El archivo del Palacio Real descubre una carta de Larra en la que se ofrecía como bibliotecario de Fernando VII
El Cultural accede en primicia al documento en el que el joven periodista y escritor se postulaba para una vacante en la Real Biblioteca con 19 años.
21 abril, 2024 01:44En enero de 1829, un jovencísimo Mariano José de Larra —nunca dejaría de serlo el fundador del trágico Club de los 27— se postuló con solo 19 años para trabajar en la Real Biblioteca. Ubicada en el Palacio Real, es una auténtica cueva de los tesoros bibliográficos que hoy casi nadie conoce y que alberga 280.000 volúmenes entre manuscritos, incunables, mapas, dibujos, grabados, partituras, fotografías y otros documentos de incalculable valor histórico.
El Cultural ha tenido acceso en primicia al último hallazgo del Archivo General de Palacio. Allí ha aparecido la carta dirigida al rey Fernando VII en la que el célebre periodista, escritor y político, una de las figuras más destacadas del Romanticismo español, se presentaba como candidato para una vacante que se produjo tras el fallecimiento del bibliotecario decano, Elías Scidiac y Rubí.
Se produjo entonces una cadena de ascensos desde los puestos inferiores, y quedó libre el más bajo del escalafón: el de escribiente cuarto. Por encima había cuatro bibliotecarios, ocho oficiales y tres escribientes.
La Real Biblioteca, creada por Felipe V cuando llegó a España a principios del siglo VIII, alberga joyas históricas como el libro de horas de Isabel la Católica, la Biblia Regia patrocinada por Felipe II en ocho volúmenes y cuatro idiomas —hebreo, griego, latín y arameo—, primeras ediciones del Quijote, La Celestina y la Gramática de Nebrija o una importante colección de manuscritos de América.
Es significativo que Larra (1809-1837) era hijo de un médico afrancesado que sirvió como cirujano en el ejército de José Bonaparte durante la Guerra de la Independencia, por lo que la familia tuvo que exiliarse a Francia en 1813. No obstante, Fernando VII decretó una amnistía que no solo les permitió volver, sino que el padre fue contratado como médico personal del infante don Francisco de Paula, uno de los hermanos del rey.
Cuando Larra se ofreció para el puesto vacante en la biblioteca, ya había abandonado sus estudios en la Universidad de Valladolid, había regresado a Madrid y ya se había labrado un nombre como periodista satírico. Acababa de publicar El duende satírico del día, una serie de cuadernos en los que criticaba mordazmente la sociedad de la época.
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Personaje contradictorio, Larra era un verso suelto que por entonces militaba en los Voluntarios Realistas, un grupo de exaltados absolutistas, aunque más tarde cambiaría de ideología hacia el liberalismo.
Larra buscaba un trabajo que le permitiera ganarse el pan y a la vez poder seguir cultivando su carrera literaria. En su memorial —así se llamaban los escritos en los que alguien hacía una solicitud y exponía sus motivos y méritos—, fechado el 28 de enero de 1829 y escrito en tercera persona, Larra decía que “después de haber dedicado al estudio de las lenguas y de las ciencias la mayor parte de su edad, viéndose en la imposibilidad por circunstancias particulares de familia y falta de interés de seguir su carrera literaria de Universidad, se halla sin medios de subsistencia para continuar sus tareas literarias”.
También escribe que “se consideraría dichoso en el servicio de esta plaza, tanto por el honor que le resultaría de depender de este Real Establecimiento, como por la fácil proporción que en él tendría de dedicar con más aprovechamiento a su gusto por la literatura, de que ha dado al público algunas muestras, ya en una Oda que compuso a la Primera Esposicion [sic] de la Industria española, lo que le mereció un distinguido oficio de aprecio de la Junta Calificadora, y ya en otras varias composiciones que no cita por no molestar la augusta atención de V. M. [Vuestra Majestad]”.
También declara que ha estudiado “lenguas latina y griega, la italiana y la francesa, hallándose en la actualidad aprendiendo la inglesa y la árabe; ha estudiado igualmente Retórica y Poesía tanto latina como castellana, y cuanto concierne a un curso de Humanidades, Filosofía, Matemáticas, Física experimental, Botánica, Economía política etc. y tiene conocimientos de Mitología, Historia, Geografía, Dibujo, etc. siendo su principal objeto cuanto pertenece al estudio de las bellas artes”.
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Culmina su solicitud “suplicando” a Fernando VII que le nombre para la vacante de escribiente de la Real Biblioteca, “gracia en cuyo desempeño se promete justificar la elección de V. M. dando en su buen servicio nuevas pruebas de su adhesión conocida a los derechos legítimos de V. R. P. [Vuestra Real Persona], y por la que rogará incesantemente por la interesante vida de V. M. Q. D. G. [Vuestra Majestad, que Dios guarde] muchos años para la felicidad de sus pueblos”, antes de despedirse como “su más humilde vasallo”.
El memorial de Larra ha aparecido dentro del expediente de la persona que ascendió a bibliotecario decano, Juan Antonio Romero. "Es uno de los 70.000 expedientes personales de trabajadores de la Casa Real que se conservan en el Archivo General de Palacio, desde los tiempos de Felipe II hasta la actualidad. Entre ellos están los expedientes de ilustres personajes como Velázquez, Goya, Farinelli, Calderón de la Barca, el conde-duque de Olivares e incluso los criados que aparecen en el cuadro Las meninas", explica Javier Fernández, subdirector del archivo.
Los expedientes personales a menudo, como ocurre en este caso, contienen los documentos relativos al proceso de selección del cargo para el que fueron nombrados. Por eso el memorial de Larra estaba dentro del expediente de Juan Antonio Romero.
El encargado de elegir al candidato para la vacante de escribiente cuarto fue el bibliotecario mayor, Francisco Antonio González, aunque la última palabra la tenía el rey. En una carta dirigida a Fernando VII, Romero propuso varios nombres. Los propuestos, según él, habían “acreditado su verdadera adhesión al altar y al trono, no han sido milicianos ni pertenecientes a sociedades prohibidas”. Del resto de pretendientes (entre los que se encuentra Larra), adjunta sus memoriales sin clasificarlos “por no molestar demasiado la superior bondad V. M. sin que pueda dudarse de que cada uno tiene su respectivo mérito”.
Pocos meses después de su fallido intento de ingresar en la Real Biblioteca, Larra se casó con Josefa Wetoret, con la que tuvo tres hijos, pero fue un matrimonio desgraciado que acabaría en separación pocos años después. El gran amor de su vida fue Dolores Armijo, con quien mantuvo una relación tormentosa y adúltera. Tras los sinsabores de su vida personal y su desilusión ante la situación de España, Larra se suicidó de un disparo en la sien a la edad de 27 años, en 1837.