia prueba algo es que la capacidad humana para autoinmolarse no tiene límites". Hoy pensamos en la familia sobre todo como un remanso de unidad y cobijo en los malos momentos. ¿Pero la historia nos enseña lo contrario, que las familias no son un paraíso pacífico?
R. La familia ordinaria, biológica, puede ser un lugar cálido y acogedor. Hay muchos ejemplos de ello en el libro, pero también están las familias políticas. El poder es el gran veneno, es corrosivo incluso cuando no hay una familia involucrada. Las destruye y les obliga a tomar decisiones. En España tenéis el ejemplo de la familia real, de la relación entre un padre y un hijo que ha tenido un coste por la necesidad del Estado. Es un ejemplo inusual sin derramamiento de sangre. También lo vemos en Reino Unido. Pero ninguno de estos casos representa una crisis de la monarquía. Creo que el coste de estas rupturas familiares menores vale la pena si el premio es un Estado que no está dirigido por un político populista.
P. Violencia, traiciones y sexo son los motores de la historia en su obra. ¿Es la historia el resultado de las acciones de los poderosos con las que persiguieron permanecer en el poder?
R. Por supuesto. Hay muy pocas personas que hayan renunciado al poder voluntariamente. La prueba de todo sistema es la sucesión, cómo entregas el testigo de forma pacífica y cómo consolidas lo que sea que hayas logrado si has logrado algo. La otra prueba de estos sistemas es si pueden ofrecer estabilidad. Y la estabilidad solo significa seguridad ante las cosas malas que le suceden a la gente, como los terremotos o las guerras. Por eso las dinastías son el tipo de sistema predominante.
La época de al-Ándalus y los tres Abderramán creo que habría sido un gran momento para vivir
P. Lo que queda claro es que todo poder está predeterminado a caer en algún momento.
R. Toda supremacía tiene límites y contiene las semillas de su propia desintegración. Pero eso lo sabemos por nuestras propias vidas. La historia del poder se parece mucho a la de una familia. La vida humana no es una mera metáfora, sino el ritmo de la existencia humana. El libro tiene mucho sexo porque el sexo es parte de los personajes y de las familias. Y también mucha violencia porque, como vemos hoy en Ucrania, las guerras son aceleradoras del progreso o la regresión, de cambios. De modo que la violencia es muy importante en la historia humana.
P. Usted se define como un "historiador del poder". ¿Qué ha aprendido sobre el poder escribiendo esta obra?
R. Que es siempre temporal, y que incluso en las democracias o incluso en una especie de sistemas republicanos, el poder siempre es personal y no solo se basa en el puesto, sino también en una especie de misteriosa alquimia de la influencia percibida.
P. De las familias o dinastías que recoge en el libro, ¿cuál es la que más le ha fascinado?
R. Una de ellas son los Omeyas de al-Ándalus. Me encantó escribir sobre ellos porque mi familia había vivido ahí. Soy descendiente de judíos hispanoportugueses. Siempre me ha encantado ir a Córdoba o Sevilla, el sur de España es uno de mis lugares favoritos. La época de al-Ándalus y los tres Abderramán creo que habría sido un gran momento para vivir.
»Pero también me han interesado mucho las familias de Gengis Kan y Tamerlán, aunque no estoy muy seguro si me gustaría formar parte de ellas porque tendría que pasar la vida subido a un caballo. Es un gran periodo poco estudiado y despreciado en Occidente. Nadie sabe nada sobre las poderosas mujeres que gobernaron el Imperio mongol.
P. Este año hemos visto muchas comparaciones entre Putin y otros personajes históricos como Hitler, Iván el Terrible o Stalin. ¿Usted a quién cree que se parece más?
R. Al zar Nicolás I, que es uno de sus héroes. Tiene el mismo tipo de políticas: autocracia, ortodoxia y nacionalismo. Como Putin, Nicolás I fue durante veinte años increíblemente exitoso burlando a Inglaterra y Francia, las democracias. Luego fue demasiado lejos y fue frenado por su propia arrogancia. Es muy similar a Putin, aunque vivimos en una era diferente. Pero la persona que Putin quiere ser es Pedro el Grande o Catalina la Grande y Potemkin. Esos son los gobernantes rusos que él siempre ha aspirado a ser.
El mayor peligro de todo gobernante ruso ha procedido de su propio séquito y su propia familia
P. De hecho, ha expoliado los huesos de Potemkin de la catedral de Jersón.
R. La relación entre Catalina la Grande y Potemkin ha sido muy importante para él. Al poco de llegar a la presidencia de Rusia, leyó mi libro [su biografía sobre la pareja rusa] y su círculo me contactó. Nicolás I fue derrotado en la guerra de Crimea y Putin está intentando que eso no le suceda a él. No es exactamente Stalin y ni tampoco Hitler. Ese tipo de paralelismos son muy fáciles de hacer en Twitter. Pero los historiadores debemos ser más sutiles y ofrecer más matices.
P. Como biógrafo de Stalin, ¿qué diría que es lo que comparten el dictador soviético y el actual autócrata ruso?
R. Una similitud es que ambos han aspirado a gobernar los territorios de la Unión Soviética, y la URSS fue una especie de nueva versión del Imperio romano. Lo único que realmente perdió Stalin fueron Finlandia y Polonia, pero logró mantener Ucrania y su industria del grano. Supongo que lo primero es que ambos piensan en la región en los mismos términos. Putin aspira a recrear ese imperio, a devolver a Rusia al estado de superpotencia que Stalin logró a un coste insoportable en derramamiento de sangre.
»La segunda cuestión es que Stalin capturó Berlín y conquistó el Europa del Este. Ha sido visto como un gran líder de guerra, que es todo lo que quiere ser un gobernante ruso. Pero hay que recordar que Stalin fue un comandante catastrófico que perdió seis millones de soldados. Putin contabiliza unas 200.000 bajas, que es un número enorme para un país moderno. No creo que sea capaz de trasformarse en un líder bélico eficiente. Stalin sí lo logró, a pesar de que es algo inusual en un dictador, y fue gracias a cambiar su comportamiento, interferir menos y escuchar a los expertos.
»La tercera característica es el terror. Stalin gobernó a través del terror y lo dijo abiertamente. Putin gobierna a través del miedo, pero todavía no a través del terror. Pero tal y como va la guerra, cuanto mayor sea la presión, es más probable que Putin vuelva a las tácticas de terror, de la policía secreta, a los arrestos masivos.
P. Stalin murió en el poder. Sobre Putin llevamos meses escuchando que podría ser derrotado por una rebelión interna.
R. El mayor peligro de todo gobernante ruso ha procedido de su propio séquito y su propia familia. Siempre ha sido así porque las fuerzas de seguridad en Rusia siempre han sido muy fuertes. En general, ha sido muy difícil para las multitudes derrocar a los gobernantes rusos: Nicolás II es uno de los poquísimos. Si Putin cae, lo más probable es que se deba a un movimiento interno en el Kremlin. Creo que Ucrania, con las armas adecuadas, puede lograr victorias significantes. No me refiero a recuperar todo su territorio, pero sí por ejemplo todo menos Crimea. Entonces creo que Putin podría ser derrocado, aunque creo que el estancamiento de la guerra es lo más probable.
P. Por lo que hemos visto hasta ahora, ¿qué papel está desempeñando este conflicto? ¿Va a marcar un antes y un después en la historia?
R. Por supuesto. Es parte de algo que ya estaba sucediendo. La paz de los 70 años, que es la paz desde la Segunda Guerra Mundial, y el régimen moral que Occidente impuso al resto del mundo fueron las lecciones de 1945 y fueron aceptadas por todo el mundo de una forma u otra. Pero eso se ha acabado. Todas las victorias de los años sesenta tendrán que repensarse. Eso incluye la diplomacia basada en reglas, los derechos de los homosexuales, los derechos de las mujeres, el derecho al aborto, que el antisemitismo sea un tabú... Todas estas cosas ahora están en juego.
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P. En la introducción del libro alerta sobre la desinformación y la manipulación de la historia que se ven a diario en las redes sociales. ¿La figura de los historiadores es hoy en día más fundamental que nunca?
R. La historia siempre es importante. Una de las cosas que narra el libro es lo peligroso que es ser historiador, especialmente en estados totalitarios o autoritarios, como las China o Rusia actuales. Muchas de las personas que me ayudaron a escribir mis libros sobre Stalin han dejado de escribir historia, se han exiliado o están siendo perseguidas. La historia es cada vez más importante. Pero en realidad lo que realmente importa es cómo queremos vivir las personas hoy.