Fueron feroces jinetes guerreros que cabalgaron y dominaron la zona oriental de la estepa euroasiática un milenio antes de los mongoles, que lanzaron incursiones de una magnitud nunca antes vista contra la China de las dinastías Qin y Han, obligándolas a erigir un sistema de fortificaciones que acabaría desembocando en la Gran Muralla. Pero también destacaron como astutos e influyentes socios comerciales de los reinos de la Ruta de la Seda, manejando vidrios romanos, textiles persas, cuentas de fayenza egipcias o plata griega.
Los xiongnu, establecidos en el territorio de la actual Mongolia, gobernaron las regiones del norte de China, el sur de Siberia y Asia central durante unos trescientos años, desde los últimos compases del siglo III a.C. hasta finales del I d.C. En su momento de mayor esplendor no solo se convirtieron en un temible y veloz enemigo de los emperadores chinos, con quienes también mantuvieron una política de "paz y alianza" mediante matrimonios dinásticos y tributos, sino que se convirtieron en una gran confederación de tribus considerada como el primer imperio nómada de la historia: una entidad multiétnica, multicultural y multilingüe.
Pero los xiongnu no dejaron por escrito testimonios de sus aventuras e invasiones: se conocen gracias a los registros históricos de sus enemigos, como los cronistas Han, que apenas brindan información sobre sus orígenes, organización social o crecimiento político, y a las evidencias arqueológicas. Varios estudios genéticos recientes han desvelado que fueron resultado de la unión de dos poblaciones distintas de pastores de Mongolia y de un influjo adicional de gentes que procedían de regiones como Sarmacia, territorio en torno a la actual Ucrania, y la China imperial.
Un equipo internacional de investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, la Universidad Nacional de Seúl, la Universidad de Michigan y la Universidad de Harvard ha logrado descifrar en un nuevo estudio publicado este viernes en Scientific Reports los interrogantes sobre la composición genética del Imperio xiongnu. Una de sus principales conclusiones es que la diversidad genética fue menor entre los individuos de alto estatus que entre los de posiciones sociales más bajas, como los sirvientes, que serían naturales de regiones más remotas del territorio.
Estos resultados sugieren que la élite y el poder se concentraron en subgrupos concretos con una mayor ancestralidad procedente de la cultura de las tumbas de losa de principios de la Edad del Hierro, desarrollada en el este de Eurasia. Otro hallazgo singular es que, al menos en la frontera imperial occidental, las mujeres ocuparon los puestos más altos de poder.
Las pruebas sobre la estructura poblacional de los xiongnu se han obtenido tras analizar el ADN de 18 individuos inhumados en dos necrópolis situadas al sur del macizo de Altái, en la actual provincia mongola de Hovd. "Hemos descubierto que los mismos procesos sociopolíticos que produjeron un imperio genéticamente diverso a gran escala también funcionaron a pequeña escala, creando comunidades locales altamente diversas en el lapso de unas pocas generaciones", escriben los investigadores. "Ahora tenemos una mejor idea de cómo los xiongnu se expandieron al incorporar grupos dispares y aprovechar los matrimonios y el parentesco en la construcción del imperio", añade Choongwon Jeong, uno de los autores del artículo.
Mundo funerario y diversidad
Los xiongnu desarrollaron una particular cultura funeraria. Las élites gobernantes fueron enterradas en grandes tumbas de piedra cuadradas y circulares con lujosos ajuares, a menudo flanqueadas por entierros satélites de individuos de menor estatus que formaban un complejo mortuorio. El cementerio de Takhiltyn Khotgor es un ejemplo ilustrativo en este sentido. Datado entre 40 a.C. y 50 d.C., contiene los enterramientos de dos mujeres sepultadas en ataúdes de madera decorados. Una de ellas también fue inhumada con los restos de seis caballos y elementos de broce de un carro chino. Al lado del otro personaje femenino, entre otros objetos, se depositaron un disco solar y una medialuna de oro, los emblemas del poder imperial.
En la necrópolis de Shombuuzyn Belchir, a unos 50 kilómetros al suroeste y usada entre 50 a.C. y 210 d.C., se ha documentado todo el universo funerario xiongnu, desde las grandes tumbas de piedra hasta los enterramientos humildes en pequeñas cistas. En este lugar, los individuos de mayor estatus según el tipo de rito funerario eran también femeninos, con ricos ajuares compuestos de espejos chinos, ropajes de seda, un caldero de bronce o artefactos tradicionalmente asociados a los jinetes guerreros varones: una copa de laca china, un broche de cinturón de hierro dorado y tachuelas de caballo —en el nicho de un hombre se descubrió una caja con una aguja de hierro: según los investigadores, esto indica que la costura no se asociaba exclusivamente con las féminas—.
"Las mujeres tuvieron un gran poder como agentes del estado imperial xiongnu a lo largo de la frontera, a menudo con rangos nobles exclusivos, manteniendo las tradiciones y participando tanto en la política de poder de la estepa como en las llamadas redes de intercambio de la Ruta de la Seda", explicar Bryan Miller, arqueólogo del proyecto y profesor de la Universidad de Michigan. Las únicas tumbas femeninas de ambas necrópolis que no estaban ricamente ornamentadas fueron las de las niñas.
Una de las sepulturas más llamativas de Shombuuzyn Belchir contenía los restos de una mujer joven que probablemente murió durante el parto, inhumada junto a un bebé que tenía un collar de cuentas de pasta —una de ellas, de fayenza, representa el falo de Bes, deidad egipcia protectora de los niños—. Los arqueólogos también han hallado tumbas de adultos y adolescentes varones con arcos, flechas y lanzas. En la de un joven de unos 11-12 años incluso se descubrió un arco de menor tamaño. Pero en las de los niños más pequeños no se encuentran armas, sino restos de seda, cuero y fieltro.
Estas diferencias documentadas en el registro arqueológico sugieren que los roles sociales de género de cazador y guerrero no se atribuyeron a los niños hasta el final de la infancia o la adolescencia temprana. "Los jóvenes recibieron un tratamiento funerario diferente dependiendo de su edad y sexo, lo que nos da pistas sobre las edades en las que se atribuía el estatus en la sociedad xiongnu", comenta Christina Warinner, investigadores de la Universidad de Harvard y el Instituto Max Planck.
Si bien el imperio se desintegró hacia finales del siglo I d.C., debilitado por sus luchas contra la dinastía Han, los hallazgos del estudio muestran que el legado social y cultural de los xiongnu perduró. "Nuestros resultados confirman la larga tradición nómada de las princesas de la élite que desempeñan un papel fundamental en la vida política y económica de los imperios, especialmente en las regiones periféricas, una tradición que comenzó en esta época y continuó más de mil años después bajo el Imperio mongol", concluye Jamsranjav Bayarsaikhan, arqueólogo y otro de los investigadores del proyecto. "Aunque la historia a veces ha despreciado a los imperios nómadas como frágiles y breves, sus fuertes tradiciones nunca se han roto".