Las explicaciones que tradicionalmente se han esgrimido para justificar el desconcertante colapso de las grandes civilizaciones de la Edad del Bronce —egipcios, babilónicos, asirios, hititas, minoicos o cananeos— entre los siglos XIII y X a.C. han oscilado entre las invasiones, como la protagonizada por los misteriosos Pueblos del Mar, eventos catastróficos (terremotos) o cambios políticos y económicos. En los últimos años, muchos investigadores, basándose en evidencias paleoclimáticas y arqueológicas, han especulado que este ocaso de los imperios del Mediterráneo oriental y Oriente Próximo tuvo su origen en alteraciones medioambientales que provocaron un clima más frío y seco.
Precisamente una sequía extrema e inusual que se prolongó en Anatolia central entre 1198 y 1196 a.C., documentada ahora gracias a los análisis de isótopos y mediciones del crecimiento de los anillos de enebros contemporáneos, pudo haber actuado como motor principal en el derrumbe del Imperio hitita. El extraordinario evento, que se ha dado a conocer este miércoles en un artículo publicado en Nature, habría conducido a un largo periodo de escasez de alimentos cuyos resultados habrían sido disturbios sociales, económicos y políticos, además de brotes de enfermedades. Un cóctel que explicaría la rápida caída de uno de los grandes poderes del mundo antiguo.
El vasto Imperio hitita, con epicentro en la semiárida Anatolia desde aproximadamente 1650 a.C., dominó en su época de mayor esplendor en centro, el sur y el sureste de la península —hoy la actual Turquía— y las zonas septentrionales del Levante y Siria. Sin embargo, alrededor del año 1200 a.C., su sistema administrativo se derrumbó. El reinado del último rey conocido según las fuentes, llamado Suppiluliuma II, comenzó en 1207 a.C. y se sabe que este gobernante derrotó en numerosas batallas a enemigos internos y externos. A partir de ahí, el rastro de los hititas se desvanece.
Esta civilización fue una de las principales némesis del Antiguo Egipto. Ambos imperios protagonizaron en 1274 a.C. y en torno a la ciudad de Qadesh una de las mayores batallas de la Antigüedad, con la presencia de varios miles de carros de combate. Aunque el faraón Ramsés el Grande se representó en las paredes de sus monumentos como el vencedor, el resultado del enfrentamiento fue indeciso. Relatos propagandísticos a un lado, entre los vestigios faraónicos se han encontrado datos relevantes sobre los hititas. Una inscripción hallada en el templo funerario de Ramsés III en Medinet Habu asegura que fueron aniquilados por los Pueblos del Mar antes de que estos se lanzasen a la conquista de la región del Nilo.
El final de la capital hitita, Hattusa, se relacionó durante mucho tiempo con el resultado de un devastador ataque. No obstante, las investigaciones arqueológicas más recientes han desvelado que la urbe, que dependía principalmente de estrategias de subsistencia basadas en la disponibilidad de agua y la agricultura de cereales, fue primero abandonada y después reducida a cenizas.
[El hallazgo de un taller para embalsamar cuerpos desvela los misterios de la momificación egipcia]
El análisis de los anillos de crecimiento de una veintena de árboles -madera de enebros recuperada en el yacimiento de Gordion, en el centro de Anatolia y a unos 230 kilómetros al oeste de Hattusa- pueden proporcionar ahora una respuesta verosímil a ese ocaso de la ciudad y del imperio —esta técnica se ha empleado con éxito para descubrir, por ejemplo, que los vikingos estaban presentes en América en 1021—. Un equipo de investigadores de universidades estadounidenses, liderado por el arqueólogo Sturt W. Manning, ha logrado reconstruir un registro del clima en la región entre 1500-800 a.C. La presencia de anillos más estrechos indica años de mayor sequía. En el periodo 1198-1196 a.C. el crecimiento fue mínimo probablemente debido a una sequía extrema que provocó un episodio crítico para la producción agrícola.
"Este intervalo extremadamente seco sobresale como un desafío climático probablemente sustancial para la producción de alimentos y la subsistencia en Anatolia central que pudo haber frustrado las estrategias normales y la provisión de almacenamiento en el núcleo administrativo hitita", escriben los autores del estudio. Esta civilización estaba acostumbrada a la amenaza de la escasez de lluvia. Los restos de instalaciones militares, lugares de almacenamiento, presas y otras infraestructuras para controlar los recursos del agua y la iconografía política muestran esfuerzos de la administración imperial para hacer frente a las posibles coyunturas adversas.
Estas fechas son precisamente compatibles con el marco temporal que las fuentes ofrecen sobre el colapso del Imperio hitita y la readaptación de parte de su territorio hacia asentamientos mucho más pequeños. Según los investigadores, estos resultados permiten sustentar la hipótesis que relaciona el terremoto histórico con el cambio climático —otro estudio reciente también ha concluido que las sequías extremas empujaron en el siglo V a los hunos hacia el oeste en busca de recursos—. Aunque inciden en una cuestión importante: "Esta sequía contribuyó al colapso y la disolución del Imperio hitita, pero no fue la única causa". Fue el contexto que pudo haber provocado conflictos internos a un nivel político, económico y social.
El estudio, según los autores, arroja también una enseñanza genérica perfectamente aplicable al presente. Los hallazgos sugieren que el cambio climático extremo puede ser más poderoso y derrotar las capacidades de adaptación y prácticas de resiliencia centenarias de una población. La historia del colapso de los imperios de la Edad del Bronce debe ser una lección a tener en cuenta en la actualidad.