'Fuego cruzado' o la violencia obscena que desató el odio en la antesala de la guerra incivil
La investigación de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío pone los pelos de punta: las agresiones de una y otra parte rayaban en una brutalidad desconcertante.
6 mayo, 2024 02:19La controversia en torno a los meses anteriores a la Guerra Civil se polariza -como todo, últimamente- en dos planteamientos enfrentados y casi irreductibles. La historiografía autodenominada progresista, que en sus formulaciones más radicales idealiza la República, subraya la normalidad del período, mientras que la historiografía conservadora enfatiza el ambiente de violencia (enfrentamiento civil), sosteniendo que la declaración abierta de hostilidades empieza con el triunfo del Frente Popular en febrero del 36 (incluso para algunos antes, en octubre del 34, con la revolución de Asturias).
En ambos casos, se incurre en dos defectos: el principal, un enfoque más político que histórico que mira al pasado con categorías actuales y pretende dictaminar en términos rotundos y apriorísticos sobre la convulsa trayectoria de la España contemporánea. En términos simplificados, la República, ¿modelo o contramodelo?
En segundo lugar, desde nuestra atalaya actual es difícil eludir la tentación teleológica: saber que el 18 de julio estalló la guerra lleva a contemplar los meses anteriores como un camino abocado al abismo.
La minuciosa investigación de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío se plantea sortear dichos defectos, en la línea de lo que vienen realizando últimamente ambos autores –y otros colegas, como Roberto Villa-, con indagaciones empíricas sobre las elecciones del Frente Popular y las políticas de odio y violencia de los años 30.
En estas páginas queda claro que, fuera como fuese la primavera de 1936, la guerra no era inevitable; más aún, se subraya que la política la hacen los hombres concretos y son ellos, con sus decisiones personales, los que deben responder de las consecuencias de sus actos. Puede parecer obvio pero dista de serlo en estos tiempos en que el análisis histórico incurre en un tosco determinismo.
En estas páginas queda claro que, fueracomo fuese la violenta primavera de 1936, la guerra civil no era inevitable
No es menos cierto que ello lleva a una conclusión terrible: los españoles de aquella primavera trágica –gobernantes y líderes, pero también miles de ciudadanos de a pie– no solo se mostraron incapaces de convivir en paz y tolerancia sino que, muy al contrario, mantuvieron una sostenida actitud sectaria que desembocó en la búsqueda del exterminio físico de todos aquellos compatriotas que no suscribían sus objetivos políticos. El adversario se convertía en enemigo a batir. En uno y otro extremo del espectro político se ansiaba la guerra civil como único modo de salvar a España.
['Dios, Patria, Rey': España, una historia de guerras civiles y carlismo]
Los datos y casos que exponen Álvarez Tardío y del Rey son abrumadores y ponen los pelos de punta. Las agresiones por una y otra parte rayaban en una brutalidad desconcertante: las protestas populares podían ir acompañadas de saqueos, incendios y otros asaltos, mientras que la represión era brutal e inmisericorde, pero, con todo, lo más significativo era la violencia obscena que provocaba un odio exacerbado. Un envenenamiento de la convivencia que producía linchamientos bestiales, ejecuciones sumarias, venganzas de crueldad refinada, disparos a quemarropa, asesinatos a sangre fría.
La variedad de recursos para desencadenar la violencia resulta anonadante y por momentos el libro chorrea sangre, como una sucesión de escenas de una película gansteril. No se trata de establecer de modo maniqueo culpables y mártires. Lo normal es que las responsabilidades se repartieran de modo complejo. No era extraño que las víctimas del momento fueran victimarios dos días después.
El volumen no tiene desperdicio, hasta el punto de que conviene llamar la atención sobre uno de los apéndices, el interesantísimo "Los números de la violencia", que establece que hubo cerca de mil episodios de violencia con 484 muertos y 1.659 heridos graves.
Por supuesto, la violencia del período no justifica el golpe militar pero los autores defienden dos tesis que, aunque fundamentadas empíricamente, resultarán polémicas: que el gobierno republicano había perdido el control del orden público y que sus palos de ciego se dirigían más contra las provocaciones fascistas que contra los agitadores izquierdistas.