En época islámica, Guadalajara recibió el nombre de Madinat al-Faray o Wadi-l-Hiyara. Según las investigaciones arqueológicas más recientes, la ciudad no fue simplemente un pequeño asentamiento en la frontera de la Marca Media de al-Ándalus, sino un verdadero complejo administrativo, político y religioso con mezquitas, alcazaba, baños, zocos, talleres y una muralla defensiva. Desde allí se gobernaron las plazas de Atienza, Alcalá o la recién fundada Madrid y allí se abastecían los califas cordobeses en sus razias hacia los territorios cristianos del norte.
"Es un escenario bastante sorpresivo, está abriendo líneas de investigación muy interesantes", señala Miguel Ángel Cuadrado, técnico del Museo de Guadalajara. Hace ahora una década, durante una actuación arqueológica en un solar del casco histórico, apareció una estructura utilizada en el periodo andalusí para arrojar basura, que había sobrevivido a la construcción de una casa en el siglo XVII y a reformas posteriores. En su interior, entre diversos fragmentos de cerámicas, se identificó un excepcional ataifor decorado, un cuenco de tamaño medio-grande y hondo que se utilizaba en las comidas comunales: era la pieza estrella de las vajillas y según su decoración mostraba el nivel social de su propietario.
La singularidad del recipiente, conservado en un 70% y que ha sido restaurado en la Escuela Superior de Restauración de Bienes Culturales de la Comunidad de Madrid, uno de los más representativos de la época, se debe a la imagen que representa: una figura humana sobre un camello exaltada por diversos símbolos paradisiacos, que conduce al camino de la salvación. Según la hipótesis de Cuadrado, se trata de un retrato del califa de al-Ándalus con sus atributos de poder políticos y religiosos. Por su forma y decoración, los investigadores han datado el objeto en la segunda mitad del siglo X.
"Es algo completamente desconocido, rompe con cualquiera de los esquemas de representación del soberano en el mundo musulmán medieval", explica el arqueólogo, coordinador de un estudio sobre la pieza, exhibida actualmente en una exposición temporal en el Museo de Guadalajara, que la editorial La Ergástula va a publicar en los próximos días. "Lo habitual es una imagen hierática, frontal, del califa, en la que aparece sentado a la turca y con la copa de los mundos delante del pecho, un recipiente que da poder sobre la vida y muerte de sus súbditos. Un retrato extendido en los califatos abasí y fatimí, rivales de Córdoba".
El ataifor de Guadalajara, sin embargo, dibuja al califa de perfil y con algunos de los atributos típicos de poder, aunque incorpora otros propios del califato omeya cordobés. Es, en resumen, un claro ejemplo de propaganda para obedecer al representante de Mahoma y a su programa, y una advertencia sobre el castigo derivado de su incumplimiento. Córdoba reivindica con esta iconografía su dominio sobre Oriente y Occidente y a su soberano como único líder político y religioso válido del mundo musulmán, en contraposición a los usurpadores abasíes y a los infieles fatimíes.
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"Es una pieza sin parangón", añade Cuadrado, "como si tuviésemos una imagen oficial del califa generada desde el poder que sigue las líneas del programa del califato". En este sentido, señala que no se trata de una representación aislada: gracias al ataifor se han identificado otras cerámicas con una iconografía similar en museos sobre todo de Andalucía y Portugal.
El cuenco está hecho con cerámica a torno, con un vidriado exterior de color melado y con decoración en verde y manganeso. "La ejecución del dibujante es buenísima, sigue las líneas del arte andalusí que se representa con esta técnica, que ahora vemos que sus composiciones eran mucho más complejas de lo que se pensaba", resalta el arqueólogo. Su datación ha de encuadrarse antes del gobierno del caudillo Almanzor, cuya actuación restringió al califa a un papel secundario. "En el momento en que el soberano pierde su función, no tendría sentido presentar los valores del califato que podrían ser utilizados en contra del propio Almanzor", resume Cuadrado.
La exposición del ataifor en el Museo de Guadalajara, que se puede ver hasta el próximo 2 de octubre, está dividida en varios bloques que desgranan todo el proceso de investigación: la excavación arqueológica y la presentación de los otros materiales recuperados; el estudio y lectura de la pieza y sus símbolos, así como su restauración y el análisis arqueométrico realizado en la Universidad de Granada; o el contexto histórico, es decir, la historia de la ciudad en el periodo musulmán desde finales del siglo VIII hasta la desintegración del califato. Toda esta información aparecerá ampliada en el libro El ataifor de Guadalajara. El califa andalusí y la propaganda de su legitimidad, coordinado por Miguel Ángel Cuadrado, Consuelo Vara Izquierdo y José Martínez Peñarroya.