La leyenda de Pancho Villa no obedece tanto a su participación en la Revolución Mexicana (1910-1917), de la que fue una figura ineludible, como a determinados episodios en los que hizo valer su astucia, su valentía y sobre todo su carisma. Doroteo Arango Arámbula, nacido en San Juan del Río (Durango, México, 1878), sigue siendo un personaje controvertido, con no pocas sombras, cuando se cumplen cien años de su muerte.
De clase baja, analfabeto, violento, machista y xenófobo –profesaba especial animadversión hacia los chinos y los españoles–, gozó de una gran popularidad entre buena parte de la sociedad mexicana. Los de su abolengo lo consideraron poco menos que un “justiciero popular”.
En su juventud como bandido –ladrón de ganado, salteador de caminos…– no dudó en arrebatar la vida a quien supuso un obstáculo para sus fechorías. Pero no fue, como algunos aún sostienen, el más sanguinario de los forajidos. El profesor e investigador Agustín Sánchez Andrés (Madrid, 1967), experto en las relaciones entre España y México, asegura en Pancho Villa. El personaje y su mito (Catarata), libro en el que expone las versiones que conforman la nebulosa que se cierne en torno a su figura, que su nombre no aparece en los documentos de las autoridades del porfiriato hasta 1899.
Precisamente la revolución surge, en 1910, contra el gobierno de Porfirio Díaz. Desde que se suma al frente liderado por Francisco Ignacio Madero, que había fundado el Partido Nacional Antirreeleccionista en 1909, su periplo vital se torna una constante de altibajos.
Incombustible, Villa no contempla la rendición hasta los últimos compases de su vida. Sobrevive a varias emboscadas, a un plan de envenenamiento urdido por Estados Unidos y el gobierno mexicano de Carranza, al ostracismo de sus superiores, a la traición de sus subalternos, a una fuga de prisión, a una persecución en la que se ofrecen 50.000 pesos por su cabeza… Abanderado de los campesinos, a quienes promete el reparto de las tierras que se apropiaron los grandes hacendados, se erige en el revolucionario más influyente de la región de Chihuahua, al norte del país, de la que llegó a ser gobernador.
[Arturo Pérez-Reverte y el México revolucionario de Pancho Villa]
En la primera fase del levantamiento es apartado del ejército revolucionario por las tensiones con Pascual Orozco, su superior, y el propio Madero. Lejos de lamentarse, se convierte en un próspero comerciante, con varias carnicerías a su cargo. Madero, ya en el gobierno, siembra la incertidumbre entre las clases bajas, así que vuelve a contar con Villa para contener las aspiraciones de la contrarrevolución.
Se crea la mítica División Federal del Norte, con Villa al frente, pero una treta de Victoriano Huerta que acaba con el fusilamiento de Madero vuelve a dejarlo fuera de campo. El nuevo presidente, que a punto estuvo de ejecutar a Villa en 1912, se convirtió en su nuevo enemigo. El caudillo duranguense vuelve a las armas como líder de Chihuahua. La toma de Torreón constituye un antes y un después en la revolución, pues se pasa de las guerrillas a las batallas convencionales.
El revolucionario, incombustible, no contempló la rendición hasta el final de su vida
Entre 1913 y 1915, la División del Norte –Villa recupera el nombre de sus años al servicio del gobierno– es prácticamente invencible. Los Dorados, su cuerpo de élite, alcanza un reconocimiento internacional. Incluso desde Estados Unidos consideran al revolucionario como una seria alternativa al gobierno de Huerta. Pero Carranza, que capitanea la oposición, se interpone en su camino.
Sus aspiraciones presidenciales lo llevan a comandar el ejército constitucionalista y, con la connivencia de Álvaro Obregón, que traiciona a Villa, alcanza el poder ejecutivo. Villa, que había sido designado nuevo jefe de las fuerzas convencionistas a finales de 1914, subestimó a las tropas de Obregón, y perdió tres batallas decisivas en el Bajío guanajuatense. Volvería a levantarse, pero desde entonces asimiló la irreversible filosofía de morir matando.
Su carácter se arrecia, culpabiliza a sus subordinados de sus derrotas y lleva a cabo masacres contra la población civil. Su leyenda, desde entonces, es un tapiz lleno de claroscuros. Se resiste a la capitulación incluso cuando los norteamericanos reconocen la presidencia de Carranza, y se le ocurre virar su discurso hacia el nacionalismo antiestadounidense. Incluso ataca Columbus (Nuevo México) en 1916, lo que provoca una brevísima resurrección del villismo, pero cuando las tropas americanas abandonan el país azteca, sus argumentos para seguir en la lucha languidecen.
Desde febrero de 1917, fecha en que se aprueba la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos –la revolución ha terminado–, hasta 1920 permanece casi escondido, abandonado a la táctica de guerrillas. Cuando Carranza es asesinado y Obregón asciende al poder, firma su rendición: una hacienda en Canutillo (Durango) con su familia y varias mujeres.
Pero el nuevo presidente y su secretario de gobernación, Plutarco Elías Calles, se la tenían jurada. El 20 de julio de 1923, cuando vuelve de visitar a una de sus amantes en Parral, unos pistoleros lo esperan en la avenida Juárez. Villa, que conducía el coche, recibe nueve disparos y muere en el acto.
El mito en torno al Centauro del Norte
Pancho Villa fue el primero en alimentar su propia leyenda, aunque ni él mismo hubiera imaginado hasta dónde se alargaría la sombra de su figura. Las hazañas del forajido suscitaron el interés de periodistas tan aclamados como John Reed, que le hizo una entrevista muy famosa hacia el final de su vida, y el escritor Carlos Fuentes, cuya novela Gringo viejo fue adaptada a la gran pantalla en 1989.
En realidad, el cine ha sido la expresión artística más prolífica a la hora de recrear la vida del Centauro del Norte, su principal sobrenombre. Hasta cuarenta y cuatro películas se ocupan de su figura. En 1914, la productora Mutual Film Corporation, responsable de los grandes éxitos de Charles Chaplin, le pagó 25.000 dólares por su aparición en La vida del general Villa, dirigida por D. W. Griffith, que recoge imágenes reales de batallas en las que participó.
La Metro-Goldwin-Meyer produjo en 1934 Viva Villa (Jack Conway, Howard Hawks), que logró cuatro nominaciones a los Óscar y fue protagonizada por Wallace Beery. Antonio Banderas también se puso en su piel en Presentando a Pancho Villa, mientras que Carmen Sevilla interpretó el papel principal en La guerrillera de Villa (Miguel Morayta, 1969).
Las referencias más jocosas –y también las más halagadoras– se encuentran en los legendarios corridos mexicanos, que se proyectan tanto hacia lo biográfico como hacia sus hazañas bélicas. También estas figuran en otros géneros como el cómic.