Pedro Gobeo de Vitoria era un adolescente de apenas trece años que fantaseaba con vivir "grandes y raros sucesos". Había nacido en la Sevilla de finales del siglo XVI, epicentro comercial donde escuchaba historias y aventuras acaecidas en el Nuevo Mundo. Él también quería ser protagonista de una de ellas y así se lo hizo saber a su desolada madre. "¿Es posible, hijo mío —si es que tu desapego y crueldad merecen este nombre—, que olvidado de mi soledad y viudez, sin hacer caso del amor que en mí siempre has visto, y rompiendo con todas las leyes humanas y divinas y de naturaleza, has de ausentarte de quien no tiene otra luz sino a ti? ¿Es el deseo de enterrarme lo que te mueve a acto tan humano?". Pero los ruegos no hicieron mella en el joven inquieto.
El 27 de septiembre de 1593 Pedro Gobeo se embarcó en una galera cuyo destino eran las prometedoras Indias, Perú. Pero la primera jornada de travesía ya le sirvió para percatarse de que "hay gran diferencia de oír contar infortunios a pasarlos en persona": una tormenta desatada durante la noche y que a punto estuvo de hundir el navío fue la responsable del golpe de realidad. Sin embargo, sería el capítulo inaugural de una empresa que acabó naufragando frente a la temida costa de Esmeraldas, en el Pacífico ecuatoriano, una odisea americana que rivaliza con la de Cabeza de Vaca.
La epopeya se conoce gracias al propio muchacho, que elaboró una relación pormenorizada de todos los hechos bajo el título de Naufragio y peregrinación de Pedro Gobeo de Vitoria, natural de Sevilla, escrito por él mismo. El libro, un relato autobiográfico, fue publicado en 1610, cuando el autor se había hecho jesuita y vivía en Lima. La impulsora del proyecto literario fue su madre, que acudió con todos los requisitos legales a una de las imprentas más activas de la ciudad hispalense. Hubo una única tirada en español —se desconoce el número de ejemplares—, seguida por otra en alemán, que sería a su vez traducida al latín.
A pesar de contar con cierto eco en el siglo XVII, Pedro Gobeo no aparece en los repertorios de libros de viajes, en las obras de historia de la literatura o en los textos de los críticos. Su narración, digna de las mejores novelas de conquistadores, llevaba varios siglos olvidada. Un ejemplar de la edición española de este "libro rarísimo" lo encontró Raúl Manchón Gómez, latinista de la Universidad de Jaén, hace unos años en la biblioteca de la Universidad de Mannheim (Alemania), aunque con el final incompleto.
Ahora, la editorial Crítica, de la mano de Miguel Zugasti, catedrático de Literatura en la Universidad de Navarra, acaba de recuperar el texto con una edición actualizada y accesible al público no especializado. "Pedro Gobeo no es autor conocido ni referenciado (a pesar del interés que encierra su historia y de la buena prosa con que escribe) porque no se le puede leer, porque ni siquiera las bibliotecas más especializadas del mundo poseen un ejemplar de su obra", resume el investigador. Se trata, dice, de "un rescate de primer orden para las letras españolas".
Dos años de odisea
Todos los episodios narrados por el autor y protagonista, que acabó regresando a Sevilla para convertirse en oficial de la Inquisición, transcurren en el Nuevo Mundo. "Saco a la luz lo que puede servir de gusto a los de nuestra nación, y de conocer en cosas muy menudas la providencia divina, que nunca desampara al hombre, por más apretado que esté", escribe en una nota inicial que ya avanza la dimensión de las penurias padecidas.
Tras cruzar el Atlántico y hacer escala en isla Margarita, en la actual Venezuela, la galera de Gobeo se vio enfrascada en una batalla naval con el barco de un pirata escocés. Fue un choque encarnizado en el que murieron 23 españoles y en el que el adolescente resultó herido de cierta consideración en un brazo y una pierna. Recuperado y ya en Panamá, decidió subirse a un humilde "navichuelo" escasamente dotado y sobrecargado que tardó sesenta días en alcanzar la isla de Gorgonilla, frente a la costa colombiana.
Un grupo de 41 españoles se tragó la argucia del piloto, que los desembarcó en una playa asegurando que la ciudad de Manta, el primer puerto seguro del Pacífico, estaba a dos o tres días de cómoda marcha a pie —en realidad, se encontraba a más de 800 kilómetros—. Entre ellos iba Pedro Gobeo, que en su libro recoge un amplio catálogo de penalidades, hambrunas y sufrimientos. El "infeliz escuadrón" fue devorado por la sed, las enfermedades, la desorientación o los fantasmas que emergían de naufragios anteriores en la zona.
Apenas sobrevivieron 17, y lo hicieron gracias a la ayuda prestada por cuatros indios pescadores expertos en construir balsas de troncos que huían del corsario Richard Hawkins, quien pretendía llevárselos a Inglaterra; o por un grupo de negros y mulatos, descendientes de esclavos africanos, que les salvaron de morir ahogados mientras vadeaban los ríos Cojimíes, aunque desvalijaron las pocas pertenencias que les quedaban.
En su imposible camino hacia el sur, hallaron la salvación en los pueblos de indios cristianizados como Puerto Viejo. Allí convaleció durante cinco meses Gobeo, atendido por una dulce matrona. Alcanzó Manta, sufriendo "mucha pobreza, hambre y necesidad", y finalmente arribó a su destino original, Lima, casi dos años después de zarpar de Sevilla. Tras un intento fallido de enriquecerse con la minería de oro, ingresó en 1597 en la Compañía de Jesús. "Con mis propios actos reconocí cuán amoroso y dulce era todo empeño y trabajo por Cristo, a diferencia de lo engañoso y concupiscente del mundo". El muchacho ya no quería saber nada más de aventuras.