A la izquierda, vista actual del depósito que da la bienvenida a Matadero Madrid (foto: Diego Simón). A la derecha, fotos del antiguo matadero tomadas en 1916 y 1924

A la izquierda, vista actual del depósito que da la bienvenida a Matadero Madrid (foto: Diego Simón). A la derecha, fotos del antiguo matadero tomadas en 1916 y 1924

Historia

Matadero Madrid cumple 100 años: de inmensa fábrica de carne a emblema cultural de la ciudad

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En la plaza de Legazpi de Madrid, unas grandes columnas invitan a entrar en un espacio formado por edificios que aún conservan su aspecto original, con paredes de ladrillo rojo y grandes ventanales, y algunos de ellos conectados por puentes de vigas. Estas instalaciones constituyen hoy un espacio abierto a la creación artística, conocido como Matadero Madrid, pero, como su nombre indica, no nació con ese propósito.

En 1924, esos puentes transportaban cuerpos de animales desde las naves de sacrificio hasta las cámaras frigoríficas. La torre situada a la entrada era un depósito de agua, y la Casa del Lector, que hoy acoge festivales y encuentros literarios, era una nave de sacrificio de vacas. Un conjunto de 48 edificios dedicados a la industria ganadera es el actual centro cultural. Fue el último matadero municipal y mercado de ganado de la ciudad de Madrid.

Hoy, Matadero Madrid es un referente de la cultura madrileña, un aliado para los artistas, un punto de encuentro para la ciudadanía y un espacio de descubrimiento donde la gente llega con los sentidos abiertos. “Somos un centro con un valor patrimonial muy alto, por la arquitectura, pero también ha sido un espacio innovador en cuanto a sus formas y a lo que busca”, afirma José Luis Romo, director artístico de Matadero Madrid.

Han pasado 100 años desde la creación de este espacio, que ha pasado de ser una ciudad productiva a una ciudad creativa. Desde principios de noviembre, Matadero dedicará varios meses a hacer memoria y recordar este sitio en toda su dimensión. “Ha sido una locura intentar convertir una antigua nave de despiece en un centro de creación artística”, afirma Romo. Una locura, sí, pero que encontró su espacio en nuestra realidad.

Durante estos meses, el centro cultural narrará los 100 años de historia de Matadero mediante diversas actividades. Entre ellas, se incluyen una exposición fotográfica sobre la Casa del Lector, un encuentro con arquitectos y arquitectas que participaron en su transformación, una mesa redonda sobre el lanzamiento del proyecto, y una jornada titulada “Mirar fuera para mirar hacia dentro”. Paseos por el recinto, performances, encuentros musicales, ciclos de cine y mucho más: una oportunidad para volver atrás en el tiempo, pasear sobre el mismo suelo y observar toda la vida que ha transitado por estos pasillos.

Historia de la venta de carne en Madrid

En España, la venta de carne comenzó a regularse a principios del siglo XVI. En Madrid, esta actividad tenía lugar en la Plaza Mayor, donde se formaron los primeros gremios de carniceros. A comienzos del siglo XVII, la venta de carne se trasladó al barrio de La Latina, donde se construyeron dos mataderos que funcionaron hasta finales del siglo XIX, cuando se quedaron obsoletos. Entonces, el Ayuntamiento decidió buscar otro terreno más grande, fuera de la ciudad.

Puesto de Incendios y Portería del Matadero Municipal, hacia 1916. Foto: Matadero Madrid

Puesto de Incendios y Portería del Matadero Municipal, hacia 1916. Foto: Matadero Madrid

El antiguo matadero y mercado de ganados se extendía por 12 hectáreas (más de 11 campos de fútbol) junto al río y a las afueras de Madrid. En 1906, se encargó al arquitecto municipal Luis Bellido la construcción del edificio. Bellido viajó por toda Europa, visitando diferentes mataderos para traer ideas innovadoras. En su proyecto, integró un espacio de venta de ganado vivo, con corrales y establos, y un área para actividades ecuestres.

Bellido diseñó un pabellón de servicios centrales, conocido como Casa del Reloj, separó las naves según el tipo de ganado e incluyó cámaras frigoríficas, una fábrica de hielo, una caldera para generar energía, un laboratorio de inspección sanitaria y un taller para el tratamiento de pieles y desechos. Los despojos y vísceras de los animales se repartían entre los vecinos humildes del barrio, y de ahí surgieron algunos platos típicos madrileños.

La construcción de este espacio comenzó en 1911 y comenzó a funcionar 13 años después, en 1924. El proyecto fue tan grande que se triplicaron los años de ejecución y el presupuesto original. Se puso en marcha de manera gradual y operó durante más de sesenta años.

El día a día en el antiguo matadero

Un sistema de ferrocarril junto al río traía animales al matadero. En las naves de estabulación, los animales descansaban 24 horas para recuperarse del viaje antes de pasar a las naves de degüello. Desde allí, un sistema de puentes trasladaba los cuerpos hasta las cámaras frigoríficas, el edificio que alberga el Paseo de la Chopera.

En la actual Nave Uno se pesaba la carne con un sistema de básculas. Los precios se fijaban en la Casa del Reloj antes de preparar los pedidos para las carnicerías. La Nave 0, dedicada a la carne de ternera, conserva aún su suelo original con sus desniveles y funcionaba con un sistema de refrigeración por gas.

José Luis Romo, director  artístico de Matadero. Foto: IDCStudio

José Luis Romo, director artístico de Matadero. Foto: IDCStudio

El espacio de reunión central, Plaza Matadero, conduce a las naves que antes se utilizaban para el alojamiento del ganado y que hoy albergan festivales y conciertos. La cafetería era la nave de sacrificio de terneras, y la Nave 10, hoy teatro, era la nave de sacrificio de cerdos. La Cineteca acogía las calderas que generaban energía para el funcionamiento de los puentes de transporte. La torre de depósito, emblema de este espacio, traía agua desde Atocha.

Frente al paseo de la Chopera vivían los trabajadores, en la Colonia del Pico Pañuelo, un barrio construido para el personal del matadero. La plaza de Legazpi albergaba también un mercado de verduras, y en Arganzuela se celebraba la feria de ganado. Matadero ya no era un solo un conjunto de edificios de matanzas industriales, Luis Bellido la llamaba “la pequeña ciudad productiva”.

La gran revolución

En 1987, la normativa sanitaria cambió y resultó difícil adaptar las nuevas leyes al edificio. Las aguas del río, contaminadas con desechos, y las quejas de los vecinos por el ruido y el mal olor llevaron al cierre definitivo del matadero en 1996.

El espacio estuvo abandonado hasta 2006. En 2005, un incendio en la cámara frigorífica tiñó las paredes de negro, como aún se puede ver. La restauración buscó preservar el diálogo entre lo antiguo y lo nuevo, manteniendo las paredes y el suelo originales e incorporando elementos modernos para su conservación.

Una de las dos naves de degüello de ganado vacuno en 1924. Foto: Matadero Madrid

Una de las dos naves de degüello de ganado vacuno en 1924. Foto: Matadero Madrid

“Durante mucho tiempo se pensó en distintos usos para este edificio. Se valoraron estudios de Telemadrid o un campus universitario, pero finalmente se decidió que fuera un centro de creación contemporánea”, explica Romo. Así, en tiempos del alcalde Ruiz Gallardón y en el contexto de la gran revolución urbanística que trajo Madrid Río y soterró la M-30, se construyó el nuevo Matadero.

Una identidad fuerte y reconocida

Durante los últimos 18 años, este espacio ha sido un centro de creación cultural. Empezó con un programa público en colaboración con socios privados como la Fundación Germán Sánchez Ruipérez y la Casa del Lector. “Intermediae” fue uno de los primeros proyectos que promovió el diálogo con los vecinos y la integración del Matadero en la vida del barrio.

José Luis Romo, quien empezó su carrera como periodista en El Mundo y trabajó como asesor de artes escénicas en el Ayuntamiento de Madrid, asumió la dirección artística en 2022. Desde entonces, Romo impulsa nuevas ideas para Matadero, como la recuperación de la Plaza Matadero, el Día de la Música y un festival de biofilia, además de potenciar los espacios de teatro y danza bajo la dirección de la coreógrafa María Pagés.

“Somos un centro con una identidad muy fuerte y reconocida”, afirma Romo. “La gente ya tiene un concepto claro de este espacio. Mucha gente viene sin saber qué va a ver, solo porque quiere descubrir lo que Matadero tiene para ellos. Es algo que no sucede en muchos lugares”. La gente viene a Matadero sin una finalidad única.

“Hay días en que salgo de la oficina y me doy cuenta de lo vibrante que es este centro”. Sus actividades no paran nunca, cada día hay algo nuevo, acogen todo tipo de propuestas e intentan abarcar todos los ámbitos culturales posibles. “Estamos todavía con tiempo y ganas de crecer. Buscando socios y proyectos que puedan ayudarnos a expandir esta pequeña ciudad productiva, ahora un poco más creativa”.