Una docena de apaches, pintarrajeados con manos blancas sobre el pecho y franjas que les cruzaban el rostro a la altura de la nariz y bajo los ojos, y fuertemente armados, irrumpieron en una mañana de principios de enero de 1861 en el rancho de Johnny Ward, un aventurero y pionero irlandés del sudeste de Arizona que había emigrado al lejano Oeste para probar fortuna explotando las minas de oro. La hacienda, rica en ganado y caballos, el botín que perseguían los indios, se situaba en el estrecho valle cortado por el Sonoita Creek.
No había movimiento en el lugar, apenas un muchacho escuálido de casi doce años, con una mata de pelo rojo y la piel clara, que vigilaba ovejas y cabras, y que al ver a los guerreros aproximarse, con el corazón desbocado, trepó a un melocotonero buscando un refugio que no existía. Mientras los apaches se llevaban los potros y las reses, su jefe, de nombre Beto y con una profunda cicatriz en la cara, testimonio de algún feroz choque que se había saldado con la pérdida de un ojo, cabalgó hasta el árbol y rompió en carcajadas. El chico también era tuerto, resultado del forcejeo con un ciervo herido, aunque no llevaba parche.
Los aravaipas, una tribu apache que habitaba el nordeste del valle del Sonoita, se llevaron a Félix Ward y le dieron el nombre de Coyote, su dios tramposo, el embaucador. Años más tarde, tras ser esclavizado primero y luego criado por sus guerreros para encarnar la idiosincrasia del guerrero apache —se convertiría finalmente en un legendario explorador y cazarrecompensas—, los hombres blancos lo bautizaron como Mickey Free.
El secuestro de este muchacho prendió la lucha definitiva por la Apachería, una tierra de frontera inhóspita y desolada. Fue la guerra más larga de la historia de Estados Unidos, un conflicto que se extendió entre 1861 y 1886 dejando un reguero de sangre desde el río Pecos, en Texas, pasando por todo Nuevo México y Arizona, hasta el interior de México.
La historia de Mickey Free es el eje vertebral de Las Guerras Apaches (Desperta Ferro), una obra del historiador estadounidense Paul Andrew Hutton en la que reconstruye con sumo detalle, centrándose sobre todo en las peripecias de sus protagonistas principales —Gerónimo, Mangas Coloradas, Cochise o Victorio, por citar solo a los del bando indígena— y valiéndose de numerosos relatos orales apaches las feroces hostilidades en la última frontera del Salvaje Oeste. El libro revela una historia brutal, sangrienta y llena de atrocidades que ensombrece el romanticismo de los wésterns de Hollywood.
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Fue un pulso violento que enfrentó las ansias de expansión territorial estadounidenses y la búsqueda de riqueza con unas tribus que pretendían mantener su estilo de vida nómada, que rechazaron ser absorbidas como granjeros cristianos blancos. Los apaches, cuya lealtad se debía a la familia y el clan, no hacia la tribu, vivían del saqueo como necesidad económica o como venganza. Contra los españoles, que llegaron a Arizona antes que los pueblos que se convirtieron en los apaches y crearon el nombre de Apachería, mantuvieron una guerra abierta de escaramuzas e incursiones —en cierta ocasión, un jefe aravaipa se jactó de haber enterrado a un cautivo vivo hasta el cuello y luego contempló cómo las hormigas le devoraban la cabeza—.
Sus siguientes enemigos fueron los mexicanos. En 1851, un destacamento de milicia sonorense asesinó a la mayoría de mujeres y niños de una indefensa aldea apache a las afueras de la ciudad de Janos. Un joven guerrero llamado Goyahkla, el que bosteza, encontró en un charco de sangre a su anciana madre, su esposa y sus tres hijos con las cabelleras arrancadas. Fue la gasolina que prendió su odio durante el resto de su existencia, cobrándose un terrible tributo de sangre. Sus aterrorizados rivales rezaban a san Jerónimo para que los librase de él, y por eso le dieron un nuevo nombre: Gerónimo.
El legendario guerrero destruyó con su ferocidad implacable la carrera de varios generales estadounidenses, como George Crook, llamado por los apaches "Nantan Lupan", el lobo, temido por su fama de cazador de indios. Tras más de un cuarto de siglo de desafío, acabaría como una atracción turística en su encierro en Fort Pickens, en la bahía de Pensacola. De la masacre de Janos se salvó también Mangas Coloradas —según la leyenda, el nombre describía la sangre que manchaba sus mangas—, o Fuerte, apodo que indicaba el respeto de los suyos hacia su físico. El gran jefe, siempre perseguidor de la paz, fue luego asesinado y mutilado en un acto que cambió para siempre la conducta de los apaches en la guerra contra los "ojos blancos".
Hutton derriba ciertos mitos sobre los apaches —no cortaban cabelleras ni violaban, aunque eran maestros en la tortura, y no se comunicaban mediante señales de humo, que en realidad significaban "ven a investigar"— y describe sus curiosas creencias: los hombres debían tener cuidado de que su mujer no estuviera embarazada antes de partir hacia una incursión, pues si tocaba sus armas se creía que tendrían mala puntería en combate. Su filosofía bélica también incluía un lenguaje especial y nadie hablaba de miedo: si alguien decidía no participar en una operación, se le consideraba un perezoso, nunca un cobarde.
En esa lista de semblanzas individuales cabe resaltar las figuras de Apache Kid, el último indio libre, y de Lozen, la "Mujer Guerrera", que se salió del papel tradicional atribuido a las féminas de las tribus para cabalgar al lado de su hermano Victorio y de Gerónimo.