Las placas de pizarra con forma de búho son uno de los objetos más emblemáticos y únicos de la Edad del Cobre en la Península Ibérica. Las pequeñas piezas, del tamaño de la palma de una mano y grabadas con figuras geométricas que normalmente representan una cabeza, unos círculos que representarían los ojos y un cuerpo delineado en la parte inferior que simbolizaría el plumaje del ave, han aparecido en enterramientos grupales megalíticos como los dólmenes y en tumbas simples. Hasta ahora se han documentado unas 4.000 y han sido datadas en una ventana cronológica bastante concreta, entre hace 5.500 y 4.750 años.
Sin embargo, desde los primeros descubrimientos a finales del siglo XIX, el significado de estas placas ha suscitado numerosas y opuestas interpretaciones entre los investigadores. Algunos señalaron al principio que guardaban semejanza con las paletas de pizarra del Antiguo Egipto y que debían responder a un influjo cultural oriental a pesar de que esta roca abunda en territorio peninsular. Otros han propuesto que las piezas tuvieron una finalidad religiosa, que eran ídolos antropomorfos que representaban deidades femeninas o incluso que se trataba de una imagen de los propios difuntos. La creencia más extendida es que se trataba de objetos utilizados en rituales.
Un nuevo estudio publicado este jueves en la revista Scientific Reports propone una hipótesis radicalmente diferente: las placas con forma de búho podrían haber sido creadas por niños para ser usadas como juguetes, muñecos o amuletos. La investigación, liderada por Juan José Negro, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en la Estación Biológica de Doñana (EBD), ofrece una nueva perspectiva acerca del origen y uso de estos objetos arqueológicos y sobre cómo los niños usaban distintos artefactos y jugaban en las sociedades europeas prehistóricas.
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Basándose en las diferentes especies de búho presentes en la zona del suroeste peninsular, el equipo de investigadores ha analizado un centenar de figuras y las ha clasificado, en una escala de uno a seis, según cuántas características de las aves nocturnas aparecían reflejadas, como los dos ojos, los penachos emplumados de la cabeza, un patrón de plumas, un disco facial plano, un pico y las alas. Más tarde, se han comparado estas placas con otros 100 dibujos actuales de niños y niñas de entre 4 y 13 años, "observándose muchas similitudes".
"Los búhos son un grupo de especies de aves muy diferentes a todas las demás y son fácilmente reconocibles", explica Juan José Negro. "Tienen una silueta compacta, con cabezas enormes y ojos situados en posición frontal, como los humanos. Por esa peculiar anatomía se han representado siempre desde los primeros grabados en cavernas hace 30.000 años hasta ahora de la misma manera: o bien directamente mostrando su parte frontal, o con la cabeza girada y mirando al observador".
Aprendizaje y rituales
Los dibujos realizados por los niños de hoy en día han mostrado un resultado lógico: parecían más realistas a mayor edad, cuanta mayor destreza adquieren con los lápices y pinturas. La hipótesis de los autores del estudio apunta a que, en lugar de ser talladas por hábiles artesanos para su uso en rituales, muchas de las placas de búhos fueron creadas por niños y se parecían más a las aves a medida que mejoraba las habilidades de tallado.
Guillermo Blanco, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y coautor del trabajo, añade que "los niños de algún modo han percibido que la esencia de un búho es esa cabezota con dos grandes ojos que te miran. Los pintan así desde que son capaces de sostener un lápiz. En la prehistoria probablemente los representaron así desde que aprendían a grabar una piedra usando otra piedra".
La hipótesis también se lanza con una nueva lectura de los dos agujeros en la parte superior que presentan muchas de las figuras. Los investigadores consideran que son poco prácticos para pasar por ellos un cordel y así colgar las piezas en la pared a modo de objetos simbólicos. ¿Cuál es su propuesta? Que habrían servido para insertar plumas que representasen los penachos emplumados, similares a las orejas, que tienen en la cabeza algunas especies de búhos presentes en la zona, como el búho chico o Asio otus.
Algunas placas han sido halladas en contextos funerarios, por lo que perderían su función de entretenimiento. Para sortear este obstáculo, los autores del estudio barajan que los jóvenes podrían haber rendido homenaje a sus mayores muertos dejándoles objetos en cuya fabricación habían intervenido o a las que tenían aprecio. "Ambas cuestiones, objeto de aprendizaje y objeto ritual no son excluyentes", señala Víctor Díaz, investigador de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), otro de los autores del estudio.
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"En el estudio de la prehistoria no se ha prestado mucha atención al papel cultural de los niños y jóvenes. Teniendo en cuenta que debieron ser el grupo más importante demográficamente, puesto que poca gente llegaba a edades avanzadas, sería importante dedicarle más esfuerzo de análisis", apunta, por su parte, Juan José Negro. "La colaboración entre la biología evolutiva y la historia del arte en este estudio demuestra que se consiguen resultados exitosos cuando se aporta conocimiento y perspectiva desde disciplinas consideradas tradicionalmente como muy alejadas".
Leonardo García Sanjuán, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, no está de acuerdo con la interpretación del estudio. "La propuesta de que las placas —ha señalado al SMC España— fueron realizadas por niños/as es altamente implausible, pues estas piezas nunca han sido encontradas asociadas a niños en tumbas (la población infantil del Neolítico y de la Edad del Cobre no solía recibir ajuares funerarios) y lo cierto es que su elaboración requería un elevado grado de destreza y experiencia, no esperable en niños. La idea subyacente en este trabajo, derivada de un eurocentrismo condescendiente abandonado hace más de un siglo, es que el arte prehistórico es infantil".