El recorrido expositivo de En movimiento. Vehículos y carruajes de Patrimonio Nacional, la primera muestra temporal de la todavía no inaugurada Galería de las Colecciones Reales —el Día D, tras años de retrasos, llegará al fin el próximo 28 de junio— conduce y desemboca ante un vestigio automovilístico cuyo origen poco tiene que ver con la Corona o con un rey español. El Mercedes-Benz Especial todoterreno 540 G4 W31, de seis ruedas y morro tractoresco, esconde una relación cómplice entre dictadores: fue un regalo que Adolf Hitler le hizo a Francisco Franco en enero de 1940, en plena II Guerra Mundial, a través de su embajador en Madrid, en un acto celebrado en el Palacio de Oriente.
En la cartela que acompaña al coche, que tenía capacidad para siete ocupantes, fue diseñado con todas las comodidades y detalles imaginables y contaba con mejoras a nivel de motor, transmisión de la dirección, sistema hidráulico de frenado y un tanque de combustible que funcionaba por gravedad, se lee: "Fue un instrumento de propaganda, un símbolo de la potencia militar e industrial alemana, destinado única y exclusivamente a los miembros del gobierno de Hitler".
Esa característica es lo que conecta al Mercedes con la media docena de carruajes que le hacen pasillo en la diáfana planta -3 de la Galería de las Colecciones Reales: una serie de vehículos utilizados en el siglo XVI para transportar, por ejemplo, a Felipe II entre los distintos Reales Sitios o en sus jornadas de caza que se fueron transformando a medida que avanzaban las centurias en un elemento más del ceremonial cortesano, en una representación simbólica (y esplendorosa) del poder de los monarcas, como se ha podido comprobar recientemente con la coronación de Carlos III de Inglaterra.
El título de la exposición, En movimiento, que reúne medio centenar de piezas entre carrozas, trineos, lienzos o un carruaje infantil de Isabel II, parece contradecir un poco esta idea de la evolución del carruaje de medio de transporte complejo a elemento simbólico. Ana de la Cueva, presidenta de Patrimonio Nacional, ha explicado durante la presentación de la muestra que se trata de "una metáfora de la propia Galería y de la transformación que está impulsando en Patrimonio Nacional en cuanto a visibilidad, apertura y modernidad".
La museografía está articulada en una galería central y bastante oscura que invita al público a asomarse a los carruajes desde la distancia a través de unos grandes ventanales, o desde unos pequeños espacios exteriores limitados por catenarias. Es decir, no se puede cotillear el interior de los vehículos y hay que conformarse con unas pantallas táctiles de tamaño tablet para descubrir su lujo interior.
Isabel Rodríguez, conservadora y comisaria, ha explicado que la muestra "reúne un conjunto de piezas singulares que no estaban expuestas" y logra "acercarnos a la vida de la Corte y a la escenografía representativa la monarquía a través de obras únicas, monumentales y de belleza impactante": "Son auténticas obras de arte, que, además, proporcionaban seguridad y confort a quienes iban en su interior".
Entre los carruajes seleccionados destacan la Berlina Dorada, un tipo de carroza de gala desarrollada en París y que data de mediados del siglo XVIII; el Landó de Bronces, un coche de caballos descapotable de 1829 y que iniciaba la marcha en las comitivas; o el Coche de Concha —inspirado en el arte grecorromano y egipcio— y el Coche de Cifras, que pertenecieron a los soberanos Carlos IV y María Luisa de Parma.
Una de las joyas de los fondos de Patrimonio Nacional es el llamado Coche de la Corona Real, una berlina de gran gala realizada en 1829 para Fernando VII y que se va a poder ver en la planta dedicada a los Borbones de la Galería de las Colecciones Reales. Revestida con motivos decorativos realizados en bronce dorado con figuras alegóricas al poder y a las virtudes del monarca y dotada de una doble suspensión de ballestas a la pollignac para mejorar el confort —fue el primer carruaje de las Caballerizas Reales en disponer de este mecanismo—, es famosa también por ser el vehículo que transportaba a Alfonso XIII y Victoria Eugenia el día de su boda, cuando a su paso por Casa Ciriaco, en la calle Mayor, sufrieron un atentado fallido perpetrado por el anarquista Mateo Morral.
Y si En movimiento pretende abordar la historia del carruaje y los vehículos en España y su papel como representación del poder, las dos piezas que abren y cierran la exposición resumen el abismo tecnológico en la industria del transporte que separa los siglos XVI y XX. Por un lado, una litera de madera que perteneció al emperador Carlos V y que habría traído desde Alemania en 1552 ya enfermo de gota —es imposible no ligar esta humilde cama, otro testimonio de la fragilidad del rey, del hombre más poderoso del mundo en ese momento, con la silla (lo que se expone en la actualidad es una réplica) en la que quedó postrado en el Monasterio de Yuste los dos últimos años de su vida—.
En el otro extremo de la línea temporal se encuentra otro Mercedes-Benz, menos llamativo, aunque más raro, que el todoterreno. Es un modelo Grosser Mercedes, tipo Pullman Limousine, para siete ocupantes y con 155 caballos de vapor de potencia. De este modelo solo se fabricaron 88 unidades, y es una de las únicas ocho unidades con la carrocería blindada. También fue enviado desde la Alemania nazi a la España de Franco: el Ministerio del Ejército pagó en 1945 un "precio convenido" de 60.000 marcos, aunque parece, se lee en la cartela, que había sido ofrecido anteriormente como obsequio por parte de Hitler.